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  Texto selecionado
La forma del mundo
Teódulo López Meléndez

Resumo:
ELLa, serpiente, se enrosca sobre ÉL, falo. Con una particular cosmogonía comienza esta apasionante novela. El asedio sobre Ciudad de prolonga incruento, uno que lo es sobre el interior del hombre. La única mujer de la novela vive una apasionante relación con tres sabios de laz antiguedad clásica.



                    
Teódulo López Meléndez

LA FORMA
DEL MUNDO

                                         









                                



                                                                  









Lo alto está sobre lo profundo
Lao Tsé

Al atardecer el gallo anuncia el alba;
a medianoche, el sol brillante
Poema Zen

Si fuera evidente, no sería
Rüdigel Dahl




              
























MANDALA



                     

Esto es solamente la imagen del mandala;
el modelo está allá arriba
Gurú Marpa


El mandala final es tu paso por el universo:
la develación. Es decir,
la quemada huella de tus pasos hacia la sabiduría.
El mandala es una afirmación cuando no existe que afirmar
porque todo ha sido comprendido
Jorje Alejandro Lagos Nilsson

Todo lo que está arriba, está abajo;
todo lo que esta fuera,
también está dentro
                                    Apotegma Esotérico













INTERNO

ESCISIÓN

   “Se abrazaban. Envolviéndolos, el círculo de azul oscuro. No era una prisión aquella intensidad dado que se ampliaba al movimiento de los cuerpos. Cuidaba, apenas, lo interno. Los mantenía, allí, mientras el fuego de la concupiscencia ardía. Podía verse desde dentro y desde fuera. Cuando miré, el lugar de los entierros se extendía cual valle de huesos enhiestos y las penas del infierno se hacían notorias debajo de la tierra removida. Estaban extendidos sobre una flor de loto, retraídos. Hacia ellos se abrían cuatro puertas indicando las direcciones del cielo. Una era roja, otra verde, la de acá amarilla y blanca la siguiente. Se movían hacia una u otra, más que llevados por los cuerpos, por indicaciones psíquicas que les hacían voltear con delicadeza. A cada movimiento se aproximaban más al centro y las grandes puertas parecían hacerse una. Ambos parecían flotar, sin gravedad. Uno parecían. Uno eran. Otro círculo tomaba forma, más cercano. Emanaban. No parecía existir tiempo. Abrazados, seguían. Entonces, de repente, ÉL pareció salir de sí y comenzó a transformarse. Ya no estaba dentro de sí y, desde fuera, pudo ser para sí. ELLA ya no lo abrazaba y comenzó a transformarse. EL se fue agigantando, ELLA se fue flexibilizando. ÉL se fue endureciendo, ELLA se fue ablandando, ÉL se fue erectando, ELLA fue adquiriendo la posibilidad de ser en el espacio. ÉL, inmenso falo, ELLA serpiente. ELLA miró desde sus ojillos la dureza, las venas irritadas, serpenteó la lengua bípeda y pareció limpiar los colmillos ante la visión de la desafiante coronadura. ÉL, irritado, poderoso. ELLA, con las ganas de rodearlo. Avanzó colocando la cabeza con ligero roce. ÉL se estremeció. ELLA comenzó a subirlo con lentos movimientos de envolver. Concluyó el primer giro y miró la extensión que le faltaba. Sobre ELLA cayó el lubricante y dio el segundo. Volvió a mirar y con la lengua sacudió el gran borde. Dio el tercero y comenzó a sentir el placer inmenso del gran chorro que la empapaba. Probó del manantial y tragó, tragó tanto, que su boca misma parecía la fuente. Sólo alcanzó a dar otro medio giro. Tres giros y medio de serpiente sobre el falo.
   Así quedaron, hasta que de ELLA los materiales se fueron desplegando sobre un inmenso entarimado que tiempo fue llamado. ELLA, alrededor de ÉL, falo. Era, pero no era. Era, pero ilusión era. No era ilusión, era. ELLA y ÉL, uno seguían siendo, preservado. Se habían dividido, ya no estaban abrazados, pero lo estaban. Aunados se habían escindido y el ruido terrible de los seres y las cosas tomaba posesión en estallido. Eran diferentes, múltiples, variados, ocupaban decididos los lugares, pero el círculo, empequeñecido por la grandeza de lo desatado, persistía escondido. La fuerza seguía en las cuatro puertas que permanecían ajenas al gran vuelo. Fluían hacia adentro, hacia el centro. ÉL y ELLA en un cuerpo incorruptible, invariable, inmunes al gran estallido del mundus. ÉL y ELLA, los opuestos unidos en la gran energía que todo lo penetra y engendra, causantes, escindidos fuente, diamante. Ante el gran aventón y sus resultados, igual, equilibrio eterno del cielo y de la Tierra, el sí y el no uno dentro del otro, la oscuridad y la claridad, el círculo contiene al cuadrado o el cuadrado contiene al círculo. Él UNO inmodificable, el mundo lleno de diversidad. Pero el círculo persiste, la flor de loto continúa y el centro está allí, vesícula. Igual el afuera, donde la muerte va podando.
   La luz fue lo primero que vi; debe ser la primera de todas las criaturas. Arriba vi, en la región etérea, aire y fuego. Abajo vi tierra y agua. Delante de mi computadora comencé a describirlo - es lo que hoy Uds. leen - y deben saber que trato una cosa en las letras y místicamente, y en sobreentendido, comprendo en ellas otras. Imito así a los antiguos, a los hebreos, a los caldeos y a los egipcios. Me lo reconocen Pico de la Mirándola y Marsilio Ficino, mis amigos. Reconozco sobre mí la influencia del Zohar y del novelista que la escribió, el Rabí Simeón. A mi lado la llama está encendida, abajo el rojo de las sensaciones, arriba el azul de las almas y luego el blanco de lo inteligible, de la divina esencia. De esta manera leo aquel libro que siempre me inspira pues lo sigo considerando el comentario mas útil de los textos sagrados del Pentateuco. Caliente y seco; frío y húmedo. La tierra, seca y fría. El aire, caliente y húmedo. En este año de 2710 miro la construcción luego de levitar a partir de mi mandala y veo las copas de los árboles sobre Ciudad y las raíces hundirse arriba en el cielo. Invisible-visible, intelectual-sensible, forma-materia, el hombre exterior-el hombre interior, fuego-agua, lo que ve-lo que es visto, dulce-sal (en lo salado encerrado lo dulce). Excelente y digno es lo que ve, mucho más de lo que es visto. Y no hay nada que vea sino lo invisible. De manera que lo que veo es ciego. Los arquitectos respetaron a Ciudad y hela aquí. Dios también es arquitecto, pero, a la inversa de estos terráqueos, hizo primero la cima y después los fundamentos, primero el cielo y después la tierra. No siento que Dios viva en mí. Creo que esta multiplicidad vive en Dios, incluyéndome a mí y a todos los demás mortales. UNO está y lo contiene. Lejos llegan nuestra naves, pero la inmensidad está allí, parece que aún brotando, por lo que miro al hombre, su cielo y su tierra, porque saberlo es tener pleno y entero conocimiento de todo el Universo y de la naturaleza de las cosas. Para entrar en él lo he rodeado, he girado sobre su esencia, al igual que cuando se enfrenta una empinada cuesta lo mejor es ir alrededor para evitar grietas y precipicios. Los elementos circulan y la unidad se mantiene. Vínculo copulativo.       
   Soy Elías del Médego, traductor, comentarista y hombre estudioso. Mi principal interés, la luz. Tengo aquí un pequeño sótano donde fabrico mi propio aguardiente, del que ingiero algunas copas destinadas a la purificación. Aparte del alambique dispongo de silencio y probetas, de una selecta biblioteca y de la noche. A través de mi Página los amables lectores pueden tener acceso a mis libros. Les informo que tengo gran variedad; por ejemplo, los Santos Evangelios, Pitágoras, San Agustín, San Marcos, San Ambrosio, el `Fasciculus myrrhae´ de Aben-Ezra, la `Historia de la decadencia del imperio griego´ de Chalcondiles, `Jerusalén´ de Torcuato Tasso, la `Vida de Apolonio´ de Filostrato, `La Secreta triplicidad´ de Rhazés, `Carmides´ de Platón, `Codicilio´ de Ramón Llull, `Lumen Luminun´ de Arnau de Vilanova, textos del hinduismo, de teología fenicia, casi todo lo relativo al budismo shingon y ni que decir del mandala tántrico, entre muchos otros que me son indispensables. He aprendido que los ríos llenos de meandros son más fáciles para navegar que aquellos que corren en línea y de manera directa. Para mí los astros son tierra celeste, como aprendí de los pitagóricos, por lo que mi concentración sobre el centro es mi guía para conocer al microcosmos que, como ya les dije, es suficiente para conocer el Universo.
   La planta es luminosa, de la oscuridad la luz, la vesícula es. Eso es lo que debe conocerse, pues, de lo contrario, se estará condenado a volver una y otra vez. Yo busco el UNO dentro, como busco y separo los elementos en mi horno láser con estos rayos que son hoy el equivalente del fuego. A mi lado las advertencias del Hui Ming King y crezco sacando en mi mandala, con la ayuda de la moderna alquimia y de la nobleza, la Flor de Oro. Así, lo externo no me perturba en demasía y el recinto sacro queda protegido por el sulcus primigenio y la luz blanca es mía. Todos los opuestos me vienen en el movimiento circular, también la oscuridad, y entonces me recreo en el UNO, en la unidad. Circumambulatio. Entonces el goce es mío, veo el cielo anterior, el fondo del mar no me es secreto, la ciudad de jade me abre sus puertas y puedo establecerme en la zona limítrofe de las montañas de nieve. Entre los círculos y los lotos están las imágenes divinas. No hay oposición entre lo múltiple y lo UNO, descompuesto-integrado, diferenciado-indiferenciado, exterior-interior, difuso-concentrado, aparente visible-real invisible, espacio temporal-intemporal-extraespacial. Me siento guiado. Círculos y cuadrados, espiritual y material, no hay manera de equivocarse. Me interiorizo más y más, lo múltiple va sobre lo UNO. En esta mi amada Ciudad la vida retoma el sentido. Mi mantra me cristaliza. Siempre tengo a mi lado a Padma Sambhava desde éste mi vestido de carne hacia lo geométrico, en expansión como mi mandala de Shri-Yantra, con las normas que aprendí en el Shri-Chakra-Sambhara-Tantra. Diferenciación-unificación, variedad-unidad, exterioridad-interioridad, diversidad-concentración, todo viene al centro. No hago otra cosa que extraer del hombre (puedo ser yo mismo y en efecto lo soy) la gran corriente del inicio de los más primarios signos. Círculo, triángulo, cuadrado, venzo los obstáculos y tomo, imago mundi, la carta astral desde Ciudad rodeado yo de pétalos de loto”.











MAPA DE CIUDAD
   
   Ciudad parece un huevo. Su figura esférica refulge bajo la pertinaz llovizna que hoy 8 de agosto la aísla aún más de lo exterior. En ella el cielo se extiende en calles con olor a viejo y la tierra despide los vapores de la sal. En la Academia la cola de turistas alterna entre el Mapa del Río y la rueda solar paleolítica de Rhodesia. Los recursos kármicos pueden percibirse debajo de la gran envoltura a pesar de los reflejos de los rascacielos que, como grandes tumbas, recuerdan que sobre el borde exterior de fuego está el sitio de la sepultura de los hombres. Las calles están llenas de colores, símbolos y formas. Un rayo cae y los ojos ven la luz como una vara que hiende dejando caer el agua de la vida, mientras cual serpiente se enrosca en la dureza de la germinación. Comienza lo inesperado y abrumador, como si el mismo Paracelso hubiere decidido la metamorfosis. La luz sobre Ciudad resalta los círculos negros. Pico de la Mirándola está en el estudio del sótano, absorto. “La figura esférica es propia del alma”, piensa, mientras pasa su mano sobre el caduceo, el principal tesoro que un hombre de estos tiempos podría acumular. A veces lo toma y enfoca con él Ciudad y cree escuchar la voz del dueño original, de Hermes Trimegisto, proveniente de la vara mágica como una vibración más de aquellas que el patriarca de la alquimia lograba en su laboratorio. Pico se deja fluir sobre el mapa de Ciudad extendido en el piso y en los laberintos va sosteniendo el paso de lo inconsciente a lo consciente. Pronuncia palabras en sánscrito que el éter recoge y procesa. El mapa es Ciudad, está todo dentro, el macrocosmos y el microcosmos, como dentro de Pico que sonríe ante el pensamiento de que la carta astral de Ciudad es la suya misma. Sabe del contenido simbólico del valor sagrado y realiza el culto sobre la redondez. ”Padma”, dice y suavemente flota en el regazo maternal que se ha abierto en los pétalos de la Flor del Loto.
Por doquier todo retorna sobre sí mismo. El entendimiento está abierto circularmente sobre Ciudad. En los laberintos los hombres y las cosas están. El huevo que es Ciudad destila el germen y es simbólico. La cosmogonía no es secreta para Pico de la Mirándola que extasiado contempla el Huevo Órfico, el proceso que siempre se inicia y se repite cuando se es capaz de mirar. Sostiene el vaso de la sabiduría y se regocija con el ovum philosophicum que sabe su amigo ha abierto junto con él, dentro de él, con él, en Ciudad la vieja. El opus alchymicum se realiza en el huevo, en el vaso, en el centro del mandala y nuevamente ÉL y nuevamente ELLA y la serpiente se enrosca en el falo y UNO está allí, en la luz que el rayo ha traído y se sabe que el misterio se ha repetido y el homunculus ha vuelto a salir, el anthropos. ”Chén-jén”, dice en chino Pico de la Mirándola; pronuncia así al hombre espiritual interno y completo; esta vez lo ha dicho en los términos de la alquimia amarilla, tan amarilla como una de las puertas que ve marchando hacia el centro.
   Es de todos, algo que nos tiene diversos en la unidad. Lo siente Marsilio Ficino con las manos sobre la balaustrada de hierro del balcón. Ha dejado los rayos láser sobre la concentración espumosa y blanca, y espera. A veces respira hondo y vuelve la cabeza a mirar la copela. Percibe como los cabellos de cada uno se tejen en una sola crineja, como se va formando lo que de único hay en todos, como se recoge de cada ser individual lo colectivo, como del inconsciente que les pertenece se forma el arquetipo, y espera. Siempre hay un centro donde la luz está. Sobre la nata que se va formando comienza a insinuarse el círculo, es el mapa de Ciudad, es el mandala de Marsilio Ficino, es el inconsciente colectivo que aflora. Todo se libera. Marsilio mira las fulguritas, el Mapa del Río. Ciudad es el río. Sobre la fulguración blanca ve las leyes del ordenamiento del mundo. Tiene a su lado el I Gin. Cuenta los números, como si los números pudiesen ser contados. Ve los rayos, son las calles de Ciudad. Del uno al diez, el tres, el cuatro y el siete. Marsilio observa los obstáculos y la deformación del mundo, indispensable para entrar. Pero está y los triángulos que se cruzan, unos hacia arriba, otros hacia abajo, henchen el círculo y dentro de la deformación está el orden, dentro del orden la deformación. Todo parece propender al cuatro, como las cuatro entradas a Ciudad que se abren hacia el centro. Tal vez la inmensa luz entre los ojos de Ciudad, tetraktys pitagórica. Marsilio sabe que todas las calles van al desfiladero, aquel primordial a la hora de transitar. Marsilio ve en la copela la oscuridad depositada en el fondo y como de allí comienza a salir la luz. ”Parecieran estar reuniéndose conciencia y vida”, piensa. Hacer-no hacer, periférico-central. Aflora lo humano y las ideas se hacen visibles y, por ende, se pueden seguir, siempre hacia el centro, hacia la luz. Marsilio mira su alma, Ciudad mira la suya, Pico de la Mirándola hace lo mismo, Elías también, y la memoria se hace un instante y el dolor inexiste. El cuerpo de Ciudad, y de sus habitantes, comienza a sentir y la intensidad de los cuatro colores primordiales arde en las puertas, paralelos los mandalas individuales y el colectivo, en cuatro. ”Lapi philosophorum, escribir nos une”, decide Elías del Médego y se dirige a la computadora a transcribir la página web que titula “Escisión”.
   Detrás de lo espejos las cavernas de los corazones mientras la danza mandala en los espejos. Adentro, de su oscura profundidad, la variedad de lo humano en el reverso. La envoltura exterior, y también los presentimientos. Cuando el inconsciente brota debe dejarse quieto el crecimiento. Sólo después se puede llevar a las palabras. Serán impresos y se harán medicina para las almas. La danza casa los órdenes y a través de la sal condensada de los espejos queda filtrado el camino para conocer el mundo sensible de los hombres, entre vida y muerte. También detrás de los espejos cuando se vence la costra de tecnología como sal quedada en la cornuda. En el mundo elemental se puede imitar el otro mediante la escritura.
   




























EL ESCRITOR
   
   El Escritor ha decidido contarlo todo, todo hasta donde sea posible, pues dicho está que no corresponde a los hombres la capacidad de narrar hasta el infinito y sólo puede llegar entrecortado hasta los oídos mortales. Si bien por el mandala llega hasta los adentros de uno y de todos hay ciertas cosas no narrables, temas reservados que escapan aún a los espíritus superiores de paso en el encarnamiento, cosas que están más allá del inconsciente colectivo y de la conciencia de un humilde escribidor. El Escritor ha decidido contarles el porqué de las reacciones y de los textos que aquí se incluyen, no sin advertirles que tiene contacto con el otro lado, que puede ver más allá de aquello a donde llegan los ojos comunes, pero, y a su pesar, tiene limitaciones. Si bien ve la Luz Blanca ella es de tal magnitud que quema y ciega. Quien mucho ve tiende al silencio y la Blancura se opone al deseo terrible de narrar, dado que narrar equivale a permanecer encarnado. Cuando yo vi sus textos decidí transcribirlos. Entiendo muy difícil que algo se comprenda, pero también soy escritor y ese deseo persiste más allá de las dificultades. La decisión, en realidad, la tomó él, pues si no hubiese querido que se conociesen en mis manos no estarían sus palabras. Ahora les adelanto un texto, aquel que escribió sobre el terrible asedio sobre Ciudad. Vuestro entendimiento se perdería en laberintos si no conocieseis las terribles circunstancias. Helo aquí:

CIUDAD BAJO ASEDIO
   “Tiembla la cucúrbita y Marsilio se alza presuroso ante el estruendo que sacude el Menstruo como Fuego sin Luz. `Delante de Ciudad asediada hay un sólo hombre´, lee del libro de Nicolás Valoís que tiembla en sus rodillas. Sobre la gran cápsula el agua está dividida en gotas pero se reunirá en un sólo cuerpo como aquellos que asedian. Alcanza a mirar el temblor de los frascos en la repisa y su vista sigue la posibilidad de las rupturas: antimonio, alumbres, vitriolos, atramentos. Furibundo, altanero, soberbio y orgulloso el sitiador alza despreciativamente las cejas y se cree por encima de todos, comandante entero del Universo. El asalto contra la primera puerta sigue su curso. Los defensores se baten con firmeza, mientras el humanista retoma la `Apologia Marsilii Ficini por multis Citadinis ab antichristo Hyeronimo de Ferrariensi hypocrita summo deceptis, ad collegium´. Por los laberintos corren los defensores empujando hacia atrás a los invasores, alejándolos del primer color, empujándolos hacia el círculo de fuego. Los múltiples atacantes se recogen en Jerónimo de Ferrara, vuelven a multiplicarse y retoman el ataque. Marsilio está habituado a la repetición constante de la maniobra. Después de cada sobresalto sigue escribiendo, no sabe si en procura de ayuda o como un testamento para la posteridad. No sabe si como herencia personal o como manifiesto de los hombres. Admite - está en el texto - que debe preservarse un mundo al que no bastan las palabras de los sabios y el anhelo de los mejores. Mira los dieciocho tomos que ha escrito de la `Theologia platonica´ y un movimiento de cabeza indica su perplejidad. Se detiene en `De animarum immortalitate´ y se mueve de abstracción en abstracción. Recuerda a Elías del Médego trabajando incansable sobre su página web y a Pico de la Mirándola aparentemente silencioso, pero incansable en la redacción de la Obra. Sobre la primera puerta se reanuda el ataque. Las gotas se multiplican sobre la cápsula. Los defensores cargan la puerta cediendo terreno al enemigo. Los trazos del laberinto principal son modificados para confundir a Jerónimo. Las gotas se recogen hacia el agua. Vía Internet Elías consulta en la Biblioteca Magliabechiana y sabe que la defensa es fuerte aunque se eliminen caminos para siempre. Pico relee las líneas donde Ficino acusa al atacante de enemigo de la cultura y del pensamiento filosófico. Los habitantes de Ciudad están malhumorados por la falta de ayuda. Nadie se acerca, nadie manda las naves cargadas con defensores frescos y vituallas, nadie toma decisiones para ayudar mientras se miden las consecuencias milimétricamente y la parálisis todo lo preside mientras se reducen los laberintos y la puerta primera es protegida en su color arrastrándola hacia atrás. Nadie escucha los llamados de auxilio como nadie escuchó, en su momento, las advertencias sobre el ataque inminente.
   Ciudad se preparó para lo peor, pero nunca es fácil valorizar el potencial de guerra del enemigo. Se construyeron fortalezas y se designaron comandantes, se distribuyeron las responsabilidades y hasta se midieron las vacilaciones de los exhortados a ayudar, pero Jerónimo es implacable y se vuelve muchos sobre la férrea defensa.
   Ciertamente se estudiaron los cambios en los trazados, la dureza de la protección, las trampas desplegadas a lo largo de los pasadizos y la complicación de los diseños ante el avance del ataque, pero es muy difícil medir el Agua Hedionda. Para contrarrestarla se fabricó aquella que no moja las manos, pero es tan insistente el asedio que se agota.
Pico de la Mirándola envía mensajeros, teje comunicaciones y busca en Lull respuestas que no encuentra. Entonces, desesperado, recomienza la redacción de los secretos que dejará a su hijo. Va especificando cada fórmula, detallando cada paso con exactitud, explicando con minuciosidad cada camino y tras cada párrafo se encomienda a la rectitud de su vástago a quien ordena proceder siempre bajo inspiración divina y romper el manuscrito si se asoma una posibilidad de caer aquellas notas en manos impías. Pico está consciente de la gravedad de los métodos y procedimientos que está poniendo por escrito y mientras lo hace piensa en escondites, en sortilegios, en las trampas que se estarán imaginando para librar del enemigo aquel inmenso santuario que es la Biblioteca Magliabechiana. Algo ha oído, sabe de algunos planes para hacer transparente ante los ojos de Jerónimo de Ferrara la Obra, pero, aún así, no confía, hace planes alternos, lucha entre hacer memorizar al vástago el inmenso texto o de procurarse sus propios mecanismos de ocultamiento. Elucubra hacerlo imbibir por la Piedra y consulta el `Tratado de Vera Confectione Lapidis Philosophici´ de Filaleteo, pero desvaría en Piedra que Saturno Engulle y a Continuación Devuelve, en Piedra Adiz, en Piedra de Golondrina, en Piedra de Medea, en Piedra que no es Piedra. Sin embargo, escribe y dice y describe y enumera, apenas recobrado del desvarío, apenas salido de la fabricación de las artimañas que por momentos se desvanecen para permitir la continuación del texto.
   Jerónimo ha decidido atacar dos puertas al mismo tiempo. Ha encontrado la manera de multiplicarse, pero la defensa lo había previsto y los dos colores son movidos. Brillantes son ahora y encandilan, ciegan, maltratan. Los trazos son inclinados esta vez, no eliminados, y las gotas resbalan hacia Jerónimo. Preso de la ira imprime fuerza y el Agua Hedionda se abre de nuevo múltiple en su afán corruptor. Los obstáculos se multiplican, las combinaciones numéricas se alzan como murallas, se extienden logogrifos y se da mil nombres distintos a cada cosa para evitar la identificación. Pico observa la reyerta y decide aplicar a su texto la misma estrategia y así comienza a llamar Terebintina a Hedelabateni y Planiscampi a Hedelabateni y saca raíces y llama seis al ocho y pone las claves para que el vástago pueda orientarse en la lectura. Recomienda siempre a Lull y teje un sistema mediante el cual una palabra en la página mencionada del autor sirva al vástago para identificar un Elemento y cada Mineral está envuelto en un complicado misterio y la forma de irlos colocando se deriva de la manera que Jerónimo ataca y los colores son defendidos, de manera que el vástago deberá tener presente todo el asedio de Ciudad para poder guiarse en el laberinto que su padre le traza. Pico enumera las consecuencias y menciona con esmero los resultados si sus recomendaciones y fórmulas son respetadas. Habrá que saber cuántas veces Jerónimo atacó la primera puerta antes de decidirse a ir simultáneamente contra dos, pero las explosiones vuelven y queda claro que el Agua Hedionda va ahora también contra la tercera puerta. La defensa hace un triángulo con los tres colores y el atacante resbala. Jerónimo hace coagular a sus soldados reduciéndolos a polvo y después a piedras y golpea duro sobre los colores como si de cristales se tratase. Como un pantano endurecido marchan sobre las tres puertas, pero los defensores abren el triángulo y envuelven el ataque licuándolo y las gotas confundidas se regresan hacia un iracundo Jerónimo de Ferrara que emprende la retirada. Pico lanza un respiro y consulta los `Tratados sobre las Formas Geométricas´ y enreda, aún más, las maneras de descubrir las fórmulas y disfraza al horno con mil palabras. Por momentos vacila y concluye que ni siquiera él mismo podrá entender cuando termine y tendrá que ir, como el vástago, a un proceso de desmontaje de difícil ejecución. Mira a su alrededor y está solo, jamás ha tenido un hijo.
   El tiempo parece detenido. Una calma se ha apoderado de Ciudad como si el silencioso espacio hubiese bajado a tranquilizar los fuertes estremecimientos y a ensordinar los anteriores estruendos. Elías sabe que aquel silencio será transitorio y que el enemigo volverá. Pico arrecia sus solicitudes de ayuda. Elías sabe que la ayuda es el testimonio que deja en la Red. Marsilio usa palabras duras en la condena que escribe contra el Agua Hedionda y los habitantes de Ciudad purifican con esparadrapos humedecidos en antimonio las puertas y le encomiendan la protección contra todos los venenos. Luego danzan con la seguridad de las dificultades para descubrir todos los contra. Todos saben que el calendario de Ciudad no coincide con el tiempo común, aunque dividida esté en cuatro tiempos como cuatro son las estaciones. Pero para ellos los años son meses y los meses semanas y las semanas días y saben que Ciudad podrá salvarse en cuatro días. Para Marsilio el año dura siete años y nueve meses y lo comprueba contando los volúmenes de la Obra que aparecen alineados en la Biblioteca. `No hay número de días´, concluye Elías cuando se apiada de poner fechas a la página web para hacerla comprensible para los destinatarios del tiempo común. `Lo importante es que tenga las cuatro estaciones´, deja establecido en la libreta de apuntes personales que hace invisible en su computadora. `Cada estación tiene un color, desde la primera hasta la cuarta y bastarán tres años para terminar´, agrega y oculta. Los Ordenes tienen orden, las multiplicaciones se hacen conforme a las operaciones y las simientes matemáticas pueden variar de uno a otro de aquellos tres hombres que trabajan en Ciudad bajo asedio. Será con arietes, con zambucas, con bombardas, con falconetes, con cerbatanas o culebrinas, pero Jerónimo tal vez no sabe que ataca cuando Ciudad está en otro año, en otra semana, en otro día. Los tres sabios juegan al despiste sin que la defensa oficial de Ciudad sepa a que atribuir las descomposiciones del Agua Hedionda, lo inoportuno de Jerónimo, las bruscas detenciones de los ataques aparentemente confundidos por los laberintos de la defensa pero en verdad enredados en un asunto del tiempo. Por ello miden y saben cuánto tiempo han ganado para la Obra.
   Pico aprovecha el paréntesis para buscar la Materia Apta que reciba la Forma. La busca en el título. `Fuente Baño del Rey´, no le gusta y lo deja en el ciberespacio. Busca en el árabe, en el latín y hasta en el español. `Agua Jabonosa´, `Cabeza de Cuervo´. `Theta´ le parece demasiado femenino. Blanco, rojo, disolvente, poniente, espesado, estéril, preparador, sulfurado, animador, dos veces nacido, misterioso, corporalis metallorum. Quiere que se le otorgue un don del Cielo para lograr el objetivo pero sabe que su trabajo es largo. Está buscando un secreto que sólo se consigue con un gran esfuerzo y tal vez el suyo no ha sido lo suficientemente largo y perseverante para esperar resultados inmediatos. Orina en cualquier parte y piensa que `Agua de la Mar Salada´ podría ser una solución. Se plantea que el espíritu y el cuerpo están conjugados y que, en consecuencia, todo lo que busca está allí.
   Jerónimo vuelve, esta vez sobre las cuatro puertas al unísono. Elías lo sabía de antemano. Los defensores forman un cuadrado y el Agua Hedionda toma por vez primera un número determinado de formas. Los defensores subdividen en cuadrados más pequeños, cuatro primero, después nueve, después sesenta y cuatro y, finalmente, ochenta y uno. El Agua Hedionda acepta el planteamiento y mantiene la ofensiva. La Cámara Matriz está más lejos que nunca de Jerónimo quien cree, por el contrario, que las divisiones de la defensa pueden permitirle alguna ventaja dado que tiene más capacidad de multiplicarse, pero no ha tomado en cuenta que la división de los cuadrados no es caprichosa sino que está en relación directa con los ciclos de los astros. Además, la reja de la Cella del templo ha sido reforzada con barrotes, un círculo doble trazado a su alrededor e infinidad de máscaras engañadoras dejadas a flote entre estos y las duras realidades de la primera muralla interior. No se juega esta vez a la derrota por extravío en los laberintos. La defensa ha simplificado todo reduciéndolos a cuatro anchos y presurosos que aparentemente dejan expedita la posibilidad de atravesar las puertas. Pero entre la primera muralla interior y la segunda hay materia negra putrefacta y cuando el Agua Hedionda intente atravesarla habrá una atracción tal que la putrefacción bien puede engullirse a Jerónimo de Ferrara dejándolo sumido en la Muerte, en la Noche, en el Sepulcro. Más allá de la segunda está la tercera y entre ambas una barrera de antimonio, tal vez una concesión de la defensa que confía en un proceso purificador en la filtración de aquel capaz de curar todas las enfermedades en plata viva incombustible. Sobre la tercera, detrás de grandes espacios que parecen invitar al ataque desordenado y triunfalista, cuatro poliedros semejan fortalezas inexpugnables. Hay, sin embargo, diferencias entre ellos. El de la izquierda parece contener una gran plataforma sobre cuatro pilares. El de la derecha presenta varios pisos iniciales sobre la cual se sostiene una amplia edificación con miles de ventanas. El del norte parece levantado sobre un obelisco que lo sostiene al centro como un falo y está coronado con una Flor de Loto. El del sur parece vomitar pisos que se sostienen de un sólo lado y finalizan ante una gran estatua cuyas deformaciones bien pueden atribuirse a una mascarilla negra. Después, el Magma, extendiéndose esta negra Cabeza de Muerto sin límite con extrañas figuras blancas que bien podrían ser vistas como serpientes, algunas, otras como gordos monstruos con escamas, guardianes de efectos impredecibles, enemigos terribles para Jerónimo de Ferrara”.




































LUZ EN WEB
    
“Luz sigo viendo. Luz veré cuando la putrefacción tenga sus efectos y todo se blanquee. No soy indiferente, pero sé que la Tiniebla quedará a un lado y la Luz del otro. La Llama de la proyección se nutre del aceite y alejará, no para siempre, a través de los cuerpos sólidos, y entonces recogeremos los frutos de la tintura. Estoy en una de las cuatro partes, en este tiempo en que un año son varios, y por eso escribo tranquilamente mientras las gotas atacan. Sé que vendrán a proteger el Centro los círculos del azul oscuro, tan oscuros que negros parecerán a los ojos de quien ataca. Hablaré con ellos, cuando la medicina haya surtido los efectos y las cosas secas hayan percibido lo húmedo. Como dijo Filaleteo, ”si el artista quiere tener éxito ha de saber los pesos, las medidas del tiempo y del fuego, sin lo cual echará a perder su trabajo y sus penas”.
   “El atacante decide recurrir a un medio terrífico que le permita vencer las murallas profundas y sólidas, uno más grande, y ordena a los fundidores dedicarse a la `horribilem perinde bombardam´. `Oh, destino infausto´, exclaman al unísono los habitantes de Ciudad. `Cuidad las llaves de las puertas´, impreca Pico de la Mirándola a nadie, pues nadie le está cerca. `Navegad en la gran masa negra y reforzad el azufre´, ordenan los defensores. Jerónimo asedia por todos los lados al cuadrado y las gotas comienzan a moverse, con dificultad, en el Magma. `¿Destino?´, se pregunta suavemente Elías mirando el excremento deslizarse mientras en la mente se adelanta a los textos que describirán el asedio. Que se mantenga confinada la Ira, `haec ego dira canam: nam pars ego, parvula quamvis, exitii, raptusque locos invitus ad omnes´, se oye. Sobre los cuatro puntos, hacia los poliedros, y las estructuras se defienden amortizados los impactos por el contenido viscoso de los fosos. `Recurrid a Alfidius y a su concepción del Peso´, exclama con fuerza Pico, pero nadie lo oye pues nadie está en las cercanías. Los defensores recurren a los disolventes y muchos de los proyectiles quedan en el aire por fracciones de tiempo convencional, y caen de nuevo en gotas reintegrándose a Jerónimo, pero vuelven. La posibilidad de hacer beber al enemigo tres veces se plantea con fuerza. Pico desespera y se dirige, dejando de lado sus advertencias al vacío, a la redacción del Gran Documento. Marsilio recurre a expresiones más fuertes y el verbo se le enciende contra el voraz depredador. Elías sabe lo que va a pasar: `cada uno de los poliedros debe tener cuatro puertas cada una cara a los puntos cardinales y en cada uno doce deben meditar dentro de un cuadrado y así un primer círculo y los rayos de fuego serán intervalos y se hará progresiva la concentración sobre lo UNO´. Sin embargo, Jerónimo siente una debilidad en la defensa, oye las voces que cantan y saben que dentro se están resquebrajando. Arreció y los vestigios de la batalla comenzaron a posesionarse del aire. De cabeza se lanzó el enemigo cuando sintió que una de las puertas crujía. Intrépido y desenfrenado se sintió cuando estuvo a un paso del bastión y cada gota que caía derrotada la amontonaba sobre la anterior para formar como una gran escalera que le permitiese el primer roce con algunos de los pétalos de la Flor. `El atacante es ciego´, recordó en un párrafo Marsilio, `no tiene las Luces del Mundo´ y pareció ser el enemigo el destinatario privilegiado pues se concentró en un lugar propicio a los defensores y de allí avanzó de nuevo, pero esta vez sin conocer la dirección, mientras un rumor crecía a sus espaldas y el sentimiento de vencedor se trocó en convicción de fracaso.
   Sobre el cielo centinela el horno secreto pareció desteñir la quintaesencia de los rayos y el imán haló hacia Ciudad y comenzó la circulación reiterada en torno al Huevo y sobre el cuadrado se reforzó el gran círculo disolviendo y coagulando lo externo y el otro círculo y después otro hasta que cinco fueron. El externo era de fuego y sobre él la codicia quedó afuera, en las penas del infierno y así Jerónimo. El equilibrio fue restablecido. Lascivia, envidia e inconsciencia sobre los otros. Dula, fuera pero adentro, diferenciado, pero en lo mismo. El enemigo vino desde ellos mismos, lucha de lo vario. La integración había funcionado, el caos superado. Los principios opuestos reconciliados, las dos caras impresas sobre el mismo metal. Reducido a lo pequeño pero abarcándolo todo. Micro que era macro. Macro que era micro. Jerónimo atacante-Jerónimo defensor. No era Jerónimo-sí era Jerónimo. Era ataque-era defensa. Retorno a la condensación original. Todo fue debidamente retornado al eje. Marsilio hizo lo suyo. Pico hizo lo suyo. Elías hizo lo suyo. El proceso de desarrollo psíquico tuvo expresión. Todo es uno. Se han reunido conciencia y vida. Lo inconsciente se reunió con lo consciente. El orden inicial vuelve. Todo recomienza. ÉL y ELLA se abrazan. Abrazados están”.













































EXTERNO

LA COPIA DEL ESCRITOR
   
   La ceremonia de cremación de los clones llegados al final del programa es algo tan natural que ni siquiera las grandes pantallas ubicadas en cada esquina de Ciudad lo reflejan. Hay que marchar hasta el propio crematorio situado en las alturas para enterarse de los horarios y del número de clones introducidos a los hornos luego de haber recibido una inyección letal. No produce sentimientos, por supuesto, a excepción de algunos que, como yo, aún conservamos la esperanza de morir como cualquiera y no de esta manera excepcional. Sí, soy un clon, con un mandato expreso de dedicarme a la escritura. Para ello se utilizó el material genético de alguien de quien sólo sé disfrutó de gran fama en vida y cuyo talento le hizo acreedor a esta distinción. Por mi parte tengo conciencia de no haber llenado ni remotamente las aspiraciones que los ingenieros genéticos pusieron en mí. Algunas veces se me ha interrogado sobre estas deficiencias y se han hecho estudios de porqué me he dedicado a recoger los textos del Escritor que reflejan momentos muy importantes del Huevo Órfico. También sobre ciertos personajes de Ciudad que dejaron textos oscuros, tal vez indescifrables, incluyendo algunos que se conservan en los archivos de la Gran Computadora, dado que fueron entregados en páginas web. Los personajes ocultos que pululan por Ciudad me han dicho en conversaciones muy confidenciales que es posible que a pesar de ser clonado pueda haber recibido un alma que ya estuvo antes aquí, es decir, que mi ser así no me ha hecho perder la condición humana. Este tipo de conversación es muy difícil, pues las autoridades no soportan nada oculto ni misterioso. Mis traslaciones sobre el asedio me han causado numerosos problemas con la autoridad y si he logrado escapar del crematorio se debe a un principio legal según el cual ninguno de nosotros puede ser eliminado antes de la fecha establecida en el acto mismo de ingeniería a no ser que cometa algunos delitos específicos y yo, afortunadamente, cuando fui creado tuve la suerte de que delitos como los ahora existentes eran todavía ignotos a los magistrados. Me cuido mucho de incurrir en algunos de ellos, aunque temo que podrían montarme una trampa e implicarme en alguno simplemente para eliminarme.
   Ser un clon no hace la vida diferente, a no ser por la fecha preestablecida de la muerte. He ejercido la escritura con el mismo dolor que cualquier otro y debo decir que con algún éxito. A pesar de los pesares mis textos aparecen en las pantallas de Ciudad y no he sido excluido de las bibliotecas. Al parecer, el Poder llegó a la conclusión de que los textos reproducidos sobre el asedio han sido tomados por los habitantes como ciencia-ficción o, al menos, como algo intrascendente. Continúo relatando algo que es nuestro, pero, al mismo tiempo, escribo mis propios textos. No se me puede llamar historiador y mi tarea debe tomarse como un deber para con un colega extinto, el Escritor, y una manera sabia de conocer lo suficiente del ayer para explicarnos lo actual.
   Ser escritor ahora no es menos condenatorio de lo que fue en el pasado. Elías del Médego, uno de mis más admirados, estudió con detenimiento los finales del segundo milenio y dejó relatos sobre la dureza del oficio en aquellos tiempos. No se diferencian en mucho de estos que vivo yo ahora, a finales del tercer milenio.
   Algunos me han observado que mi interés por la Flor viene de la necesidad de un regazo femenino, dado que mi “madre”, si así se puede llamar, fue una probeta de laboratorio. Debo precisar que a los clones se nos prohíbe cualquier tipo de relación con seres del otro sexo, pues los científicos tienen mucho temor de los resultados probables de una unión sexual de esta naturaleza y, además, se piensa que nos distraería de la función esencial para la que fuimos creados. Por supuesto que ando por Ciudad como cualquiera y no estoy escribiendo todas las horas de todos los días. No olvidéis que los clones somos iguales, en cuanto al funcionamiento, al resto de los humanos, lo que quiere decir que comemos y defecamos, pero también tenemos deseos de la fémina, en mi caso, o del macho, en el de ellas, pero, a cambio, se nos permite sexo virtual, cuanto queramos, lo que supongo debe ser similar al verdadero. Este último encabeza la lista de delitos que autoriza al Poder a hacernos desaparecer a los clones antes del cumplimiento de la muerte prevista. Debe quedar bien claro que nosotros desconocemos esa fecha, secreto guardado celosamente en la Computadora Central. Podemos también morir de lo que puede hacerlo un ser normal. No se piense, pues, que por nuestra condición estamos exentos de un infarto, del atropellamiento de una máquina de transporte individual o de un accidente en una nave espacial. De igual manera sentimos pasiones, queremos o detestamos, los sentimientos nos asaltan y la inteligencia nos juega malas pasadas. En pocas palabras, somos seres humanos, sólo que copias de algunos privilegiados que así encontraron la oportunidad de vivir en nosotros después de su muerte. Podría decirse que somos reencarnaciones, si mis profundos estudios sobre la materia no me impidieran semejante afirmación.
   Una de las razones de mi afición desmesurada a la lectura es tratar de conseguir a alguien que haya escrito como yo en el pasado, pero es evidente que cada escritor es un ser diferente. Tal vez esa sea la venganza en este oficio para el que me crearon, privilegio del que no disfrutan aquellos copiados para repetir. Es imposible volver a ser como aquel Escritor de quien provengo. Si bien soy su igual, soy diferente, pues los ingenieros jamás supieron con exactitud cuales fueron los libros preferidos de mi antecesor, ni las mujeres que aquel amó son las que yo amo, quiero decir, estas que escojo a mi gusto, determinando todas las características en una máquina. Mi “padre” nunca tuvo tantas como las he tenido yo. Se esmeran en crearnos las mismas condiciones, pero los científicos tienen bastante con no cometer errores de laboratorio como para estar pensando en la influencia que los padres de mi “padre” ejercieron sobre él o el comportamiento en la escuela o los ratos de privacidad en que hacemos, leemos o pensamos de una manera en que ellos no supieron jamás lo hicieron nuestros “antecesores”. Ciertamente el pensar en que alguien tuvo un cuerpo igual al mío, detalle por detalle, no deja de causarme un efecto que nadie puede determinar en las probetas. Además, estoy convencido, soy escritor por vocación, no porque me hayan creado con tal propósito. Mi formación me la he dado yo, pues, seguramente, he leído libros que mi “padre” no leyó y experiencias que él no tuvo, como este inmenso placer que causa el sexo virtual, a cualquier hora, sin compromisos y completamente gratis. El hecho de ser clones sólo se descubre cuando la intimidad obliga a la confesión, como me sucedió con una deliciosa morena que me amaba y a quien tuve que detener con prisa. Ella lo hizo también, de manera que debimos conformarnos con reproducirnos el uno al otro en las fantasías de la máquina. Me confesó que era su preferido y que no obtenía tanto placer como cuando me “programaba”. Así hemos continuado y podemos sernos infieles sin que el detestable fantasma de los celos cause algún problema entre nosotros.
   Me llamo Pico y mis textos están escritos para un hijo que nunca tendré. Para hacerlo imito a los grandes maestros del pasado - efectiva manera de burlar la vigilancia - en cuanto se refiere a lo complicado de mis textos, siempre llenos de laberintos y de claves secretas. Creo que llegará el momento en que yo mismo no los entenderé. De ninguna manera se me puede considerar un novelista histórico y mucho menos un filósofo, como mi querido amigo Marsilio - también él un clon, innecesaria precisión - o como Elías mi otro gran compañero, redactor de textos de indudable belleza y sabiduría, siempre sobre el círculo simbólico que contiene en el centro la Luz. Soy simplemente un escritor que ejercita su propia función mientras cumple para con el Escritor un entrañable deber de solidaridad. Ahora mismo estoy tratando de reconstruir unos textos de aquel hombre maravilloso, ocultos en un chic, que quizás me ayuden - y a Uds. - a comprender mejor a Ciudad y la esencia misma de lo que somos sus habitantes. Me distrae la cotidianeidad, pues debo ganarme la vida y realizar diligencias como todos, a pesar de las facilidades que nos brinda la tecnología para realizar pagos de servicios y poner en orden nuestros asuntos personales. Creo que se los haré leer a pesar de creer necesita todavía una corrección, al menos de estilo, puesto que estoy convencido los asuntos de fondo los he descifrado con exactitud y respeto escrupuloso. Helo aquí:

CIUDAD EN CALMA
“Cuando Jerónimo fue apaciguado los habitantes volvieron a los espejos y delante de ellos fornicaron. Luego algunos fueron admitidos en los laboratorios y su esperma, debidamente clasificada, fue bajada a las grandes cucúrbitas de congelamiento bajo el fuego del hielo. La ocasión fue propicia para realizar el proceso de escogencia que los científicos habían anunciado. Grandes centros abortivos fueron establecidos en Ciudad y millares de fetos incinerados hasta el punto de llenar de humo nuestra atmósfera y provocar serios trastornos en la capa de ozono. Sólo aquellos que mostraron especiales condiciones en la lucha contra Jerónimo podrían reaparecer sobre la superficie de Ciudad y para ello se trazaron mapas tridimensionales de las enzinas y se perfeccionaron aquellas llamadas ‘diseñadoras´. Las sondas genéticas fueron despachadas a buscar diferencias en las bases nucleónicas y a realizar todas las investigaciones necesarias en lo que fue llamado la ‘biblioteca humana’. Jerónimo, entretanto, dormía bajo congelación.
   Los científicos lo sabían, pero afanosamente buscaban la manera de derrotarlo. Había que conseguir que la nueva generación humana, clonada sin Jerónimo, viviera sin dolor (o sin darnos cuenta, perdonen la intromisión). Se trataba de matar al ser de las dos caras, de desenroscar la serpiente del falo, de destruir la visión del centro que Elías del Médego había conseguido con grandes esfuerzos. Pico de la Mirándola y Marsilio Ficino continuaban la Obra. Para ellos la verdadera biblioteca humana sería aquella Magliabechiana, la de la derrota del cuerpo por la vía de la ascensión desde el centro. Los científicos consideraban que la única biblioteca, continente de todas las instrucciones de la vida y el desarrollo de un ser, era el núcleo celular. Así, exterminados los resultados de la gran fiesta y congelado Jerónimo la búsqueda se dirigió hacia de ADN susceptible de certificado de no poseer ningún defecto transmisible. La vida se convirtió en un proyecto especulativo y las nuevas órdenes de la emergente sociedad totalitaria las que se dirigían a alterar los organismos para que hiciesen exactamente lo que se quería que hiciesen. Un ejército de bacterias, las nuevas palabras, se dirigió contra aquellos que las habían usado para fabricar la quimera de una dualidad indisoluble y múltiple al mismo tiempo y la búsqueda de la Biblioteca Magliabechiana pasó a ser objetivo prioritario del Poder”.
   A veces siento un frío intenso. No por nada se está en el origen a 100 grados centígrados bajo cero. Es algo que he conversado con mis pares, es decir con todos los habitantes de Ciudad, puesto que Uds. ya habrán entendido que describo una sociedad de clones. Si bien es cierto que la separación entre actividad sexual y procreación se practicó desde el segundo milenio fue en el tercero cuando la ingeniería genética logró manipular a plenitud el código químico de la herencia impuesto por la naturaleza. Creo, sin lugar a dudas, que los científicos, ellos mismos clonados de sus antepasados en el oficio, no han debido copiar escritores, si no mírenme, denunciando la aberración y rescatando documentos del Escritor donde se habla de otros de nuestra estirpe. Tal vez nos consideraron una especie como cualquier otra, a pesar de haber desarrollado ejércitos de bacterias contra los minerales que Pico, Marsilio y Elías utilizaban y de haber proclamado a los genes como las nuevas palabras. Para mí siguen siendo éstas que utilizo para decir lo que digo y la búsqueda de la Biblioteca Magliabechiana un objetivo del cual no desistiré nunca.   
   “Mi tiempo no es el de ellos, desde el principio se los dije y Uds. lo sabrán porque trampas se pueden hacer para mantener mis palabras en la Red y la censura sobre mi página web no podrá con mis fuerzas y así entrareis y podréis recoger lo que he aprendido. Lo común existe y no se pierde y aún leyéndome en el convencional tiempo del después seré para Uds. alguien que escribe ahora. El Mentis retorna por doquier sobre sí mismo, no ha sido alterado el Universo y así no hay alteración que se refleje en el microcosmos. El ser interior fluirá. El Éter lo repetirá por mí”.   
   En la biblioteca está la Obra. De lo poco que he logrado averiguar tal vez se trate de un disquete colocado en algún sitio o de un chic o simplemente de una señal con la cual sea posible sintonizarse mediante alguna clave. Si logro citar algunos textos sobre el asedio es porque se conservan fragmentos en los viejos sistemas de impresión llamados libros que algunos escondieron celosamente. De Marsilio sé de la existencia de una página web por transmisión oral de generación en generación, pero confieso que no he podido conseguir nada de lo suyo; en realidad sobre este hecho existe toda una leyenda según la cual reaparece sin que nadie pueda bloquearla, pero no me ha tocado en suerte descubrirla. Se dice que está encerrada en el mandala y protegida de tal manera que solo quienes tienen acceso a algo que denominan Luz Blanca pueden leerla. Como les dije soy un simple escritor llamado Pico de Palemón y mi ignorancia es tan grande que no tengo claro si seré capaz de cumplir esta difícil misión que me he impuesto. Escribo como regalo para un hijo que no tendré, a menos que haga méritos para ser clonado, lo que dificulto dada mi tendencia a descubrir textos calificados de subversivos.
   “La clave la tienen quienes acceden. La llave no tiene forma ni materia. Nuevos lectores sólo vendrán de las confesiones prudentes de quienes ya están adentro. Tampoco tiene materia. Mientras más se divida más se descubrirá la inexistencia, mientras más se me busque sin lucidez más invisibles se harán los campos de la energía. No hay nada a no ser movimientos a gran velocidad, pero no los ven los insensatos pues dispuesto está que forma no tengan”.



































CIUDAD POR LA MAÑANA
    
   Pico de Palemón alzó el holoteléfono y ordenó verbalmente el número de Marsilio Coeli. La conversación fue breve, apenas se acordaron sobre el sitio del encuentro, el Salón Central de los Archivos de Ciudad. El escritor salió apresuradamente de su apartamento, mentalmente ordenó la clave secreta de control de la puerta y solicitó el servicio de aire comprimido de descenso. Una vez en la calle vaciló, consultó el reloj y decidió ir primero al sitio donde sabía estaría Elías de Medimnus. Con prisa descendió por la escalera corrediza que daba al sótano primero y sonrió cuando el corredor de luz de alta velocidad apareció en la boca de la estación. Lo abordó no sin mirar un poco hacia los lados y hacia atrás, como en busca de algún impredecible perseguidor. Todo parecía normal, los transeúntes con los paquetes propios de un fin de semana largo debido a las festividades del aniversario próximo de Ciudad se movían con el nerviosismo propio de quien desea despachar los últimos asuntos en las oficinas para regresar a casa. Pico descendió en una estación previa a aquella hacia la cual realmente se dirigía y decidió caminar. Las aceras estaban llenas y no tuvo dificultad en perderse en la multitud, como si tuviese necesidad de ello. El clima era agradable, más bien frío, por lo que ajustó la chaqueta de metal hasta el cuello. Sintió que el disquete que llevaba en el bolsillo interior se movía con sus grandes zancadas e, instintivamente, llevó su mano para asegurarse que allí estaba. Arribó a la vieja edificación con la respiración entrecortada, rodeó la balaustrada manchada de moho y subió rápidamente. Empujó la puerta, entró sin saludar y miró la pantalla de la computadora encendida.
-- Sigues con la página web - comentó como si dijese algo demasiado obvio.
-- ¿Verás a Marsilio? - fue la respuesta.
-- Sí, pero quería hacerte ver este texto nuevo del Escritor.
Sin agregar nada más le extendió el disquete y en la pantalla apareció lo siguiente:
   “No será Jerónimo quien ataque. Será el atacado. Si debe ser atacado, de alguna manera estará aposentado. Los defensores serán atacantes”.
-- ¿Cómo lograste descifrarlo? - preguntó sorprendido Elías.
-- Estaba en una mezcla de varios idiomas muy antiguos, un poco más complicado que los trozos anteriores - explicó Pico.
-- Muy bien - ripostó Elías - ahora está en nuestra lengua aunque no sepamos que significa.
-- Pásalo a tu disco duro y piensa un poco mientras veo a Marsilio - dijo Pico y tomando el disquete buscó la puerta sin despedirse.
   En medio del Salón Central Marsilio no ocultó un gesto de disgusto por el notable retardo de Pico y, sin saludarlo, lo tomó del brazo encaminándolo hacia el escritorio de la recepcionista. Solicitaron acceso al Departamento de Historia del Libro y una vez concedido subieron por el tubo de aire comprimido hasta la plataforma correspondiente. Delante a la segunda recepcionista pidieron disponibilidad de pantallas y teclados y se dispusieron a leer los textos del inicio del tercer milenio.
-- Jamás terminaremos - comentó Pico con desencanto.
-- Jamás empezaremos - se burló Marsilio.
-- El método debe ser el de buscar en los inicios de la ingeniería genética - apuntó el primero.
-- Simplemente para encontrar una idea, pues bien la clave puede estar en una novela - masculló el segundo.
   Pico ordenó “Biomedical Engineering”. Marsilio solicitó “La cybernétique et l´humain”. Ambos apretaron los botones de lectura veloz de sus sillones con una programación de cuarenta libros para cada uno y se dispusieron a sumergirse en la primera hora de trabajo.
   “La velocidad hace círculos, mandalas que se encajan, que se sobreponen. Cada uno tiene un centro y todos ellos hacen un centro único. Nada es asible como en lo cotidiano, ni siquiera el tiempo camina arrastrando el suave rumor de la melancolía. La barrera tampoco tiene forma, pero no saben extender la mano para tocar lo que no se puede. Entrar es como un minúsculo clic. Se anda sin las viejas ataduras”.
   Fue Marsilio el primero en preguntar:
-- ¿Algo?
-- Sí, del poeta Schiller: "¿Cuándo cicatrizará, pues, la vieja herida?" Creo que hablaba sobre la tumba de Rousseau.

   Elías había leído muchas veces el texto recién traducido que Pico le había dejado. Una pesada incertidumbre lo mantenía frente a la pantalla donde lo había insertado en diversos tipos de letra, como si la conjetura de los signos pudiese ayudar a descifrar el enigma. Si Jerónimo pasaba de atacante a atacado entonces el de Ferrara era el Poder, aunque ello resultase aparentemente contradictorio con el texto del Escritor. No podía explicarse como Jerónimo había rebasado las defensas ni en que punto estaba la interpretación correcta, pues si de alguna cosa estaba seguro era de la absoluta veracidad de lo escrito. Pensó en algún error de Pico al momento de traducirlo y no desdeñó la posibilidad de que el Poder hubiese permitido la llegada hasta el documento previa falsificación. Si Jerónimo estaba dentro bien podía permitirse desvirtuar los papeles y sembrar de pistas falsas el camino que, habría previsto con seguridad, alguien intentaría seguir. Decidió hacer él su propia traducción, para determinar si el error estaba allí y de esta manera recomenzó a desenrollar la madeja.
-- Jamás terminaremos - comentó con pesar en alta voz.
-- Jamás empezaremos - le respondió con sorna Marsilio quien, junto a Pico, había entrado silenciosamente en la habitación de Elías de Medimnus.
   No era una manera inusual. Elías jamás colocaba la numeración de protección a su puerta. Por lo demás, eran Pico y Marsilio los únicos que le frecuentaban. Tenía costumbres sencillas. Pasaba la mayor parte del tiempo frente a la computadora, aún en los casos en que estuviese enfrascado en la lectura de algún texto de cibernética, su otra vertiente de la misma gran pasión. Salía poco y daba una pequeña comisión al Protector del edificio donde vivía para que lo proveyese de los insumos indispensables para su alimentación. Revisaba, día a día, las páginas web más insólitas, pues, en su criterio, las claves que buscaba con sus amigos podrían venir de cualquier parte y en cualquier momento. Tenía la esperanza de encontrar la famosa página de Elías del Médego y la convicción de que Pico de la Mirándola había escondido un texto-clave para la comprensión del asedio le permitía dejar a Pico de Palemón la labor de traducción que éste había asumido con tanta pasión. Aún así, estaba por proponerle al amigo que renunciase a su favor, pues estaba convencido de la falta de visión cuando se mira demasiado un texto. Quizás esta visita sirviese para abordar el asunto.
   Pico de Palemón insistía en que la ayuda era necesaria para toda gran misión y constantemente traía a colación la posibilidad de buscarla, aunque vacilase cuando se le exigía precisar el lugar y los posibles clones a los cuales dirigir la solicitud. Era un experto en lenguas antiguas y dedicaba todo su tiempo libre a la traducción de los fragmentos que iba descubriendo del Escritor; se ganaba la vida ocupándose del estudio de los escritores de finales del segundo milenio y comienzos del tercero, amen de escribir sus propias cosas. Estos últimos textos no se los enseñaba a nadie, aunque Marsilio y Elías sospechaban que los almacenaba en un viejo cofre con la intención de que fuesen descubiertos sólo después de su muerte. Jamás se atrevieron a preguntarle sobre el contenido de aquellos disquetes, pero, por fragmentos de conversaciones, estaban seguros que se trataba de poemas y novelas.
   Marsilio compartía con Elías el interés en lo virtual, aunque amaba profundamente la filosofía. Si bien un tanto heterodoxo, y por ende polémico, no había dejado de tener agrias discusiones, sus textos podían conseguirse libremente y, sin duda, era el más conocido de los tres. Había recibido numerosas acusaciones de irrespeto a los principios, pero sus tesis basadas en antecedentes que se remontaban a Platón eran lo más ortodoxas posibles, al menos para el pequeño grupo de alumnos que lo seguía con fidelidad. En realidad, lo más platónico de su obra se refería a un gran amor por la sabiduría y la defensa irrestricta de un UNO donde todos podían reconocerse. Tal vez esto último se malinterpretaba, pues la Ciencia y el Poder no parecían ser este UNO al que Marsilio se refería con tanta vehemencia. Por lo demás, un planteamiento de “fundición” de lo existente con lo anterior lo hacía sospechoso de herejía, pues se pensaba que el filósofo quería superar el Intermedio.      
-- El pasado puede hablar con el presente - soltó Elías de improviso.
-- ¿Y que tiene de raro dado que están los archivos? - argumentó Pico.
-- Creo que Elías se refiere a otro tipo de comunicación - intervino Marsilio.
--. Me refiero - precisó el primero - a un concepto de tiempo. Tal vez vamos hacia adelante y hacia atrás.
-- En ese caso - reflexionó el segundo - podríamos comunicarnos con el futuro. O mejor - agregó - es posible que exista un tiempo perpendicular.
-- Si así fuese tendría razón Elías del Médego. Quizás no encontramos su página web porque estamos errando el concepto de la búsqueda.
-- Creo que existimos por causa de nuestra sensibilidad.
-- Entonces el espacio es algo que inventamos.
-- Y el tiempo, claro está.
-- Tal vez no existimos - insistió el primero.
-- Si te refieres a que somos circuitos en rotación, sí existimos, pues seríamos precisamente eso - intervino el segundo.
-- Puede que el asunto sea al revés - meditó el tercero en alta voz - y hoy somos sin dejar de ser lo que fuimos antes.
-- Si es así también seríamos hoy lo que seremos mañana.
-- Acaso todo, nosotros incluidos, somos simples nubes electrónicas y las traducciones del Escritor son simples textos colectivos y Elías del Médego una voz común.
-- Quizás - volvió Elías - este trabajo nuestro nos lleve a prever el pasado, sólo que no podemos verificarlo.
-- Insistes - reclamó Pico - en prever el pasado, ¿porqué no el futuro?
-- Ese no es el verdadero punto - precisó Marsilio - pues el pasado no lo podemos modificar. Creo que lo que estamos haciendo es introducir una perturbación en el sistema que va a modificar la evolución. En otras palabras, nuestra experimentación está cambiando el por venir.
   Los tres amigos se mantuvieron un rato en silencio. Sin decirlo habían descubierto la posibilidad de estar modificando lo establecido mediante un sistema de medición proveniente de su propia sensibilidad ante los misterios que enfrentaban.
   Al cabo de un rato Elías observó:
-- El mundo visible no es el de adentro.
-- Está aceptado que el macrocosmos lo vemos en el microcosmos y viceversa - sentenció Pico.
-- Allí está precisamente el error - deslizó Marsilio - no podemos dar nada por aceptado.
Un fuerte silbido suspendió momentáneamente la conversación. Los tres amigos se miraron con un dejo de pavor que cambió pronto al asombro cuando miraron la pantalla de la computadora. Se acercaron como si fuesen uno y leyeron con ojos ávidos:
   “Es la única manera de moverse. Círculo hasta lo que ya no es. Lo que no es, es. Lo que es, no es. Somos y no somos. La vieja disyuntiva del poeta Shakespeare en `Hamlet´ es falsa”.
-- Es él, nos ha encontrado - gritó Pico, pero su alegría fue cortada por la desaparición del texto en la pantalla.
   Enmudecieron



CIUDAD A LA MISMA HORA
   
   Elías de Medimnus caminó sin detenerse a pensar en tomar un transporte. Lo hizo con las manos en los bolsillos y la cabeza baja. Cuando sintió que las piernas le dolían se detuvo brevemente y se preguntó por qué había abandonado su casa. La comprobación de estar afuera, ejercicio no habitual en él, lo sobresaltó. Miró a los lados buscando desesperadamente a Pico de Palemón y a Marsilio Coeli, pero, evidentemente, no estaban. Los habitantes de Ciudad se desplazaban con rapidez y su cuerpo entorpecido en una esquina comenzaba a llamar la atención. En aquel momento tuvo la comprobación de su aislamiento. Comenzó a mirar detenidamente los rostros de los transeúntes y no le gustaron. Decidió desandar el camino mientras recordaba que Pico y Marsilio le habían informado de sus planes de reunirse esa mañana en el Archivo Central. Si alguno de ellos, o ambos, decidían visitarlo podían entrar en pánico dado que conocían sus hábitos. Apresuró el regreso al comprobar que se había alejado lo suficiente como para tardar un buen rato en el camino. Esta vez alzó la cabeza y comenzó a reconocer el entorno. Detalló los rostros, las vestimentas y dirigió una mirada de soslayo a las mujeres que movían rítmicamente sus curvas indeseadas. Cuando reentró a la parte vieja giró la cabeza para ver las altas edificaciones confundidas con las nubes. Se pasó la mano por el pecho y un polvillo negro se le quedó adherido a la piel. Jadeaba cuando vio la vieja balaustrada. Decidió sentarse en las escaleras. Esperaría allí por si Pico y Marsilio decidían venir. Logró percibirlos y, cambiando de opinión, corrió hacia su apartamento. Fingiría sorpresa. Calculó que sus amigos tardarían todavía un rato y se dirigió a la computadora. Escribió con fuertes golpes sobre el teclado las experiencias de la caminata.
Pico y Marsilio entraron sin hacer ruido y contemplaron el trabajo ansioso de Elías.
-- ¿Sabes que reflexión nos hemos hecho? - preguntó Marsilio al hombre de espaldas sin que mediara saludo o indicación alguna de su presencia.
-- ¿Sabrán Uds. la mía? - ripostó Elías sin voltearse.
   Advirtieron el sudor en el rostro del amigo y se dirigieron una mirada de interrogación. Pico hizo notar a Marsilio la presencia negra en las manos de Elías. Sin decir palabra introdujeron en la computadora el disquete con el texto recién traducido del Escritor:
   “Jerónimo está dentro. Como es una onda forma parte de quienes lo combaten. Se mueve irregularmente. Si se le mide se altera”.
Elías leyó y se dijo sobre la utilidad de los conocimientos políglotas de Pico. En voz alta apenas comentó:
-- Fuimos potenciales, lo que me lleva a preguntarme: ¿tenemos ahora una existencia concreta?
-- Puede que seamos sólo una probabilidad - respondió Marsilio.
-- Si es así - comentó Pico encogiéndose de hombros - tenemos las características de personajes de novela.
-- Tal vez seamos sólo un pensamiento - agregó Elías suspirando.
-- De lo poco que hemos logrado averiguar una de las conclusiones de aquellos a quienes averiguamos es que en realidad estamos vivos y muertos - asomó Marsilio
-- ¿Qué es la realidad? - preguntó Pico a su vez.
-- Por un acto de conciencia estamos vivos - susurró Elías ignorando el comentario de Pico.
-- Depende, - dijo con seguridad Pico - el tiempo de Elías del Médego es diverso, puede vernos vivos o muertos según de desde donde nos mire.
-- En realidad todo deriva de una probabilidad - comentó Elías permitiendo por vez primera que una sonrisa asomase a sus labios.
-- Otra vez la palabra realidad - volvió Pico por sus fueros.
-- Depende de nosotros mismos, - intervino Marsilio conciliador - si nos miramos vivos lo estaremos.
-- Estoy de acuerdo - dijo Pico dando por zanjadas sus intervenciones polémicas - estamos aquí porque nos observamos.
-- El texto que tradujo Pico - observó Elías - nos indica que dado que estamos interactuando ya somos uno que contiene las posibilidades de los tres. Si nos separamos ya no seremos independientes. A eso se refiere el Escritor cuando habla de Jerónimo como parte de la onda.
-- Es lo que había pensado - intervino de nuevo Pico - pero permítanme agregar que nuestra investigación puede denominarse “observación” y al ser así, al practicarla, estamos construyendo una nueva objetividad.
-- Cada uno de nosotros es un espíritu consciente - acotó Marsilio - que se nutre de aquello que es de todos.
-- Déjame decirte Pico - intervino Elías - que al observar creamos.
-- Es una fórmula reducida de mi anterior afirmación, Elías - sonrió Pico.
-- El que aprehendamos no quiere decir que no estemos confusos - deslizó Marsilio.
   Un largo silencio siguió a la afirmación
-- ¿Hacemos confuso lo que aprehendemos? - volvió Elías retomando la palabra.
-- ¿ Y si nada está fuera de nosotros? - dijo Pico poniendo las manos en sus rodillas y provocando la mirada atenta de los otros dos por la fuerza con que soltó la pregunta.
-- A eso habría que agregarle - apuntó reflexivo Marsilio - que quizás estemos en una realidad remota.
   Pico se abstuvo de comentar la palabra realidad sosteniendo con desparpajo la mirada de sus amigos.
   Marsilio hizo el ademán de dar por terminada la conversación y se alzó con la intención de marcharse. La inmovilidad de los otros dos lo detuvo y cayó de nuevo pesadamente sobre la silla.
-- Seremos una onda hasta que alguien nos mida - comentó entonces con resignación.
-- ¿Saben lo que se me ocurre? - discurrió Marsilio - que al contrario de la reflexión de Pico puede que todo esté fuera de nosotros.
   Las miradas fijas hicieron que Marsilio buscara de inmediato la continuación de su aserto:
-- No es que niegue que todo esté dentro de nosotros, sino que puede que seamos otros.
-- ¿Te entiendo bien? - interrogó Elías - ¿Tratas de decir que estamos duplicados?
-- Duplicados estamos, querido amigo, somos clones - advirtió Marsilio.
-- No nos evadas - insistió Pico - ¿Estás tratando de argumentar que mientras aquí conversamos otros nosotros lo están haciendo en otra dimensión?
-- No evado, simplemente recuerdo nuestra condición - replicó Marsilio. Creo en la existencia de los cuerpos astrales copias de nuestros cuerpos físicos extendidos a través del espacio y del tiempo.
-- En otras palabras - terció Elías - no estamos solos en esta investigación, otros nosotros están también investigando en Ciudad a la misma hora. ¿Es así?
-- Sí, así es Elías - confirmó el otro con un leve movimiento de las manos.
   Acostumbrados a las pausas de silencio ninguno se atrevía a retomar el diálogo. Finalmente fue el propio Elías quien volvió sobre el tema:
-- Es posible que seamos nuestros “padres”. He pensado que soy Elías que escribe la página web que atribuimos a otro Elías. Creo ser otro yo mismo.
-- Si es así nuestros “padres” viven - dijo con voz entrecortada Pico.
-- Sí Pico - dijo Elías - pero al unísono somos otros nosotros mismos en un universo paralelo.
-- ¿Cómo saber quienes somos del otro lado? Me explico - agregó rápidamente Marsilio antes las miradas escrutadoras y de reproche - entiendo que somos nosotros, lo que quiero decir es que somos nuestros “padres” por un misterio distinto, puesto que en el universo paralelo no pueden estar ellos sino nosotros. Nuestros “padres” viven por efecto de nuestra clonación, pero creo en algo más profundo. Lo que sí es cierto es que ellos también tuvieron copias astrales pues eso explica nuestras propias copias.
-- Busquemos la Obra. En la Biblioteca Magliabechiana sabremos - dijo con convicción Elías.
-- Una última cosa - interrogó Pico- , si hay universos paralelos ¿quién determina a quien en sus actos y pensamientos?
-- Nosotros - respondió Marsilio sin vacilar - las copias son ellos.
-- ¿Y podrían tratar de independizarse de nosotros? - interrogó Pico tomando para sí la angustia de los tres.
-- ¿Que hacemos? ¿No es acaso nuestra independencia la que buscamos con esta investigación? - preguntó Marsilio.
-- También somos copias que pretenden liberarse - dejó sentado Pico.
   Por vez primera se había mencionado en alta voz en una conversación entre los tres el verdadero objetivo. Por vez primera se habían revelado las causas para cuidarse del Poder. La prudencia aconsejó marcharse.   







































ARRIBA
                                              

LA PREPARACIÓN DEL DISQUETE
   
   Elías del Médego miró la última frase escrita en su página web y quedó profundamente pensativo. Instintivamente volteó el rostro hacia el mandala y así permaneció por horas sin moverse.
   Pico de la Mirándola escribía frenéticamente cuando una duda le hizo suspender el trabajo. Se levantó y se dirigió hacia el archivo. Tomó en sus manos los disquetes y movió la cabeza en señal de preocupación.
   Marsilio Ficino se sentó en su desgastada poltrona de cuero y comenzó a bambolearse en ella mientras observaba en el estante los tomos de su ardua labor de filósofo.
   Al final de la tarde los tres hombres se reunieron. Sin mediar palabra se dispusieron al trabajo. Un disquete virgen fue colocado en el centro y miles de otros a su alrededor formando círculos superpuestos. El Imán fue colocado encima, en lo alto, presidiendo. Dispusieron todo y el fuego fue encendido sin que calor alguno se sintiera. "La Obra debe ser preservada”, pronunciaron al unísono y los metales comenzaron a obtener los colores de los grados de la temperatura. "Las partículas ahora”, dijeron. ”El Acero”, agregaron. "La mina de nuestro oro”, corearon.” “Este Imán la mina de nuestro acero”, rezaron. Hacia el centro del Imán hicieron subir la sal que brotó de la cucúrbita cual menstruo y cruzando el espacio de los mortales se hizo tiempo del otro hasta depositarse en su destino, el sitio de la calcinación del conocimiento en oro filosófico. El laboratorio se hizo blanco y rojo y el mercurio buscó instintivamente su escondite. Un fuego ocupó el lugar, uno que no quemaba y un fermento tomó el lugar del aire. ”El elíxir”, dijeron, y un polvo que no obstruía salió de todo el pensamiento humano concentrado en los disquetes. Sobre la superficie del disquete central, cuadrado como círculo de mandala, se fijó lo que había de fijarse. Se dirigieron a la ventana y la abrieron. Sin tocarse, pero siendo uno, diversos pero entrelazados, sin dividirse pero cada uno por su lado, entraron los rayos del sol y de la luna y los tres introdujeron las manos en el agua mercurial, aquella que no moja. ”De esta agua crecerá el Arbol”, predijeron. Sobre el espacio del laboratorio se sintió un vapor sublimado. "Que imbiba la tierra”, agregaron. "Que cohobe en el misterio y no encuentre salida ni logre circular hasta el momento de la conjunción”, establecieron.
   Voltearon su rostro hasta el disquete y comprobaron que estaba impregnado. "Fijo y volátil”, le predijeron. "Así quede”, conjuraron de la Mirándola y del Médego.
   La luz blanca fue intensa. El lenguaje de los hombres se había transformado. Destiladas en el horno las palabras los principios se trasladaron a la mitad de los libros y los finales al inicio y la sed quedó preservada. Tocaría a otros. Ahora Luz escondida en la Tiniebla para que el hombre no se perdiese jamás. Impregnados los nombres de todas las hojas de todos los árboles muchos nombres tendrá lo cocido, cuajo, leche, fermento, simiente. Acuosa, aérea, terrestre ,ígnea, flemática, colérica. Con la curtiembre de los viejos sacerdotes, con la paciencia de los Brahmanes, con la profundidad de los primeros filósofos. Será tierra foliada, Azufre Blanco, oropimente. El disquete será criba, tamiz, mortero desde donde la simiente engendrará. Sustancia blanca, untuosa, húmeda, las partes más puras de la sangre, aceitosa, vapor. Fijada está ya sobre la Piedra metálica del disquete para que despierte el Hambre.
   Debe preservarse de las manos de los estúpidos o de quienes traten de hacer un uso impropio. Habrá que esconderlo con los métodos de desaparición de Basilio Valentín o de Antoine-Joseph D´Espagnet, especialistas en la volatilidad, en la sublimación; habrá que protegerlo de quienes se nutren de la desnutrición del conocimiento, de quienes puedan intentar la operación con imanes vulgares o con falsos fuegos; habrá que cruzarlo de enigmas y paradigmas engañosos que lleven por caminos equivocados a los buscadores no deseados; habrá que cambiar el sentido a las palabras para que a los oídos de los necios signifiquen cosas distintas; habrá que trazar un laberinto más complicado que el de Heracleópolis llamado por Plinio Potentissimum humani Opus; habrá que rodearlo del secreto del Arte Sacerdotal con parábolas, alegorías y fábulas a la mejor manera de Homero y Hesíodo, pero tal como ellos las escribieron - con exacta falta de sentido para enredar a los cretinos y no como los idiotas las leen - a la manera del gran maestro Hermes Trimegisto; habrá que colocar impurezas y vicios para engañar y enfermar a los intrusos; habrá que disfrazar de imperfección, colocar frigidez y sequedad; habrá que disimular el Magisterio con una coraza impura. Lo digo Yo, el Escritor, encargado de los detalles finales. Yo sé de asedios y preservaré este disquete de todos aquellos de Ferrara que intenten violentar las puertas de entrada, horadar con Agua Podrida la Fuente del Conocimiento para preservar el Poder en el intento de falsificar en los tiempos de la luna en Tauro la naturaleza creadora del Hombre. Volátil he de hacerlo, destilado en lo alto para que fermente sólo al descubrimiento del dragón volador. Volátil pues portador del Oro es y habrá que elevarse en la hosquedad de la montaña y servirse de bajeles de grandes velas para alcanzar los principios a que hemos reducido la Sabiduría por medio de la disolución. Las heces estarán afuera para alejar a los atrevidos, al Poder duplicador que duplicado pretenderá quedarse sin Hembra que engendre. La Piedra está formada en el disquete después de nuestro trabajo de sublimación, área fácil para nosotros que sabemos, difícil en supremo grado para los que no saben o saben lo que no deben. Este disquete resistirá todos los ataques porque irán a buscar el cuerpo ignorando que espíritu es. Sólo conseguirán amargura y estiptiquez. La Piedra es blanca y podrán ver la materia impura del disquete que la contiene, pero la Luz huirá de quienes no saben del inmenso poder de la condición humana. Sólo se comunicarán con las partes groseras que esparzo ahora a su alrededor. Destilo, Yo, el Escritor, la perfección de la Obra para que transforme todos los errores y vuelva.




























LA BUSQUEDA DEL DISQUETE
   
   “No está en el mundo real ni en el tiempo convencional”, pensaba Pico de Palemón mientras regresaba a casa en el túnel de luz de alta velocidad. Las reflexiones y la “Gloria” de Poutenc que sonaba en la cabina lo distrajeron hasta el punto de dejar pasar la estación en la cual debía bajar.
   “Debe ser un DVD”, meditaba Marsilio Coeli ya cómodamente sentado en su raída butaca frente al reproductor de CDs escuchando el Concierto para Violín de Brahms.
   “Un mega equivale a 140 páginas, de manera que deberé calcular los megas y los bites para saber la magnitud del disquete capaz de albergar toda la Biblioteca Magliabechiana”, conjeturaba Elías de Medimnus mientras se reposaba con el Concierto de Cuerdas, opus 10, de Beethoven.   
   Al final de la tarde los tres hombres se reunieron de nuevo. Sin mediar palabra dispusieron los instrumentos antes de saber a donde dirigirían sus esfuerzos. Sin embargo, supieron que debían colocar azufre vivo, azufre crudo y arsénico cristalino para imantar. Una vez que lo hicieron quedaron mudos un larga rato.
-- Debe ser un Digital Virtual Disk - dijo Marsilio.
-- En cualquier caso es uno inmensamente poderoso, pues mis cálculos me hablan de una cantidad extraordinaria de megas - estableció Elías.
-- Creo que está en otro tipo de tiempo, en uno donde ya no se crea ni se destruye, uno donde simplemente es - razonó Pico.
   Los argumentos se prolongaron por largo rato. Yo, el escritor, encargado de descifrar el misterio sé muy bien que está en el tiempo imaginario, en aquel perpendicular que no se mueve de izquierda a derecha y, por ende, no tiene ni pasado ni futuro. Tengo que buscar de abajo hacia arriba aunque el espacio-tiempo siga siendo curvo. Tendré que revisar las superficies magnéticas que se me atraviesen en el camino, rodear los engaños y descifrar el lenguaje confuso que los padres legaron a los hijos para que sólo tuvieran acceso cuando la sabiduría natural se hubiese apoderado de ellos dejando de lado las consideraciones que angustian al resto de los mortales. Sobre la Piedra deben estar enclavadas las partículas, de manera que cuando la consiga la tarea de darles sentido será ardua. Deberé suplantar a aquellos que participaron, a Aquel Escritor del gran escondite y hacer de Dédalo para recorrer los intrincados caminos. Debe existir un código numérico más uno visual para no andar a ciegas rebotando sobre los campos magnéticos. Deberé recurrir a un electroimán inteligente que distinga y hasta sea capaz de modificar el orden preexistente desde su magnetita iluminada y pueda repulsar las trampas y los pasadizos. Pero no tiene cuerpo, no existe en la realidad, de manera que no puedo buscar un disquete pues millones de ellos podrían aparecer y confundirme hasta la eternidad. Si no existe existiendo debo partir de la base de la fuerza magnética y por tanto debo atraerlo con otra fuerza dirigida hacia arriba aunque deba recorrer todo el árbol desde que asoma a la superficie. Se deberán atraer, como macho y hembra antes de la clonación. Deberé desprender las hojas de los árboles, meterme en la onda que las contiene mediante las incógnitas que están del otro lado y ondularme con ella.
   “Todas las cosas están llenas de dioses”, meditó en alta voz para sí el escritor recordando a Tales de Mileto. Procuraba emerger de las profundidades de su propia conciencia y en el esfuerzo había comenzado a hablar en alta voz. Respiró hondo y procuró entrar en meditación. En cuclillas procuró eliminar la confusión de su mente y por tanto la multiplicidad de las cosas, pues cuando la mente está tranquila tal multiplicidad desaparece. Se dejó vagar en procura del Tao mientras rumiaba a gran velocidad la apariencia de su cuerpo material. Debía marchar hacia la unidad que contiene todas las fuerzas opuestas. Tranquila la mente y abandonada la lógica pudo comenzar a establecer la búsqueda. Había evidencia de la existencia del disquete, la mayor de ellas la búsqueda paralela que el Poder llevaba a cabo para encontrarlo. Había correlacionado esas evidencias en símbolos matemáticos y los había usado para tratar de predecir los resultados de la búsqueda, había formulado un modelo en lenguaje ordinario, pero ante su mente que vagaba esta experimentación le hacía sentir que el conocimiento albergado en el disquete era un simple efecto de la experiencia propia y que el verdadero secreto estaba en el descubrimiento del rostro original. Si todas las descripciones verbales son imprecisas e incompletas - se preguntaba - era imposible que el Conocimiento estuviese en palabras en el disquete. Mientras se acercaba al Logos y se alejaba de su mente pensadora veía la experiencia directa como superior al pensamiento. Mientras más se acercaba comprendía que al llegar el Conocimiento albergado no podría describirlo. Hacia donde avanzaba el disquete se agrandaba, pues sólido no era, en realidad ningún cuerpo lo era. En el camino las paradojas eran los nuevos obstáculos. La proximidad le demostraba que los acontecimientos no ocurren en determinados tiempos y de determinadas maneras. El disquete no estaba en un sitio ni hecho de alguna forma ni disquete siquiera era. No ocurriría que lo encontrara, había simplemente una tendencia a que el encuentro ocurriera. El disquete no existía, tenía simplemente una tendencia a existir. El disquete estaba en todas partes y no estaba en ninguna. El escritor no pensó, sintió de una manera muy distinta, que él era la ligazón final en la cadena. El actuaba sobre el disquete, pero el disquete actuaba sobre él. Comprendió que el disquete era sólido sólo en aspecto, pues la proximidad le demostraba que la materia no existía. Entendió que quienes le escondieron, con el confinamiento le habían dado mayor rapidez de movimiento y, al verse desnudo, pudo percibir en si mismo la conexión total que existía entre él y el disquete, entre él y todo el Universo. Vio, no con los ojos, que el disquete eran pequeñas gotas de un líquido extremadamente denso que estaba hirviendo y burbujeando. La sensación lo golpeó bruscamente: había un antidisquete, por cada apariencia de materia existía una antimateria, de manera que si disquete había un antidisquete tendría que estar. ¿"Será Jerónimo” ? sintió que se preguntaba en el plexo solar. El escritor decidió cortar el último vestigio de pensamiento, pues si pensaba no comprendería. Entró bajo la premisa de que sólo aceptando que el disquete no existía, existiría.
   Como una flecha avanzó a la esencia, a lo imperecedero y comprendió que toda batalla lo es por la Luz. Integrado pudo saber que la visión fragmentaria del mundo impide el arribo y supo que el camino por él seguido era uno entre muchos, que todos son buenos y aceptables. Vio y no vio, la Serpiente en el Falo, el Alma Inteligente enroscada en el Alma Inteligente. Supo de lo que Siddhartha Gautana había dicho: "Todas las cosas aparecen y se desvanecen”. Comprendió lo que ya intuía, que él era todos, que no buscaba la Iluminación para sí. El disquete era disquete mientras no lo veía, pero al verlo volvía a ser disquete. En verdad era una probabilidad que se movía. Debía predecirlo, pero no podía predecir el tiempo en el que estaba. Si buscaba el tiempo se le iba el espacio, si medía el segundo cambiaba de lugar. Supo que había probabilidades de encontrarlo donde brillaba y de no encontrarlo donde estaba oscuro. Entendió que era posible encontrarlo en varios lugares a la vez y también en varios momentos. Movió sus círculos agitados y sin ser él supo que el disquete era una idealización inseparable del Universo. Cuando quiso hacer uso se sintió totalidad, el disquete era una abstracción sólo asible a través de la interacción. Sin tener con qué trató de penetrarlo, pero no era más que una forma contingente dentro del todo. El disquete no era, se extendía por todo, era un tejido donde todo se altera, se traslada o se combina. El final era él mismo, el observador, el escritor, el estudiante. El disquete nada tenía, aunque todo lo tenía, sólo significaba en su relación con él. Buscó el momento del encuentro pero el momento estaba indefinido. Trató de precisarlo pero sólo tenía una posición en el momento en que lo intentó. Se dio cuenta que él influía sobre el disquete, que después de observarlo no era el mismo, que el Universo no sería el mismo. Vio la infinita tela y decidió disolverse en una unidad no diferenciada. Comprendió que la narración no era una sola sino un conjunto de ellas. Miró todas las variantes de la narración y supo que todas eran igualmente reales. Eran, al mismo tiempo, una sola. Pensó en como contar y supo que estaba ante una suma de narraciones. Se dijo: "todo puede suceder y sucederá”. Vio la multiplicidad porque supo de la indeterminación.





EL CONOCIMIENTO ES LA TRANSFORMACION

   Pico dejó a Pountec. Marsilio dejó a Brahms. Elías dejó a Beethoven. Los movimientos producen sonidos, cada átomo canta y se crean formas densas y sutiles. Cada uno era de nuevo él, apariencias. Regresaron a diversos niveles de conciencia y hacia diferentes centros. Pico se comporta ahora como Marsilio, por ratos es más Marsilio. Elías se comporta como Pico, por ratos es más Pico. Marsilio se comporta como Elías, por ratos es más Elías. Cada uno de ellos sabe que debe ver al otro. Los tres salen y se dirigen a la habitación del otro. Los tres se encuentran. Los trayectos en apariencia contradictorios e irreconciliables son aspectos de la misma realidad. Las cosas se manifiestan de manera aparentemente excluyente. Ahora lo saben y por eso se reúnen. Lo que se mueve es la perturbación. Fuerza y materia, movimiento y reposo, existencia y no existencia.
   Se miran. Saben ahora que han circulado alrededor del objeto de la contemplación. Ahora tienen una impresión multilateral y multidimensional formada por la súper imposición de impresiones de diferentes puntos de vista. Saben que han creado con el intelecto y al saberlo comprenden. Relativos, limitados e ilusorios se miran sin articular palabra. Saben que depende de la posición del observador. Saben que han visto como era, no como es. Saben que al verlo lo han modificado. El contenido no era inmutable. Han visto un suceso. Han asistido a una danza particular. Se miran y con la mirada hablan de los “padres”, comprendida la relatividad del tiempo.
   Elías pasa los dedos por el teclado, pero no escribe. Marsilio reflexiona, pero no filosofa. Pico se mueve inquieto, pero no pide ayuda. El conocimiento es la transformación. No mencionar el disquete es la mejor prueba de haberlo encontrado.    
-- ¿Que es? - preguntan todos.
-- Sigamos buscándolo - responden todos.                            

























MANTRA

    “¿Podéis oler el sándalo? Quizás dentro de poco sea almizcle. Podéis poner flores y después agua sagrada. Yo, Elías, coloco el soporte de leche en manteca clarificada y derretida. En éste mi trozo de corteza de abedul despierto la conciencia. De estas mis letras podéis tomar las formas y así la meditación, mana, os hará despertar y vuestros cuerpos se llenarán de la gran fuerza sutil que continua, ordenada y poderosa se hará Ser. Prestad atención no sólo a lo que transcribo, sino al orden de las letras. Cada una de ellas es un centro de fuerzas y, por ello, su posición no es indiferente. Las letras viven y deben ser alimentadas. Dadle los manjares elegidos y así mi propósito será logrado. Serán, así, creación y harán de vosotros una imagen de ella. Misteriosa y omnipotente. La escritura es mágica, tiene un poder secreto, viene del jeroglífico revelado y tiene, entonces, un valor peligroso.
   Mi página web no es más que un conjunto de letras, por lo tanto debéis leerla con los oídos. Las letras son reflejos de realidades espirituales y he allí el valor mágico e indestructible. Recordaos del logos alejandrino, de la Palabra Creadora que muestra un designio de poder. Las letras son luminosas y danzan, en grupos ordenados y armoniosos, en los corazones cuando se prepara la Creación. Sentid el sonido de cada una de ellas. Cada palabra crea diminutos seres efímeros, aunque las mías tienen la fuerza de la voluntad y una larga preparación por lo que pueden sobrevivir a los planos inferiores y ser generadores surgidos del Verbo y dar nacimiento, a su vez, a seres más abajo. Mi página web es un fijador, un generador de fuerzas para sostener a devatâ, la deidad de la palabra creada por quien escribe.
   No temáis en la búsqueda que habéis emprendido. Cuanto más os alejéis del punto inicial menos tardareis en regresar. No olvidéis que todos los caminos llevan al retorno. Las letras no son forma. Dentro y fuera. Arriba y también abajo”.
   Marsilio alzó lentamente la cabeza. Pico confirmó haber terminado. Elías respiró hondo. Sonaron los últimos segundos de la Sinfonía Nº 9, Op.95, “Del Nuevo Mundo”, de Antonin Dvorák.
-- ¿Sintieron? - preguntó Marsilio.
-- ¿Qué? - respondió Pico.
-- A Elías - respondió Elías.
   Marsilio y Pico le miraron.
   Este último rompió el embarazo leyendo lo recién traducido:
   “Los Visaragas van por el mal camino, ascetas de la mano izquierda, desviados del camino espiritual normal. Son la Edad Negra”.
-- Nosotros hemos rechazado el ritual del mundo, el culto exterior y teatral - acotó Marsilio.
-- Aquellos vivían como palomas, sobre los árboles o en los cementerios - dijo quedamente Elías.
Sin mediar más palabras los tres entrelazaron los brazos formando un círculo. Comenzaron a respirar al unísono. Sus cuerpos fueron uno en las cinco respiraciones pránicas. Buscaban el Embrión de Oro, dejar la carne y encontrar el Conocimiento. En el centro el Gran Iluminador y los tres se sintieron favorecidos a la especulación intensa.
   Especularon. La Luz se abrió y las formas se hicieron laberintos. Los prismas se movieron como piedras que palabras eran. Contaron en ellas y números sacaron. Los seres se fueron agrupando en torno al abrazo, alargándolo. El mantra fue uno solo de todo lo existente.

    



ABAJO


SILABEAR

--Re-cuer-da Mar-si-lio mi Disputatio adversus astroligis divinatoris - dijo Pico, silabeando desde las técnicas respiratorias.
-- Sí, Giovanni, lo recuerdo - contestó Marsilio citando por vez primera el nombre de su amigo.
-- Sabes bien que no rechazo las prácticas de la magia astral - insistió.
-- Es lengua perfecta la que oculta - dijo Marsilio como reflexionando en alta voz, casi olvidando a Giovanni.
-- Sobre los astros podemos imponernos - reflexionó éste último sin percatarse que su amigo divagaba más allá del diálogo que mantenían.
   Marsilio se concentró en el talismán que elaboraba. Por momentos recordó su traducción del Corpus Hermeticum y se preguntó si Giovanni recordaría a Yhanina Alemamno, aquella amiga que le ayudaba en la búsqueda de palabras extrañas. Como si el diálogo nunca hubiese sido interrumpido volvió el rostro hacia Giovanni y le espetó:
-- Pico, los antepasados debieron ponerse el problema de como advertirnos a nosotros, para entonces el futuro, y, ciertamente, se plantearon el problema del código. Sin embargo - continuó- optaron por darnos textos sin ninguno.
-- Si me preguntas, acaso, - masculló Pico - en que lengua está escrita la Biblioteca Magliabechiana, responderé que con los mismos sonidos con que se creó al mundo.
-- Está bien, Pico - dijo Marsilio atendiendo la molestia aparente de su amigo - sé que no se puede conocer pero, en cualquier caso, sigue percibiéndose.
   Fijó los ojos en el amuleto que tenía entre los dedos y de allí a Elías que permanecía en absoluto silencio mientras practicaba la respiración pránica. Agregó:
-- Un antiguo apellidado Nietzsche advirtió en su momento que no hay nada más peligroso que la conciencia, pues es un comentario acerca de un texto desconocido.
-- El pen-sa-mien-to es un si-gno - comentó Elías, comenzando a regresar.
   Pico lo observó con detenimiento. Aquel rostro le parecía ahora transparente. Asoció el ojo derecho del amigo con el oído izquierdo, la fosa nasal izquierda con el pie derecho, el pie izquierdo con el la fosa nasal derecha. Pensó en arriba e inmediatamente en abajo.
-- El universo está constituido por senderos - comentó -. Creo que ya está dicho en aquel remoto libro Sefer Yetzirah.
-- Allí está dicho - suspiró Elías - que todo tiene su origen en las palabras.
-- Dime qué se origina en arriba y qué en abajo - interrogó Pico.
-- Te responderé yo: - dijo Marsilio dejando sobre la mesa el talismán - imagina que nuestros herederos estén manteniendo ahora mismo una conversación similar en el futuro. Hemos visto la página web de quien llamaré el otro Elías. Otro puede estar ahora en el mañana nutriéndose de nosotros y de él. Siempre habrá una escritura anterior a la escritura. Ella es, a la vez, interna y externa, si lo quieres en los términos de tu pregunta, es, a la vez, arriba y abajo en referencia al habla, porque no se trata de una imagen de ésta, mientras que el habla ya es escritura, ya que es anterior al ser. No olvides que siempre hay otra letra oculta entre el blanco de las letras.
-- En verdad - intervino Elías - no se puede hablar de pasado y de futuro, como no se puede hablar de presencia y ausencia, ya que ambas coexisten por interacción continua. No podemos nosotros humanos -insistió- distinguir entre presencia y ausencia, de manera que dedicarnos a hacerlo entre arriba y abajo o entre interno y externo carece de sentido.
-- Incluso, - concilió Pico - nuestras vidas se viven a despecho de nosotros mismos. Este mundo es una apariencia, pero una realidad absoluta está detrás.
-- Ciertamente - insistió Marsilio - el Ser es, a la vez, presencia total y ausencia total. Podríamos decir que se contrae y se convierte en un No-Ser. Evitemos los patrones trágicos de una voluntad excesiva - suspiró retomando el amuleto entre sus dedos.
-- Creamos - argumentó Pico - para evitar el propio desbordamiento interior. Digamos - enfatizó - que lo hacemos por la misma razón que el antiguo llamado Freud señaló para explicar el enamoramiento de las personas, esto es, como la manera de evitar enfermarse.
   Permanecieron en silencio un largo rato. Los tres sintieron como la serenidad los envolvía. Levemente separados del suelo fijaron los ojos en la pantalla de la computadora, pero esta permanecía sin texto, cruzada por las líneas de un protector de pantalla. Hacía tiempo que no arribaba la página web de Elías. Con los ojos se interrogaron si la ausencia no estaría asociada a la falta de traducción de los textos del Escritor y un reproche silencioso cayó sobre el encargado de la tarea. Tal vez los avances en uno motivaban al otro, pensaron. Los conocimientos que adquirían del asedio y de la intromisión del enemigo seguramente impulsaban el arribo del sabio texto. Convencidos como estaban de la presencia de la biblioteca en todas partes, es decir, en ninguna, se había apoderado de ellos una inmovilidad peligrosa. Apenas practicaban la respiración y reflexionaban. Sin decir palabra partieron. Marsilio tomó el camino del gran archivo, Pico retornó a su apartamento y Elías permaneció en cuclillas viéndolos partir. Cuando se alejaron tomó en sus manos las traducciones de Marsilio y movió la cabeza con admiración.
   Pico de Palemón recomenzó la tarea. Debía, una vez más, en su papel de escritor, encontrar lo que Escritor tenía que decir sobre Jerónimo. Al fin y al cabo, era el enemigo lo importante. Había que desentrañar el último secreto, el gran misterio que desde la última traducción parecía aún más oscuro.
Marsilio obtuvo el acceso pero ante sus ojos refulgieron los versos de un antiguo poeta llamado Ungaretti: “Cuando hallo en este silencio mío/ una palabra/ esculpida, está en mi vida/ como un abismo”. Pensó de inmediato en los textos de Elías del Médego y decidió buscar la tecla del archivo de vida del autor de la página web que tanto había marcado su vida, y la de sus dos amigos, en los últimos tiempos. Sólo encontró una aglomeración de letras sin ordenar, no había acentos o signos de puntuación y comprendió que se enfrentaba a un conjunto simbólico por debajo de la letra y de los acontecimientos. Comprendió el significado de abajo, pero también el de arriba. Sólo Piedras, las vías de la sabiduría y pudo ver la rueda y en ella los muros. Supo, en ese momento, que no pasaría mucho tiempo sin que Elías se comunicara.
    Elías de Medimnus apenas sintió sorpresa cuando en la pantalla de su computadora se fue delineando el mensaje. Se acercó lentamente y comenzó a leerlo:
   “Estáis lejos, es decir, os habéis acercado. La comprensión de la palabra pasa por su valor numérico y por la permutación de las letras. Estáis listos para conocer la historia. Debe el escritor escribirla, esto es, expresarla de viva voz. Que imite del Escritor los sonidos, pues otra cosa no es lo escrito. No deberá temer que su texto resulte algo más apagado que su modelo. Todo es un gesto, la puntuación es como la respiración, como las palabras escogidas y la sucesión de los argumentos. Haced converger todos vuestros sentidos y sabréis”.












LOS EJECUTORES
   
   Elías del Médego giraba inquieto en su pequeño apartamento de las afueras de Ciudad. Los acontecimientos lo habían perturbado y la sensación de impotencia aumentaba su angustia. El tumulto llegaba desde la calle con claridad, a pesar de los gruesos cristales de los ventanales. No había foro donde dejar sus dudas y preocupaciones. Se sintió aislado, hasta que se fijó en la computadora encendida. Si bien era cierto que no podía intentar una comunicación debido al bloqueo impuesto a la red, podía sí, escribir sus pensamientos. Comenzó a teclear hasta que el desaliento le invadió de nuevo. Historiar lo que pasaba no era suficiente para sus nervios alterados. Además, nadie le garantizaba en aquellos momentos de turbulencia que su computadora no sería requisada o, simplemente, destruidos sus archivos. Una idea comenzó a revolotear en su mente, la de transcribir una página web no para el presente sino para el futuro. Tal vez podía colocarla en el ciberespacio para que bajara tiempo después a la pantalla de una persona capaz de recibir el mensaje, quizás la de su propio doble, dado que el conflicto que se desarrollaba ante sus ojos implicaba un polémico proceso de clonación. Si la persona a recibirla era su copia tenía entonces que tener en cuenta los detalles más nimios de su propia conformación genética y de su personalidad, utilizar un sistema de códigos que impidiera un saboteo y que, al mismo tiempo, evitara que un extraño lograse descifrarla. Recordó los procedimientos de los viejos alquimistas para la transmisión de lo descubierto, aunque no sin temor, pues había estudiado que muchas veces los códigos eran tan cerrados que ni siquiera el mismo autor podía entenderlos después. Se puso a trabajar, recurriendo al notaricón, la gematrya y la temurá, a lo literario, a lo alegórico, a lo filosófico, a lo hermenéutico y a lo místico. Revisó cuidadosamente los más antiguos procedimientos de ocultamiento de sabiduría, desde los persas hasta los asirios, procesó todos los mecanismos de los alquimistas y consultó por holoteléfono, en lenguaje críptico, con sus amigos Marsilio Ficino y Giovanni Pico de la Mirándola. Le dieron valiosa información, desde las 32 letras con que Yahvé creo al mundo, las 22 del alfabeto y las diez de sefirot, hasta el procedimiento de imantación de las palabras en las cucardas. Sin embargo, la mayor de todas las claves los amigos se la dieron sin darse cuenta. Elías comprendió que si había un nuevo Elías por fuerza tendría que haber un nuevo Pico y un nuevo Marsilio, y que, con absoluta seguridad, serían amigos. El horizonte se le amplió considerablemente. No tenía porque limitarse a él, debería marchar sobre un territorio que de repente se le hacía amplio. También debía incluir los códigos genéticos y las estructuras mentales de sus dos amigos, pues, podía apostarlo, si alguna vez alguien intentaba entender su página web serían tres los arriesgados y nunca uno. No obstante, extraños pensamientos afectaron   su momentánea alegría. Pensó en el lenguaje posible del futuro, pero rápidamente detectó la duda recordando que el mismo Ficino había hecho en estos tiempos una extraordinaria labor de traductor. Sí, siempre era posible traducir las lenguas del pasado. Si alguien podía vivir en el futuro bien podía hacer la tarea de arqueología lingüística que el gran Ficino había hecho con textos excepcionales, tal vez perdidos para siempre sin la intervención de aquel extraordinario conocedor de la comunicación humana. Se aprestó a la tarea mientras arreciaban los ruidos. Haría emisiones con tiempo predeterminado, calculando, incluso, las dificultades del texto anterior antes de enviar uno nuevo a los posibles herederos. Pero la duda de si los habría comenzó a atenazarlo. Decidió entonces que debía escribir con la esencia de la palabra, en un lenguaje eterno y decidió que aquel no era otro que el de los sonidos originales con que fue creado el mundo. Un lenguaje previo a la multiplicidad, antes de la división, uno perteneciente al Uno tomado de la música previa que fue lenguaje antes de los lenguajes. Se preguntó si sería capaz de semejante hazaña, pero la prisa impuesta por las circunstancias en que se encontraba lo impulsaron más allá de toda duda. Reconoció que debía despojarse de emociones e inició, así, un proceso que lo portase al territorio de la pureza. Debía decirlo todo, desde los mismos inicios, pues nada sería entendido si no transmitía una cosmogonía del modo más completo. “El principio del hombre es el comienzo del fin”, se dijo a sí mismo y comenzó a escribir la página web que sería testimonio de su pensamiento.

   A medida que escribía comprendió que a pesar de todas las seguridades que lo impulsaban todavía no había meditado a fondo sobre el aspecto tecnológico de su tarea. Pensó de inmediato en Yhanina Alemamno, su amiga y estupenda ayudante de Giovanni en la tarea de descifrar palabras de antiguos textos que para todos resultaban ininteligibles y se tranquilizó. Esa mujer tenía tanto talento que la respuesta a cómo poner un mensaje en el futuro le resultaría tarea sencilla. Era una experta en ciberespacio, amen de filólogo sin par, y también gustaba de dedicarse a las mediciones ultrasensibles, trabajos que habían sido publicados en revistas especializadas y donde desarrollaba tesis tan interesantes como la de la inexistencia del tiempo o la existencia de mundos paralelos o la facultad de moverse sobre ese aparente e inviolable corredizo que eran las divisiones establecidas por la racionalidad humana, lo que ella aseguraba era malamente llamado tiempo. Sí, Yhanina tendría la solución y de inmediato la llamó a su lado. La mujer lo escuchó sin inmutarse y respondió que más que a la ciencia había que recurrir a la sabiduría del espíritu. Asistió a Elías con paciencia y sólo un comentario se permitió:
-- Refieres la cosmogonía y das las lecciones profundas, pero tu página web, sin duda memorable, no cuenta del asedio - murmuró levemente inclinada sobre del Médego.
   Elías comprendió de inmediato y sin argüir una palabra en contra de la observación respondió:
-- Sólo un Escritor puede hacerlo y es Giovanni. A él corresponderá esa parte y lo deberá hacer en negritas que resalten para que las borrascas no lo borren - dijo con un leve temblor en la voz y ligeramente emocionado por tener cerca a una observadora de la capacidad de Alemanno. Tú le contarás a Giovanni lo que pensamos - dijo finalmente volviendo a su trabajo.

   Yhanina se dirigió directamente a casa de Giovanni Pico de la Mirándola. No sin dificultad atravesó Ciudad. Se sentía agitada, pero aún así la trascendencia de su misión le impedía dejarse llevar por el pánico. Consiguió a su viejo amigo encorvado sobre unos papeles amarillentos. Por unos segundos respetó la concentración de Giovanni. Cuando iba a hablarle, el sabio se volteó y con cierta alegría le saludó:
-- Salve Yhanina, bienvenida.
-- Estuve con Elías - comentó.
-- Lo sé, - respondió Pico con alguna sorna - ya estoy trabajando.
    Yhanina lo miró fijamente. Luego dirigió la mirada a los papeles amontonados sobre la mesa de trabajo y pudo comprobar que el sabio estaba revisando la antigua historia de Ciudad. Vaciló, pero la risa del otro le devolvió la tranquilidad.
-- Menuda tarea ha encomendado del Médego - suspiró.
    La mensajera se dispuso a preguntar cómo sabía, pero le pareció una estupidez. Pico comprendió y sin vacilar le dijo:
-- Tanto conmigo y aún te asombras.
   Yhanina no respondió, absorta como había quedado frente al amontonamiento de los textos de Marsilio. Giovanni observó sonreído:
-- Debo aprender del estilo de nuestro amigo Ficino.
   La mensajera interrogó con un gesto.
-- Porque Marsilio será el Escritor - respondió quedamente Giovanni.
    La mujer lo miró fijamente sin entender. La misión de narrar la historia había sido encomendada al hombre que tenía delante, al mismo que tantas veces había ayudado en la búsqueda de sentido de tantas palabras, pero ahora éste le respondía que la misión era de Ficino aunque él estuviese haciendo el trabajo. Prefirió guardar silencio.
   En realidad Pico de la Mirándola estaba dedicando sus esfuerzos a solicitar ayuda, la que nunca llegaba, y a advertir, lo que nunca fue escuchado. “Los tres colaboran con la inmensa sabiduría que poseen - pensó Yhanina - aunque el fin sea inevitable”. El estruendo de la batalla lo sobresaltó. “Había olvidado que Ciudad está bajo asedio”, reflexionó sin pronunciar palabra.

   Marsilio, sin tomar alguna precaución, estiraba los brazos sobre la balaustrada. Por momentos miraba su mano derecha donde la pequeña cicatriz le recordaba la toma de muestra de ADN a la que había sido sometido. Pensaba en la inmensa obra filosófico-literaria que había desarrollado a lo largo de su vida y una sensación de alivio lo envolvía. A pesar de todo dejaba los fragmentos que sobrevivirían a la destrucción y al olvido, “que las mismas cosas son”, se dijo, mientras una sonrisa de amargura le asomaba a la comisura de los labios. Con los dedos de la mano izquierda rozó la cicatriz y los presentimientos le invadieron.



   





































LA HISTORIA
    
   "Jerónimo de Ferrara era conocido desde hacía muchísimo tiempo. Desde los tiempos de la aparición de la oscuridad se mencionaba su nombre. Sus victorias habían sido parciales y sus conquistas relativas. Ciudad lo ignoró y sus gobernantes veían las escaramuzas que protagonizaba como algo ajeno, interviniendo sólo cuando algún lejano aliado pedía ayuda para expulsarlo. Jerónimo, de limitadas conquistas, jamás era derrotado del todo y siempre reaparecía con nuevos ímpetus, sólo que Ciudad prefería discretamente mantenerse al margen. Ni siquiera cuando los lejanos y los vecinos fueron cayendo bajo su dominación el tema se convirtió en asunto de discusión. Al fin y al cabo, se pensaba, Ciudad estaba inmune a la peste. Giovanni Pico de la Mirándola fue siempre una excepción. El sabio, quien seguía la presencia del enemigo en los libros, pues desde tiempos remotos se sabía del inicio de sus infiltraciones en Ciudad, advirtió repetidas veces que la amenaza era inminente, pero siempre fue desoído. No del todo, puesto que preparativos se hacían ante una eventual agresión, pero nadie pensó que había que reconquistar los espacios ya ocupados por el implacable guerrero. Nadie daba curso a la inminencia del peligro hecha por Giovanni, mientras el sabio insistía en pedir ayuda cuando nadie la podía dar y solicitaba asistencia que nadie estaba en condiciones de prestar.
   Giovanni escribía: `Ciudad, o lo que queda de ella, está rodeada por un guante de hierro. No debemos temer a la muerte, pues ella es natural; ser corajudos no quiere decir no tener miedo; pero la caída posible de Ciudad debe producirlo. La oscuridad aposentada sobre nosotros será algo más que una humillación; más bien la muerte de la luz equivaldrá al fin de todo, hasta de las palabras mismas´. Mientras, en las afueras, Jerónimo hacía de las suyas y ningún habitante de Ciudad osaba traspasar los límites, más por el enemigo que por la obvia razón de no existir sitio a donde ir. El malhumor de los habitantes crecía a medida que Ferrara estrechaba el cerco. Otro testigo de los hechos llamado Giovanni Canano narraba así la situación: `Es furibundo, salvaje, soberbio, altanero, orgulloso, eleva con desprecio las cejas al cielo creyéndose por encima del mundo, presume que todo depende de él y que el universo entero está sujeto a su comando´. Canano había hecho amistad con Pico y entre ambos se repartían la protesta y las advertencias, no obstante la juventud del primero, quien había publicado un volumen con el título de ‘Rhetoricorum libri’ cuando Jerónimo edificó la primera fortaleza que indicaba claramente se trataba de preparativos para iniciar en forma el asedio. Pocos le prestaron atención a la desgarrada pintura de lo que significaría la caída de Ciudad ya que la calificaron como exageraciones de un joven.
    Tampoco Jerónimo era identificable por los habitantes de Ciudad a pesar de haberse aposentado dentro de ellos hacía ya un milenio. `Fuerunt citadini rerum domini, nunc Ieronimus inchoatur imperium´ les advertía desde todas partes el enemigo, pero ellos no creyeron hasta que fue demasiado tarde. El fin se precipitaba, no como un evento casual, sino como conclusión natural de un largo proceso. El evento temido, pero, en el fondo, jamás creído posible debido a las fuertes defensas de Ciudad, se aproximaba inexorablemente".
   Yhanina leyó el inicio de la historia y no pudo evitar que un par de lágrimas corrieran por sus mejillas. Salió apresuradamente en medio del bombardeo. El día sería tal vez terriblemente corto. Mientras evadía los estallidos pensaba a aquellos tres hombres que el destino había colocado en su vida. Si bien era cierto que con Pico había tenido mayor afinidad intelectual debido, sobre todo, a la filología, no negaba el brillo de los otros dos. Los había conocido en circunstancias tan diferentes. El primero fue Marsilio, encontrado en la presentación de una obra de teatro, exactamente en la butaca al lado de la suya. La fascinó la suave inteligencia del personaje. Ya lo había leído, pero cuando él se presentó dijo simplemente Marsilio. Cuando en el café donde fueron a compartir una copa le preguntó por el apellido y se enteró que tenía delante a uno de los hombres más extraordinarios de su tiempo apenas lo podía creer. No fue la fama lo que conquistó a Yhanina. Ella se había respondido, al paso del tiempo, que aunque aquel de cabellos ondulados al hombro y nariz desafiante hubiese sido el más desconocido de los mortales, igual se hubiese producido la atracción. Aquella primera noche charlaron largamente de historia y filosofía, hasta la madrugada, recuerda ahora Yhanina mientras acelera el paso por Ciudad atacada. Marsilio no podía ocultar una gran timidez, una que no mostraba en sus tratados, una quizás reservada para las mujeres. Yhanina rompe en una carcajada que asusta a los fugitivos que buscan refugio por doquier cuando se confirma que fue ella a seducirlo.
-- Marsilio, eres bello - le dice Yhanina cuando asoman los primeros rayos del sol.
   El hombre la mira con tristeza.
-- Ven a casa - invita al levantarse.
   Marsilio la sigue.
   Yhanina coloca en el lector de CDs “Reveries- Passion” de Berlioz.

   Mientras camina oye los gritos que anuncian la penetración de Jerónimo en la puerta del norte. “Se hace gotas” grita una mujer gorda que se mueve con gran dificultad tratando de salvar algunas pertenencias. Yhanina se pregunta si este será el último día de Ciudad y una imagen de su infancia la asalta. Está sentada sobre una mesa, tendrá unos diez años, zapatos blancos y unas inmensos deseos de conocer el mundo. La muerte de su padre la ha desarraigado y presiona constantemente a la madre a financiarle viajes. La familia conserva recursos económicos suficientes para complacerla, pero deberá pasar aún algún tiempo antes que sus sueños se hagan realidad. Cuando cumple 15 la llevan al otro lado de Ciudad y al primer amor, el de aquel joven rubio que le ofrece matrimonio. Ella también lo ama, pero entiende que aceptarlo equivaldría a perder la libertad y a sofocar sus ansias de conocimiento. Parte con el corazón destrozado, pero con un importante número de libros cuya lectura le permitirán el acceso a la Universidad y a la escritura de sus primeros textos. Escribe poemas que oculta celosamente y devora los libros de un antiguo que la fascina, un tal Nietzsche, y la música de un contemporáneo de éste último, un tal Wagner, especialmente una pieza, “Parsifal”. Decide vivir sola aún provocando el llanto de la madre. Establece residencia en una pequeña casa vecina a la Universidad y pronto es conocida por sus reuniones constantes con los intelectuales y pintores más destacados de su tiempo. Todos van atraídos por la creciente fama de la joven bella e inteligente que discute con propiedad de todos los temas. Todos la pretenden y a todos les responde que primero está su formación intelectual, aunque algún devaneo se permite y la sombra de los celos se introduce en las reuniones donde en voz baja se asegura que Yhanina ha pasado la noche con algún poeta de ojos clarividentes. Las constantes preguntas que se hace sobre el hombre y su destino la mueven de un lugar a otro, asiste a las conferencias de los más renombrados sabios de su tiempo, incluso a una donde disertará el brillante Giovanni Pico de la Mirándola. Al final de la conferencia lo aborda con un pretexto banal, el de no haber entendido una traducción de la antigua lengua latina utilizada por el maestro para explicar las conexiones posibles del Ser.
-- Veo que le interesan las lenguas muertas - dice el hombre mirándola profundamente a los ojos.
-- Son mi especialidad - miente la mujer.
-- Búsqueme algún día - se despide el sabio al tiempo que extiende una tarjeta con su dirección electrónica.

   Yhanina, de repente se da cuenta que marcha hacia su casa y no sabe porqué. Es posible que desee esperar el fin en soledad, aunque la idea le parece absurda. Mientras hace el recorrido repara en la librería donde conoció a Elías del Médego. Fue una tarde de lluvia y viento en la que entró a “Whether” más para protegerse que para buscar alguna obra. El hombre estaba inclinado sobre un mostrador donde se exhibían los últimos libros de Marsilio Ficino. Ella se aproximó y la impresionaron las ojeras profundas y la luminosidad que se desprendían de aquel hombre.
-- ¿Le interesa Ficino? - preguntó.
-- Mucho - respondió con sorpresa el interpelado.
-- Yo le conozco - agregó la mujer.
   Elías se interesó en la joven, la miró de arriba a abajo con una interrogación en los ojos y no ocultó su turbación ante la fresca belleza que aquella tarde le informaba sobre una amistad con uno de los escritores que leía con más atención. Por momentos pensó que se trataba simplemente de una joven atrevida, pero los cabellos negros relucientes y la boca semiabierta en una sonrisa encantadora pudieron más que cualquier duda.
-- Yo también escribo - dijo al tiempo que señalaba hacia el café de la librería en una abierta invitación a acompañarlo.
   Yhanina hizo un gesto coqueto y caminó detrás del hombre. Tenía que ser un escritor, pensó, con este porte de poeta desgarrado y dedos largos como de pianista.
-- Cuénteme de Ficino - la increpó.
-- Cuénteme de Ud. - ripostó la joven.
-- Me llamo Elías del Médego - fue la respuesta.
   Yhanina comprendió que su destino era conocer a los hombres que llenaban el mundo intelectual de su época. Por supuesto que lo conocía, lo había leído y tenía subrayados algunos de sus libros. Trató de controlarse, pero en vano:
-- Es un honor, sé perfectamente quien es usted - atinó a decir.
-- Gracias, no me sabía famoso entre los jóvenes. Dígame quien es Ud. - agregó Elías relajándose sobre la butaca.
-- Me llamo Yhanina Alemamno - dijo la joven extendiendo la mano.
-- No me creerá, pero la he oído nombrar. Algunos amigos me han hablado de que las reuniones en su casa concentran semanalmente a un buen grupo de intelectuales importantes - distendió el diálogo Elías.
-- Vaya, qué sorpresa, mis pequeñas reuniones han llegado hasta su estatura - comentó Yhanina ya mirando al hombre en la profunda intimidad de sus ojos.

   La mujer se envolvía en sus recuerdos a medida que acortaba la distancia. Aquellos tres hombres estrechamente vinculados a su vida habían encarnado la inteligencia trascendente de un tiempo y ahora eran, necesariamente, los testigos de excepción de su fin. Introdujo la tarjeta de identificación en el mecanismo de su apartamento, entró con prisa, como si buscase algo, pero terminó sentándose inmóvil en el sofá. Apenas ordenó verbalmente la música y el aire triste y melancólico de las composiciones de Mozart para cuarteto inundó el ambiente. Encendió la holocontestadora y, una tras otras, las imágenes de Marsilio, Elías y Pico trasmitieron los mensajes.

   A medida que escuchaba Yhanina se interrogó sobre sí misma. El conocimiento le había llevado a los hombres, pensó, y con eso bastaba, especialmente por los tres que ahora se dirigían a ella con sus mensajes personales de despedida. Elías hablaba de la emoción del arte y de la conjunción final en la tarea de preservar la sabiduría para los lectores invisibles del futuro. Giovanni mostraba una ternura de amante desesperado para quien llegan la noche y la partida. Marsilio filosofaba sobre la transitoriedad del ser y evocaba aquellos momentos del primer encuentro.
   Yhanina ordenó a la holocontestadora repetir y grabar cada mensaje, a cada uno destinó un cofre de acero y se aprestó a buscarles un posible escondrijo. Mientras lo hacía cayó pesadamente sobre el sofá y decidió escucharlos de nuevo.
Elías: “Amen de la pasión por nuestros cuerpos nos unió el interés común en la belleza que está fuera de la carne. Fuimos conjunción, como ahora narro para el mañana. Amamos hacia afuera la expresión de los poetas que aunque hecha de carne podíamos observar a distancia, al igual que los trazos de los rayos láser pintando sobre el azul las epopeyas de los antiguos vasos y el horizonte que creíamos sería eterno bajo el efecto de nuestro movimiento. Has sido benévola al atemperar mis ardores y sufrimientos, al conducirme con acierto al modo intermedio entre el quemar de mis pestañas y el amasar tu carne y hacer sabiduría y aprendizaje nuestro entrelazar. Sabes que habremos de ser traducidos, interpretados y entendidos - es lo que esperamos, al menos - en un tiempo en que nuestras claves bajen gracias a tu magia a las pantallas de los holotelevisores y el humano esté en condiciones de recomenzar. Entonces inflarás en vida de nuevo este caparazón por partir al que los tiempos de la maldad me han reducido, te han reducido, los han reducido. Seremos en el éter. Mi mayor sabiduría ha sido amarte”.
Giovanni: “La única condena permisible es una que nos ligase para siempre. Has sido la única alternativa. He peleado por salvar Ciudad y en ella a nosotros ante la indiferencia de todos y la torpeza de nuestro Gobernante, cuyo exceso de bondad, le ha conducido a la tolerancia mortal que hoy me hace enviarte este último mensaje. He querido escribirte un poema, tal vez en aquella lengua muerta que nos llevó a conocernos, pero he preferido transcribirte los versos de otro que así dicen: `te llevarás contigo el último soplo/ de poesía; después una nube hinchada/ de presagios funestos oscurecerá/ la luz que nos fue concedida’. Todo pierde ahora su color”.
Marsilio: “Teatro ha sido todo. El oscuro telón baja sobre nuestra actuación. Habría de ser, luego de aquel encuentro ante el espectáculo. Hemos actuado conforme al guión que la vida nos regaló. Es transitorio todo. Se cierra y espectadores y actores desaparecemos. En esta ocasión no se anuncia fecha ni obra hacia el futuro. Es un punto negro que nos absorbe y consume. Baste proclamar la inmensa dicha de tenerte cuando muere”.
   Yhanina enjuagó las lágrimas con rabia y decidió utilizar el mismo procedimiento que había empleado con la página web de Elías para enviar los tres mensajes hacia no sabía donde. Los recojo ahora, yo el escritor, de este sitio a donde llegaron.































LA AMISTAD NACE DE MUJER

   Yhanina entró a su casa con la firme idea de invitar a todos sus amigos para la próxima reunión. No excluiría a ninguno, mucho menos a los tres nuevos, a aquellos extraordinarios pensadores que el azar había colocado en su camino. Sí, los tendría allí, ya ellos sabían de sus hábitos semanales e, incluso uno de ellos, le había hablado de la fama creciente del salón. Los más jóvenes se sentirían felices de poder compartir con semejantes personajes y no exenta de vanidad pensó que su propio prestigio continuaría subiendo. Lo organizó todo con esmero, cursó las invitaciones como normalmente lo hacía, pero a Marsilio, Giovanni y Elías los llamaría personalmente. Se dispuso a hacerlo, pero una duda la detuvo por momentos. Se interrogó si habría algún inconveniente en alguno de ellos, pero rápidamente concluyó que viniendo de ella los tres cancelarían, incluso, compromisos previos. Se dirigió hacia el holoteléfono, pero de nuevo vaciló. Una sonrisa, de miedo y deseo, se estampó en su rostro. Se interrogó si alguno era ya el preferido o si llegaría a serlo. Más aún, se planteó si no estaba cometiendo una grave indiscreción que la portaría a romper con alguno de los tres o quizás con los tres. La escogencia misma de a quien llamaría primero tal vez fuese una manifestación de preferencia. Decidió entonces jugar como la niña que escogía los juguetes escribiendo en papeles los nombres de las ofertas que sus padres le daban a elegir. Lo hizo y realizó el sorteo, pero desechó el procedimiento confirmándose que actuaba con un infantilismo inadmisible tratándose de quienes se trataba. Por lo demás - pensó - era demasiada la inteligencia de aquellos tres hombres como para dejarse arropar por el viejo y desusado sentimiento de los celos. No se trataba de exclusividades ni de manipulaciones. No pretendía engañar a nadie. Con los tres había sentimientos profundos provenientes del acercamiento intelectual matizado con su propia belleza. La mía y la de ellos, se dijo corrigiéndose, al recordar que los tres eran profundamente bellos aún explayando sus teorías complicadas sobre el particular universo que les había tocado en suerte. Lo dejó a la decisión de la computadora introduciendo simultáneamente los tres nombres. Jamás quiso recordar en que orden fueron llamados a la reunión que el destino determinaría como crucial para la suerte de Ciudad y para el destino humano.

   Los presentó, describiendo a cada uno como un amigo querido y manifestándoles la importancia de conocerse. Los tres se identificaron rápidamente. Supieron de inmediato que Yhanina Alemamno había servido de vínculo y lazo para un entendimiento que superaría lo meramente intelectual para convertirse en una hermandad. Yhanina observó como la identificación había sido automática. Parecían haber estado esperando ese momento con la seguridad que llegaría. Intercambiaban direcciones y cada uno aseguraba al otro la magistralidad de alguno de sus libros. Cada uno explicaba al otro como había conocido a la mujer y rieron de buena gana al detectar las coincidencias, el teatro, el uno buscando los textos del otro, las dudas sobre el latín, la casualidad extendida como una telaraña. Comprendieron que había un mensaje explícito utilizando a Yhanina como portavoz y vínculo y al unísono la llamaron. “Mensajera”, dijeron, y una esplendorosa sonrisa adornó el bello rostro de la mujer abandonado el temor inicial de tenerlos juntos.

   Continuaron viéndose en grupo. A veces se citaban todos, a veces de paseo con uno de ellos Yhanina sugería ir a casa de alguno de los otros dos. De allí llamaban al tercero. Yhanina olvidó completamente el salón semanal en su casa. Los reclamos de los asistentes no amellaron su decisión. Tenía demasiado amor dentro de sí como para desperdiciarlo con lo que ahora le parecía una bagatela, una asamblea informe e intrascendente. Además, había hecho suyas las preocupaciones intelectuales de sus amigos. Escuchaba las dudas, emitía opiniones que eran escuchadas atentamente y hasta se permitía hacer sugerencias precisas sobre una investigación en curso o sobre un texto puesto en duda. En verdad el salón se reproducía, pero reducido a cuatro, convertido en una comunidad de inteligencia donde tres hombres amaban a una mujer y una mujer amaba a tres hombres. Todo se debatía y, por vez primera, Marsilio, Elías y Giovanni encontraban un clima de paz y tranquilidad, amen de interlocutores de alto valor que les permitían escapar de la soledad anterior para convertirse en seres que comunicaban y compartían. Nadie sintió sorpresa cuando Yhanina propuso vivir todos juntos, alquilar una casa un poco distante del centro de Ciudad y convertirse en un grupo permanente. Elías aprobó, siempre y cuando fuese después de la gira universitaria que tenía en programa. Giovanni asintió, pero después que terminase el volumen que escribía puesto que le faltaba muy poco. Marsilio dijo estar encantado, una vez que consiguiese editor para las traducciones recién finalizadas. Yhanina manifestó felicidad por la unanimidad de criterios, aunque no dejó de quejarse por las razones esgrimidas para el aplazamiento. Recapituló los peros y dijo que el único que estaría ausente, por breve tiempo, sería Elías y que terminar un libro no era suficiente razón para aplazar el proyecto puesto que se trataba precisamente de escribir más y mejor y mucho menos razón de peso le pareció que la búsqueda de un editor fuese un argumento a considerar. Ella misma tendría que hacer algún sacrificio, además de que conseguir el lugar justo tomaría tiempo. Los hombres le aseguraron que podía buscarse de inmediato e, inclusive, le dieron las características que en ese momento se le antojaban las mejores para llevar a cabo el proyecto. Hablaron de espacio, de organización de las bibliotecas, pues todos coincidieron en que deberían ser varias divididas por temas, de un espacio en verde para caminar, de infinidad de detalles que al entender de Yhanina presagiaban que después de todo no habría que esperar mucho para estar juntos.
   "Jerónimo ordenó la quema de libros y de cuadros. Las noticias que traspasaban las puertas precisaban que el enemigo se cebaba con los textos de Marsilio Ficino, de Pico de la Mirándola y de Elías del Médego. Hablaba del fuego que atravesaría Ciudad y reclamaba para sí el honor de su enemistad con el arte. Proclamaba la destrucción y anunciaba que sobre las cenizas edificaría todo nuevo a la imagen y semejanza de la reforma que subrepticiamente introducía en panfletos que las gotas portaban a través de los intersticios abiertos en la defensa. El Gobernante era magnánimo, magnífico, había protegido Ciudad de todos los ataques y estimulado a los creadores a convertirla en un mundo que fuese recordado por su aporte a la cultura y a la civilización, pero no creyó prudente combatir a este enemigo interno e inesperado de una manera radical. Se limitó a observarlo, a ponerle obstáculos, pero también a oírlo, creyendo así que rebajaría su furor, sin percibir que el enemigo crecía hasta límites amenazantes. Las exigencias fueron aparentemente suaves al inicio: reformar el vestido, reformar las creencias, prohibir los juegos, para convertirse en un extremismo radical que conllevaba a la liquidación misma de todo lo existente. El ataque estaba por comenzar, Jerónimo no se conformaba con menos".
   La gira de Elías los mantuvo en vilo y hasta que el hombre regresó nadie fue capaz de establecer una conversación coherente sobre ningún otro tema. La terminación del volumen por parte de Pico o la búsqueda de un editor por parte de Marsilio pasaron a un segundo plano. Una amenaza muy seria estaba materializándose. Pico comenzó a faltar a las reuniones, empeñado como estaba en encontrar ayuda exterior o en hacer sugerencias para la defensa. Marsilio tendió hacia la soledad apoyado en la balaustrada de su balcón y Elías rumiaba sobre una idea que lo rondaba y sobre la cual no conseguía una fórmula práctica que permitiese su realización. Un silencio pesado se instalaba en el grupo, lo que aunado al peligro de circular por Ciudad, los hacía distantes y huraños. Comenzaron a advertir cambios importantes también en lo físico. Parecían demacrados y como sometidos a un rápido proceso de envejecimiento. El rostro de Pico parecía alargarse con los esfuerzos. El pelo de Marsilio se poblaba de canas. El nerviosismo de Elías se manifestaba rondando en torno a la computadora como si tratase de arrancarle una función jamás antes instalada. Yhanina misma sentía como si una marchités doblegase su belleza. “Menos mal que nos tenemos” les dijo un día en que la neurosis parecía estallar como una bombarda de aquellas que asolaban a Ciudad.

   Ahora, ante el fin inminente, Yhanina recordaba el frustrado proyecto de vivir juntos. No sabía como ocupar las últimas horas. Los tres hombres hacían el trabajo que creían justo, pero ella no conseguía otra ocupación que la de meditar. Repasaba mentalmente los tres mensajes y la similitud del lenguaje la confirmaban en aquella idea que la rondaba, en aquel pensamiento incesante de que los tres hombres eran uno solo escindidos por ella en personajes novelescos. Un estremecimiento la recorrió al recordar las manos de cada uno, sólo diferenciadas en las palabras musitadas al oído en el estertor, en su propio desahogo al saberse con uno que no era el anterior. Las largas conversaciones entre el amor, desnudando a Ciudad, especulando sobre la actuación de Gobernante, emitiendo teorías filosóficas o literarias, acaso sólo diferenciadas en la entonación de la voz, en las palabras elegidas, en la manera de dejarlas flotar como seres vivos en el aire enrarecido de la habitación. Uno solo eran en la despedida, con palabras tiernas matizadas suavemente por preocupaciones particularizadas. Miró al ventanal oscurecido por el humo y el fragor de la batalla la entumeció, permitiéndole alejarse de sí misma. Se examinó desde unos ojos flotantes y detectó las largas ojeras y la aún esplendidez de su cuerpo. Extendió un dedo invisible y recorrió su frente suavemente curva, se detuvo en la quebradura entre los ojos y siguió la recta nariz. Miró sus ojos tristemente hundidos, las finas cejas rojas y depositó un beso sobre su labio superior ligeramente saliente. El cabello le caía perpendicular a ambos lados del rostro, detrás atado como cascada a la laja afilada de un río. Miró su largo cuello, el collar del color de sus cabellos con un prendedor incrustado de perlas y se detuvo ante la insinuación de los senos. Dirigió la mirada a la larga cortina verde que la enmarcaba como en hongos y, volviendo a sí misma, gritó a sus lágrimas que mojasen el incendio.































ELLOS

   Del Médego tecleaba con ansias. Miraba afuera y la oscuridad y el estruendo lo impelían en una manera que los ojos le ardían y las yemas de los dedos se le hacían tizones. Cuando creía aproximarse al final cambiaba la fuente y la medición de los párrafos y se alejaba. Incrementaba la energía puesta en el esfuerzo que para él era aún insuficiente, pero llegó el agotamiento de manera súbita y dejando caer los brazos sobre las piernas su mirada quedó fija en el vacío. “Yhanina”, dijo en voz alta y el recuerdo del mensaje grabado como despedida lo asaltó como un gran peso. Se estrujó la cara y sintió en la mano su rubor y también lágrimas que borró atribuyendo al trabajo una sudoración excesiva. Recordó el momento del primer encuentro y comenzó a relajarse. Se levantó y ya más tranquilo bebió un poco de agua. Caminó en círculos con las manos en la espalda y fue embeleciéndose de recuerdos.
La veía abriendo los cabellos en cascada, envolviéndose con ellos el cuello, emergiendo desde sus manos decididas. La veía en el luego que era antes hablándole del libro que trabajaba, haciéndole observaciones, recordándole algún texto a consultar. La escuchaba en las risas de los cuatro y en la propuesta de la vida juntos. Escuchaba su voz suave impregnando las paredes y la fortaleza de su espíritu le despejó de repente del cansancio y se rió de sí mismo ante la inexplicable vergüenza por el último mensaje de amor y reconfortado volvió a teclear sabiéndose ahora útil.
   Pensó en Giovanni y en Marsilio y la identificación que supo en la mujer lo amansó y con ellos reanudó la tarea, cambió de nuevo las fuentes de la computadora y entendió que había estado jugando con sí mismo, tratando de alejar la conclusión cuando en verdad estaba cerca. Los tres trabajaban sobre lo mismo, cada uno en su parte que era la del otro, todos ellos eran uno en los pensamientos que los agobiaban y también en los que los justificaban en la hora del asalto final. Más que nunca se sintió ellos y volvió a la reunión en casa de Yhanina y con ellos dijo de nuevo “mensajera”. La reunión lo envolvió como si estuviese realizándose ahora y así miró a Marsilio en plena juventud y a Pico, con su larga nariz que parecía husmear en su interlocutor buscando hasta sus más íntimos pensamientos. Aquel encuentro había sido en extremo importante, meditaba Elías, meciéndose los cabellos suavemente, para lo que sería la vida intelectual de Ciudad y la personal de cada uno de ellos. Pudo oír de nuevo la risa contenida de Marsilio y la agudeza un poco cínica de Pico. Y Yhanina que se acercaba a los tres, como aliviada, contenta de tenerlos y de haberlos presentado entre sí. Los tomaba por el brazo sin distingo, con idéntico afecto, aunque Elías había creído identificar una intimidad mayor con Marsilio, tal vez por aquel beso en la mejilla ante una ocurrencia del joven sabio. Elías sacudió la cabeza y pensó en el conocimiento almacenado en la Biblioteca Magliabechiana, una herencia vital que dejaban y retomó las labores de la página web que sería la prueba inequívoca de su existencia. Había comenzado a contar en ella desde el inicio mismo, ante la convicción de que sin aquella parte sería imposible entenderlo todo, incluso el final que ahora vivía. Tecleó unas pocas palabras y se distrajo pensando si saber el momento del final era una maldición o un regalo. ”Ella fue allá. Nosotros que uno somos cumplimos. Ella también cumple al indefinirse”.

    Giovanni Pico de la Mirándola se entretiene con los libros cuidadosamente alineados en los portadisquetes. Pasa los dedos sobre los bordes y siente la piel de Marsilio Ficino en aquellos tratados profundos y la respiración de Elías del Médego en la frase que recuerda de aquel particular libro tan lleno de poesía. Sin moverse gira la vista hacia la moneda de plata que reposa en el tapete tejido a mano. Casi llevando a Marsilio y Elías en la punta de los dedos toma la moneda que le regalara Yhanina. Es de pequeño diámetro y tiene la esfinge de aquel lejano prócer y el escudo de Ciudad. Fue en la segunda ocasión en que se encontraron. Al despedirse lo abrazó, tomó su mano y en ella dejó la moneda sin decir palabra. Él jamás le agradeció el regalo, aunque sutilmente indagó sobre la procedencia hasta oír que de niña la había llevado en su muñeca como un regalo del padre. Comprendió, entonces, la magnitud del afecto de la joven y la ternura se aposentó en él.
"Estamos bajo el asalto final. Jerónimo ha logrado penetrar las cuatro puertas que, si bien aún resisten, lo hacen sin esperanzas. Las gotas se han filtrado y corroen los materiales. Las burbujas estallan con tal fuerza que su ruido lo domina todo. Ya no es posible escuchar la dulce música. Sólo la que brota de nosotros en este recuerdo que nos preside. El estruendo es de gran fealdad. Tiemblan las paredes y la amenaza que mueve los estantes justifica las precauciones tomadas. Paradójicamente hay un gran silencio: el de todos, pues nadie gime ni nadie grita. El espacio del sonido ha sido entregado totalmente al enemigo que sobre él se enseñorea y de él disfruta".

   Marsilio Ficino percibe que su lugar es en el balcón. Allí mira a la oscuridad sin asombro, como habituado a ella, como si observase la naturalidad de las cosas. Sus manos siguen en la balaustrada, casi como formando parte de los hierros que van tomando calor a medida que los estallidos ennegrecen el aire y el ruido forra a Ciudad con una caparazón de óxido. La visión fortalece sus brazos y sus manos asemejan garfios. Se sostiene como una estatua que se niega a abandonar el pedestal. A pesar del calor está envuelto en un largo abrigo azul y sus cabellos blanquecinos se mueven hacia los lados como si ondease una bandera. Mira al mundo oscuro desde la claridad de su mente y desde la transparencia de sus ojos. No se mueve un ápice a pesar de la furia creciente. A sus espaldas la abierta puerta permite ver el desorden. Hay manuscritos por el piso, cojines en todas partes, CDs en pequeños montones tambaleantes a punto de caer. Los cuadros de antiguos maestros desafían la gravedad desde unas paredes que parecen mirar la espalda del maestro a la intemperie. En el marco dorado la foto de Yhanina Alemamno observa desde unos grandes ojos marrones la actitud del hombre enclavado como un dehesero que ve arder los pastos y la negrura apoderarse de la extensión. Es un primer plano que permite la visión de los rasgos de la mujer. La boca ligeramente carnosa indica que se pinta el labio inferior un poco fuera de los límites naturales como si pensase que hay allí un error a corregir. El hombre baja la cabeza hacia el fondo del abismo y las cejas de Yhanina se alzan preocupadas abriéndose espacios entre los poros como si una extensión aún sembrada escapase a la devastación que ahora todo lo preside. Marsilio gira y mira al interior de su apartamento y se topa con los labios semiabiertos que le recitan de memoria pasajes en latín del antiguo libro del autor conocido como Dante y que ella siempre insinuaba al encontrarlo. Marsilio, ante el silencio del retrato, continúa diciendo y sus manos, aún de espaldas al desastre, continúan aferrados a la balaustrada.
   Ieronimus derrite el escudo la memoria habrá de prevalecer sobre la fuerza eterna se alzará el recuerdo descifrados serán los signos para que renazca intacta a aposentarse en quienes vengan el calor del aceite hirviendo comienza a vulnerar la materia inhalada por la negrura la expansión habrá de ser como de las cenizas al viento la posibilidad de germinar.
   Somos, se dijo Marsilio en alta voz luego de escribirlo. Los tres hombres se reconocieron en el aliento que comenzó a rodearlos como una envoltura de palabras impermeables al asco y a la desolación. Los conocimientos de los tres se enlazaban como una crineja de cabellos sin materia que se tendiese hacia el pozo primigenio donde las brillantes brasas no quemaban. Se sintieron juntos por la presión que reducía espacio y unía. Percibieron que la piel resbalosa comenzaba a girar sobre ellos erectos ante el desastre y que el tibio líquido era agradecido por quien rodeaba. Las letras eran las mismas y formaban las mismas palabras erigiéndose ser viviente y dejando atrás la limitación de la vida. El roce era ascendente hacia el lugar de donde emanaba y bajo su cuerpo ondulante supieron que el éter transmitiría.

   Yhanina los percibió como siempre. Habrían de partir con ella de este tiempo que tiempo no era hacia otro tiempo que tiempo no sería. Movió su cuerpo aspillado donde todo cabía entre los arcos imantados y alzando la cabeza sacó la lengua para recibir el desmayo húmedo que sintió la envolvía en espeso y tibio liberarse. Se percibió dueña de los secretos y sembrada en el origen. La furia del enemigo volvía a lo externo y saboreando la secreción quedó pendiendo de la cabeza erguida.
    
















































LA INTERFERENCIA DE CANANO
   
   Giovanni Canano había encontrado en Pico de la Mirándola el guía que tanto había deseado. El cariño de quien llamaba “maestro” con profundo respeto le producía infinito orgullo y no dejaba de vanagloriarse, en los círculos que frecuentaba, de su intimidad con él. Cuando Pico terminó la lectura de su "Rhetoricorum libri" y con una sonrisa le aseguró que le gustaba sintió haber llegado a una cima de donde no bajaría más. Cuando el “maestro” en persona lo recomendó a un editor se había abalanzado sobre él y, sin vergüenza alguna, lo había besado en las mejillas. Después del insuceso del volumen, lo que lo había mortificado en exceso, se consolaba escuchando a Pico explicar que ninguna advertencia parecería jamás lo suficientemente seria a los oídos de los habitantes de Ciudad. En realidad el libro estaba muy bien escrito, aunque el título mismo establecía una ambivalencia no deseada por el autor, pero que había confundido a los críticos. Si bien continuaba frecuentando al “maestro”, Canano recelaba la presencia constante de Yhanina Alemamno, las miradas de su amigo pidiéndole se marchara una vez que la mujer arribaba y lo que interpretaba como un recelo no disimulado en los ojos marrones que le desnudaban con fiereza. El bajaba la cabeza y mansamente se marchaba sin decir palabra, aunque recorría aquel cuerpo que lo atraía disimulando así el deseo con una actitud de respeto y obediencia.
   Canano era pequeño, de largos cabellos hasta el hombro, con una cara que siempre parecía recién afeitada debido a una irritación que jamás le abandonaba. Caminaba con una impresionante falta de garbo. Unos anteojos redondos le daban un aire intelectual que se afanaba en intensificar portando siempre un libro en la mano y una frase que atribuía a Pico como para refrendar su cercanía con éste. Ya los conocidos lo saludaban preguntando por el “maestro”, como si esa relación fuese lo único importante en la existencia de Canano. Decidió así omitir cualquier referencia sobre su amigo y un rencor profundo se fue apoderando de su comportamiento. Ayudaba el hecho de que Pico jamás había querido introducirlo en su círculo íntimo, jamás había escuchado sus ruegos de acercarlo a Marsilio Ficino y a Elías del Médego, con quienes, sospechaba, guardaba secretos que él deseaba conocer con ansiedad. El sentirse marginado de aquella expectativa lo llenaba de desconsuelo y lo hacía pensar que había sido una distracción menor frente a la estatura de aquellos dos hombres que el “maestro” trataba con una intimidad que le avergonzaba, puesto que se sentía de una dimensión intelectual menor, un indigno no apto para acceder a la cumbre del misterio.
   La ocasión en que encontró a Yhanina hablando de Marsilio y Elías con Pico comenzó a sospechar de un entendimiento entre ellos que excedía su capacidad de comprensión. Siguió a la mujer por varios días y comprobó como se dirigía, indistintamente, a casa de los tres hombres, lugares en los que permanecía largas horas. Pensó recuperar lo que creía simpatía perdida en Pico contándole lo que había comprobado, pero las cosas resultaron lo inverso de lo que había pensado. Pico de la Mirándola lo había mirado con los ojos llenos de ira y le había ordenado marcharse de inmediato con la recomendación de no volver. Desde aquel momento Giovanni Canano aseguraba estar arrepentido de su libro, argumentaba ante todos los auditorios a su alcance que Pico de la Mirándola se había aprovechado de su juventud para embaucarlo con extrañas ideas y hasta recurrió a altas instancias en procura de un proceso contra Yhanina Alemamno. Una tarde escuchó la voz que insistentemente repetía “ven conmigo”. Se convirtió, así, en el informante que Jerónimo necesitaba en el interior. Le hizo saber de la complicidad de los tres hombres y de la presencia femenina que describió como dominante. Habló de un raro proceder que, enfatizó, estaba dirigido contra las ambiciones del atacante. Describió, con lujo de detalles, lo poco que había visto o intuido en torno a un proceso de clonación, a las pequeñas heridas en las manos de todos, a un misterioso trabajo de trascripción a que Marsilio, Pico y Elías dedicaban todo su tiempo, a excepción, claro está, aclaró con voz melodramática, en aquel que la concupiscencia merodeaba en la figura de aquella mujer que lo atontaba en cada ocasión en que todavía la espiaba desde lejos. Jerónimo supo, de esta manera, quienes opondrían la resistencia más férrea y hacia donde debía dirigir sus esfuerzos destructivos más empecinados. Los tres hombres se habían mirado con asombro cuando supieron que Jerónimo atacaba con especial saña sus obras y que anunciaba planes especiales para su destrucción. Sabiéndose descubiertos se habían interrogado sobre la delación sin encontrar respuesta, pero, al menos, la declaratoria de guerra casi personal los había obligado a extremar las medidas de seguridad lo que había contribuido a encontrar, con la esencial participación de Yhanina, las formas de evadir los obstáculos en su tarea de salvar el trabajo realizado.
   La promesa de Jerónimo a Canano era la de la pervivencia bajo su mandato. Una condición, sin embargo, había puesto sobre el tapete con gran sutileza. El ex-alumno de Pico debía procurar información precisa sobre el proceso de clonación. Jerónimo pensaba ya en el futuro, en una amenaza que podía llegarle en una fecha imprevista y le atemorizaba que lo que creía un largo imperio tuviese inconvenientes debido a una pervivencia indeseada. Pidió a Canano fijarse con atención si muchos otros habitantes de Ciudad portaban alguna herida, pues se le ocurría que el proceso de clonación fuese generalizado. El enemigo dedicó, así, esfuerzos a determinar los alcances de lo que consideraba un alto riesgo y, sobretodo, a precisar el lugar donde estaba lo que necesariamente debía ser un inmenso depósito de tejidos conteniendo el ADN de lo que bien pudiera considerarse como un renacimiento de la condición humana. Sólo que la misión encomendada por el enemigo era demasiado exigente para las fuerzas de Giovanni Canano. Informó a su nuevo patrón que las manos de los habitantes de Ciudad no presentaban heridas como la de los tres intelectuales, que se desconocía cualquier movimiento de construcción tan grande como el necesario para almacenar tejidos en cantidades abundantes y que la labor de los tres hombres parecía más bien alguna intangible puesto que ningún tipo de material entraba a sus casas.
   Canano reposaba plácidamente en su buhardilla del centro mientras el ataque arreciaba. Se creía protegido. Organizaba con parsimonia sus archivos y soñaba con una grandeza incalculada bajo el nuevo régimen. Se sentía administrador de los bienes culturales, claro está, bajo la severidad que Jerónimo impondría, pero él sería, pensaba con deleite, el mejor ejecutor que la nueva autoridad podría encontrar. Revisaba documentos de otras partes donde Jerónimo ya reinaba y ensayaba una severidad que suponía debía asumir para agradar al amo. La tentación de pedir se conservara a Yhanina Alemamno debió reprimirla cuando percibió el odio de Jerónimo hacia la mujer. Se atrevió a preguntar el porqué y la respuesta fue obvia: la mujer era la mensajera, el enlace, la cohesión, la unión de las tres inteligencias en el gran proyecto que atentaba contra el nuevo orden. A duras penas decidió guardar silencio, aunque hasta estas últimas horas pensaba podía solicitarla como premio a sus servicios. Escuchaba los estallidos y los escasos detalles que había podido oír en las filas de los invasores le permitían, al menos así lo creía, saber en que puntos de Ciudad enfuriaba la batalla y adivinar los próximos pasos del atacante. En su imaginación veía caer las defensas de las puertas, las gotas penetrando airosas por sobre las barreras de la defensa, la angustia que presumía en Elías, Marsilio y Pico y, sobre todo, en Yhanina. Pensó en pasar por encima de las disposiciones del amo y correr tras la mujer, portarla consigo lo que le daría protección y después comunicar que la tentación había prevalecido y que la pequeña falta debía ser perdonada. Por momentos pensó que la mujer, aterrorizada, podía venir por su propia voluntad, que el deseo de sobrevivencia la portaría de manera espontánea hasta sus brazos, pero desestimó tales pensamientos porque jamás le había dicho nada, porque ella apenas le miraba en las ocasiones en que se topaban en casa de Pico y porque ni siquiera estaba seguro que ella conociese su dirección.
En los días del asedio Canano había decidido el rapto. Lo tenía planificado hasta en sus menores detalles, ayudado, claro está, por algunos de los secuaces de Jerónimo. Lo había, incluso, ensayado. La tomaría a la salida de la casa de Marsilio, por ser la más apartada; amordazada la transportaría hasta su buhardilla y allí esperaría, junto a ella, el desenlace. El detalle que lo detuvo no fue su propio temor, más bien la frecuencia con que la mujer andaba esos días en compañía de al menos dos de los tres hombres, sino de los tres, reunidos como si estuviesen en momentos cruciales del plan que adelantaban. El detalle le había hecho reflexionar sobre sus deberes para con el atacante y en lugar de continuar jugando con la idea de poseer a la mujer por la fuerza, decidió comunicar la novedad. Fue, entonces, que el ataque se hizo múltiple sobre las cuatro puertas, dado que Jerónimo dedujo que estaba por escapársele de las manos aquello indefinido que temía y que no lograba identificar a plenitud. Las nuevas circunstancias contuvieron a Canano, pero ahora, cuando toda la fuerza del atacante se ponía de manifiesto, repasaba la idea original y le asaltaba la posibilidad de ejecutarlo en medio de la total confusión que se abatía sobre Ciudad. Probó a interferir los holoteléfonos de los cuatro, pero el lenguaje que hablaban le sonaba de tal manera confuso que supuso claves inalcanzables para su capacidad de descifrar. Se conformó con saber que cada uno estaba en su propia casa, que Yhanina estaba sola y que la sorpresa sería su mejor aliado.
   En medio del estruendo se dirigió a casa de la mujer. Observó la luz en el interior, su imaginación lo hizo verla reflejada en las cortinas y la soledad de la calle cruzada por los relámpagos del ataque lo animaron a intentarlo. Se dirigió a la puerta del edificio, ordenó el piso y el número del apartamento y, sin tener una real conciencia de haber llegado, se vio parado delante a la puerta. La empujó con una determinación que él mismo no creía suya. Un fuerte resplandor lo cegó por momentos. Cuando logró recuperarse los ojos marrones de la serpiente lo sumergieron en el terror. Trastabilló, no esperó el ascensor, corrió enloquecido por las escaleras de emergencia y sin aliento se detuvo en medio de la solitaria calle. No atinó a escuchar la sentencia del atacante ante la rapidez conque la oscuridad lo engulló para siempre.   






























EN EL CENTRO

   “Engullo un trago de mi aguardiente y avanzo sobre Yhanina. La penetro y el chorro de semen se individualiza. La mujer lo recoge y lo clasifica. Marsilio, uno es, lame el clítoris de la mujer, se le encima y pasa a ser etiqueta. Pico muerde los pezones de Yhanina, ordena tome su pene con la mano y se lo introduzca y deja su presencia. Yhanina porta las tres probetas y en medio del inmenso frío las deposita en el centro del mandala, en el Huevo Órfico que Ciudad es. Una gota son. Yhanina mira las cuatro puertas: una es roja, otra verde, esta amarilla y aquella blanca. Fuera, el Agua Hedionda avanza decidida contra ellas. `Si no hay días este no puede ser el último´, dicen los cuatro en medio de la luz. `Hyeronimo no sabe que Ciudad está en otro tiempo´, agregan abrazados haciéndose uno. `El atacante es ciego´, casi rezan.
   Agua Hedionda percibe la claridad. Se sacude dentro del cuerpo único. El atacante se siente vulnerable como en aquella tregua que dejó a Ciudad en Calma. Percibe un regreso, una fuente, siente frío, el peligro lo acecha a pesar de estar cercana la victoria. El cuerpo está en el centro, en el único lugar de donde puede elevarse. La esperma de los tres es probada. Los tres miran a Yhanina. Deberá escogerse también su esperma. Elías lame hasta que la mujer convierte las paredes de su bulba en risco por donde baja la cascada. Pico limpia con paciencia y cuando está seca introduce su dedo, luego su lengua y recoge. Marsilio aparta los vellos del pubis, sopla y cuando cree oportuno excita y recibe la respuesta. Los tres tragan y el resto lo depositan en una probeta. Al centro antes que el Agua Hedionda se despierte y, enemigo interno, destruya. Junto al tejido la esperma. Una mancha está en medio de la calle. El tránsito de Canano dejó una leve huella. El enemigo ya olvidó habérselo engullido. ÉL y ELLA mezclan. Saliva, semen, éter. La serpiente retoza, penetra la uretra, se interna. Yhanina observa las paredes, las roza con la lengua, sale con la fuente. Todos mezclan. UNO es en el centro del mandala”.

   La mujer abre lentamente los ojos ante el temblor que sacude el techo y amenaza con aplastarla con la araña de luces. Se lleva las manos al cuello y lo aprieta. Comienza así el recorrido por su cuerpo desnudo. Moja en saliva los dedos y aferra sus pezones con una fuerza inusitada. El temblor arrecia y ella espera el gran desprendimiento. El polvillo que cae la va envolviendo en una capa blanca mientras ella lleva los dedos hacia el pubis y su recuerdo es para Elías escribiendo ahora en la página web los últimos detalles. Se pregunta sobre el texto que ahora se redacta y ella desconoce. No sabe si Pico y Marsilio ayudan. Menos si Pico escribe la historia y deja a Marsilio sobre la balaustrada bamboleándose al compás de la gran sacudida. Pico, gime Yhanina, cuando el tiempo ha transcurrido y la masturbación mancha la sábana.

"la concha se abre y penetra el que derrite, desgarrando, mientras arden los vestigios de Ciudad en una gran pira".

   El Escritor describe y yo, el escritor, transcribo. Esta última frase que he logrado traer me hace pensarla como la última. Si así es, pues ha terminado mi tarea, todo estaría dicho, aunque el misterio sigue siendo el mismo. No tenemos respuesta, aunque mi querido amigo Elías de Medimnus insista en que la página web no está agotada y me ha confesado que la última lectura lo ha erotizado al punto de ansiar hembra. Camino muy peligroso, pues debo admitir que he percibido el mismo asedio al escuchar la lectura. Nuestro querido Marsilio Coeli nos ha recordado - innecesariamente - la prohibición de sexo no virtual que pesa sobre nosotros so pena de un castigo que no tiene más allá. Ambos coinciden, eso sí, en que esta frase que les he entregado hoy, con toda seguridad es la última del Escritor. Por ello mismo nos hemos mirado con perplejidad, pues en el fondo nada dice sobre la forma del fin.
-- No tiene forma, así de simple - ha exclamado Marsilio.
-- Yo, Pico de Palemón, imbuido en mi veste de escritor reconozco haberlo dicho con una solemnidad altamente ridícula; no puedo aceptar lo que no narre hasta las últimas consecuencias.
-- No, Pico - corrigió Elías - tú lo que pretendes encontrar es el después y ese es precisamente el objeto de nuestra investigación.
-- Si Jerónimo lo destruyó todo no puedes esperar que después de muerto el autor de la página web, por su lado, y el Escritor, por la otra, nos sigan dando detalles de algo inexistente - corroboró Elías.
-- Es precisamente lo que están haciendo - insistió - pues no pueden ustedes decirme que lo que hemos recibido proviene de seres vivos.
   Elías y Marsilio se miraron. La observación de Pico era inobjetable. Sin embargo, casi al unísono, exclamaron:
-- Sí, pero los mensajes fueron redactados en días de vida.
-- No hay manera de diferenciar unos de otros - ripostó Pico - puesto que ya hemos aprendido que el tiempo para ellos no era el de Jerónimo. No podemos olvidar que advirtieron que si los días no existían mal podía ser aquel el último.
   Esta vez Elías y Marsilio callaron.
- Además - insistió Pico - tampoco aquella medición del tiempo es la nuestra. Nos estamos moviendo - dijo haciendo un gracioso gesto - con un concepto movedizo y equívoco, de manera que tengamos paciencia y sigamos escudriñando.
-- Volvamos sobre la frase en discusión, volvamos a repasarla, determinemos si es la última - retomó Marsilio la conversación con su habitual afán metodológico.
-- Sin embargo, ninguno de nosotros se ha preguntado hasta ahora si la página web ha terminado - observó Elías, provocando gestos de desazón en sus contertulios.
-- Tal vez el erotismo que contiene nos impide quererla terminada - exclamó Pico acompañándose con un gesto que provocó una risotada colectiva.

    Ahora debo escribir, en este registro que dejo, de la paradoja de habernos sentidos felices y de haber reído como pocas veces lo habíamos hecho en el preciso momento en que hasta nosotros llegaba la frase, que considerábamos final, del Escritor sobre el fin de Ciudad. Después, en la soledad de mi computadora reflexioné sobre este hecho. Creo que aquella mujer, aquella Yhanina Alemamno, se había introducido entre nosotros diciéndonos de reír, embriagándonos con un perfume que yo percibí, y creo que mis compañeros también, aunque ninguno de los tres lo comentó. Ahora mismo siento que fue como una ofrenda transmitida a cada uno de nosotros con tal intensidad personal que nos sentimos posesivos en grado supremo, celosos debería decir, hasta el punto de no comentar una sensación que tenía influencia grande - no lo podíamos saber en ese instante - sobre nuestras propias vidas. Además, el dilema de la última frase me ha desvelado. Por algún motivo que no logro precisar estoy convenciéndome de que el Escritor dejó textos posteriores que descubriremos en cualquier momento. No sé si exagero, pero mi convicción pasa por que Ciudad, aún convertida en pira, no había terminado cuando estas líneas que nos preocupan fueron escritas. Nuestra investigación ha determinado con claridad que al Escritor fue encomendada la tarea de narrar la historia, ¿pero es que acaso no merece también tal calificativo el redactor de la página web? Si concluimos en que la narración sobre Jerónimo ha llegado al fin, pues la misma conclusión deberíamos dar a la página web y no estoy en condiciones de admitirlo. Me interrogo si esta mujer, si esta Yhanina Alemamno, ha influido mi ánimo en manera tal de alterarme el raciocinio que siento una atracción tan fuerte que no deseo que la narración de Elías del Médego termine. Creo estarme comportando como un humano, es lo que me digo, para afirmarme que otra cosa no soy. Me duele admitirlo, pero esta condición de clon nos ha hecho reducirnos en sentimientos y pasiones, sólo por normas legales, no por estructura genética. Admito que estoy sintiendo una especie de rebelión que me lleva a preguntarme sobre una real penetración de la hembra, en lugar de este aséptico sexo virtual al que estamos condenados.   

   Marsilio marchó pensativo de regreso a su apartamento. Algo le molestaba en lo más profundo. Había reído con Pico y Elías como casi nunca, pero no estaba contento. Pensaba si un extraño virus necrofílico se había apoderado de ellos para reír en el preciso instante en que la información del fin se había hecho patente y todos parecían coincidir en que aquella lectura que habían hecho era la de un texto sin más allá. Había escuchado a Pico hacer un comentario sobre aquella mujer de la página web extraño en él, un comentario casi morboso y sugerente de un comportamiento violatorio de las leyes de su tiempo. Era la primera ocasión en que se hablaba de sexo en aquellas reuniones caracterizadas por la seriedad y el empeño científico. Pero, y era la pregunta que ahora lo asaltaba, ¿no era el sexo algo profundamente serio? No podía concentrarse en la indefinición de precisar si los dos textos habían terminado. Ahora lo que se preguntaba era sobre los porqués de la prohibición de sexo real en esta sociedad de clones. Comprendía que su mente estaba puesta en el tema y que le sería muy difícil apartarlo, sobre todo cuando admitía sus interrogantes andaban sobre el sexo real, sobre el contacto directo con la hembra, con fluidos y pasiones, con posiciones reales y no inventadas por la mente. Podía entender que esta sociedad no se permitiera el peligro de una procreación por el método natural, pero ¿acaso podía existir algún peligro de contagio de enfermedades en este mundo donde los virus habían sido desterrados, los microbios desaparecidos y las enfermedades enterradas? Más grave aún, se estaba planteando un cuestionamiento que abarcaba la totalidad del sistema, pero en verdad tampoco podía entender porqué estaba vetada la procreación natural. Tal vez los científicos pensaban en el retorno de las enfermedades, pero eso era improbable. Tal vez la pasión amorosa podría conducir a un desacato a la autoridad constituida. Tal vez la muerte del amor era la condición esencial para la pervivencia del Poder. Ciertamente Marsilio Coeli tenía mucho en que pensar.

   Elías lanzó un suspiro cuando sus amigos terminaron de marcharse. Sentía un sabor amargo y llegó a pensar que eso se sentía cuando la risa era irrefrenada como la de aquella noche. La duda sobre el texto le parecía irrelevante. Un nuevo elemento se había interpuesto y no sabía como manejarlo. Aprovechó la soledad para releer la página web y ya no tuvo dudas sobre el origen de la preocupación. Meditó largamente, aunque un escozor lo hacía moverse con inquietud. Trató de intelectualizar el problema diciéndose que quizás en las palabras de Elías del Médego estaba un punto clave de la investigación, quizás una respuesta que daba solución al enigma, algo de fondo y no la simple perturbación que sentía. Se dedicó, entonces, a releer toda la página web, desde aquellas incitantes páginas iniciales, pero lo que obtuvo fue un aumento de la ansiedad. No lograba explicarse porqué la aterradora descripción del Escritor sobre la destrucción de Ciudad pasaban a un segundo plano. Se detuvo a repasar el argumento de la tarea compartida entre aquellos dos mensajeros y a examinar una segura estrecha relación entre ambos textos. Se tranquilizó diciéndose que no se había producido un relajamiento en la seriedad con que investigaban, que no habían sido víctimas de un súbito ataque de cinismo, que la risa no podía traducirse en un desprecio insólito hacia la muerte y la destrucción del Huevo Órfico. Una idea comenzó a rondarlo: habían reído por el descubrimiento de la intrascendencia de la muerte. Fue quedándose dormido con la convicción de que una revelación profundamente impactante había llegado a sus vidas para cambiarlas para siempre.









GESTACIÓN

   Yhanina se alzó lentamente y arrastró su cuerpo hasta el baño. Miró el pequeño espejo mientras tanteaba en busca del grifo. Una semisonrisa afloró en sus labios cuando comprobó que aún había agua. La dejó correr entre los dedos mientras exánime se miraba. Se sostuvo del líquido casi como del dedo con que se había penetrado. Observó sus ojos adentro, legañosos, con un esfuerzo similar al que se hace para apartar la intrincada maraña de ramas desnudas de un abedul sembrado por nosotros mismos. Llevó las manos mojadas a los senos desnudos y una peculiar sensación de enfriamiento la recorrió toda. Las bajó hasta el sexo, abriéndolo, y dio algunos pasos hacia el bidé goteando con semen el piso que se movía. No se lavaba, se hería, con movimientos que pretendían hacer desaparecer hasta el último vestigio de la masturbación. Cuando el ardor se aposentó sobre la enrojecida piel se llevó los dedos a la boca y los succionó hasta que el estremecimiento de la batalla la hizo reaccionar. Abrió la ventana y la oscuridad la envolvió como un magma pegajoso en el que apenas algunas luciérnagas atrapadas emitían los últimos titilares de luz mortecina. Se sintió dentro de una boca negra implacable, inmensa y feroz, que todo podía engullir, voraz e insaciable, aunque creyó percibir en el cartilágine de aquel paladar resquicios para dejarse en posición fetal hasta el momento insospechado de una luz blanquecina proveniente del éter. Los sonidos eran de alimento al mezclarse con saliva, de pasta que se forma mecida por una lengua descomunal que bate con movimientos parsimoniosos. Instintivamente fue encogiéndose hasta descubrirse debajo de la ventana y sintió el cordón umbilical rodeándola. Era grueso y fuerte. Trató de salir pero la pesadez del líquido le impedía desenrollarlo. Lanzó patadas contra la pared que refrenaba su deseo de liberarse y lo único que percibió fue el ensayo de un llanto. Atrapó la conexión en el ombligo pero estaba fuertemente arraigado. Intentó destornillar pero sus pequeñas manos carecían de fuerza suficiente. Percibió en el estómago la paloma dando las migas en el pico de su cría y el sopor fue tranquilizándola. Resultaba imposible distinguir las lágrimas. Eran iguales de saladas, eran igual al mundo acuático en que estaba sumergida y donde reaparecían los graznidos de las aves volando a ras tras el rastro escamoso de los peces zigzagueantes. Sintió burbujas que no podía ver pero sabía que burbujas eran. Centró la atención en los sonidos regulares que provenían de su pecho y pudo entender que eran la repetición de otro que le entraba por el cordón con que estaba atada a una fuerza superior. Ambos se sincronizaban y uno se hacían. Estiró el cuerpo y sintió que alguien gritaba. Escuchó voces que empañaban el cristal, voces que se hacían cada vez más lejanas y apoyó sus ojos sin visión sobre las paredes de cuarzo cristalizado que la rodeaban como un mandala. Mientras, el resoplido levantó la sombra de Giovanni Canano pegada al pavimento y la integró al torbellino en avance. Se fue expandiendo con la furia de los movimientos desatados y cual moco adhiriéndose a los átomos en desorden y a las ordenadas probetas que así marchaban hacia la succión.

   Elías rió mientras la voz en trueno anunciaba el final. Pico rió cuando la oscuridad envolvía la totalidad. Marsilio rió cuando percibió que ellos reían y ellos rieron al percatarse de la risa de Ficino. Cada uno en sitio diferente, pero las carcajadas tomaron el ritmo de un conjunto armonizado y único y cada uno supo que el otro se preguntaba el porqué de la risa cuando las gotas del Agua Hedionda corrían ya libres al encuentro del centro de Ciudad. Cada uno supo donde estaba Yhanina, de su posición fetal, de sus manitas sin fuerza acariciando el cordón umbilical. Cada uno percibió el cuarzo que comenzaba a cristalizarse a su alrededor. “Cada uno”, se repitieron a sí mismos hasta que las palabras se sintieron más lejanas, como hundidas en un valle de lejanas montañas de donde regresaban en eco diluido por filtros líquidos. Pico se acuclilló mirando el blancor del Huevo Órfico. Elías se dejó caer de lado dejando que aquello penetrara sus pulmones y aprendiendo con rapidez la nueva respiración. Marsilio miró los amados tomos y se recostó plácidamente en el sofá donde los había meditado. “Burbujas perfectamente redondas, como mandalas”, supieron los tres fue el último pensamiento. Lo supo Yhanina mientras orinaba el Gran Vientre.   

Yo soy Yhanina Alemamno, la que ha soportado la carga de mirar y oír. Sobre la muralla recobro la inexistencia de mi largo cuerpo en un movimiento de enroque sobre los que éter son. Deberán ya estar muertos mis uno, deberán haberme precedido como siempre, agotando falos y memoria en mi interior de soportes redondos ahora oloroso a muerte. Yo he sido la marcha de serpiente sobre el suelo movedizo y el suelo movedizo bajo el anguloso proceder del instinto que procura no dejar granos de arena pegados a su cuerpo de aire. Mi especialidad fue enroscarme sobre las venas templadas y estirar mi lengua bípeda sobre los grandes brotes. Tragué siempre con alegría, sin vacilaciones, engullendo bálsamos que calmaran mis interiores ardidos y facilitaran mi digestión en largos eructos sobre las nimiedades del tiempo transcurrido. Ahora admito mi aprendizaje sobre el hombre. Cuando la hora avanza en sombra sobre el pavimento este conocimiento no me sirve de nada. Sólo puedo percibir el placer de haberlo tenido en uno, a ellos, los tres más grandes hombres de mi tiempo. Uno fueron y uno serán. Aquél con su impertinencia de penetrarme por cuanto hueco supusiese capaz de albergarlo, el otro con su timidez mórbida sólo superable con mi avance desnuda sobre el lecho de rodillas aproximando mi boca a su expresivo pene y éste con su habilidad natural para intercalar profundas reflexiones entre cada asalto en que debo admitir me dejaba exhausta. El hombre es un ser domeñable y maravilloso. Aquél con su profunda sabiduría sobre la trascendencia del Alma y sus planteamientos sobre el Mal; el otro con una capacidad indescriptible para la reflexión filosófica apuntalada sobre la poesía; éste, guerrero de las ideas luchando en las más desfavorables condiciones por salvar al Hombre de este destino aún indefinible. Soy virgen como Artemisa, Atenea y Hestia, vulnerable como Hera, Deméter y Perséfone, bella y sensual como Afrodita, soy un humo salido de la mano de estos tres hombres, uno alquimista. No he sido victimaria. He sido fruto de ellos, de su semen vaporoso o como cristales, de sus erecciones, he sido su hogar y su caza, mujer madre e hija de ellos, artesana de su gran pene único, doncella subterránea de los túneles que han cavado a la memoria del pensamiento en su transformación de mí y de mi transformación de ellos, presencia sobrecogedora ellos y presencia sobrecogedora yo, persuasión yo y creadores del amor ellos. Hemos sido, ellos y yo, creación. Nos hemos conocido, nos dimos. Primero fue el sueño, después la realidad, la misma difusa de ahora en medio de esta tiniebla que me alcanza los pies y los lame como gata. Nos hemos transformado en esta alquimia, nos atrapamos, nos hicimos bellos como nueva estatua de Galatea mujeres ellos y hombre yo. Bello con su desnudez inteligente, bella por el brillor de mis ojos y por mis maravillosos senos para sus tres pares de manos. Hemos sido verbo que la ninfa alzaba cada noche y dejaba caer sobre nosotros. Jamás un pedido de ayuda, ni para esta batalla perdida a cuyo fin agónico parezco ser la última en asistir. Un nuevo ser somos, mientras yo respire. Bruscos, complejos, emocionales. Desnudo mis pechos y estiro los brazos, como deidad. Puedo reclamarme como patrona de Ciudad que se muere, como la levantadora de las cosechas, como la tierra sembrada por las manos más expertas. Podría haberme llamado Hécate, podría haberle llamado reina-doncella, podría llamarlos a mi lado y sembrarnos en la paila de los olores. Soy una mujer que puede morirse con su mundo, lo aprendido dio orientación a mis pechos y apertura a mi sexo. Sólo alcé mis brazos para rodearlos, jamás para apretar sus cuellos. Fluí como rocío sobre sus inteligencias, ellos me devolvieron todo, desde el suave o rudo mamar mis pezones hasta la primicia de sus acertos. Lo que fue Ciudad se hizo con ellos dentro de mí, yo poder y al tiempo esclava de su rudeza tierna. Protagonismo y sumisión, equidad en el reparto y en la succión, puente para unirlos, conmigo pero entre ellos, yo madre yo puta cabalgando yo fertilidad yo alimento para la gran aventura de la inteligencia. He amamantado las creaciones, los volúmenes introducidos en los chics, he agarrado los granos de granada voluntariamente y admito, ahora, que fueron ellos a construirme, que fui delicioso instrumento con mis irresistibles piernas abiertas y mi capacidad de comprenderlos hasta el punto de tener el sexo en la cabeza, dionisiaco ese uno que me permitió ser esta mujer, sacerdotisa embriagada de este ritual, magia de ser poseída. Cada vez que examinaba la experiencia descendía a mí misma y me convertía en mediadora. Fui empática-sensorial. Fui espuma blanca que se mezcló al mar. Fui la acompañante. Fui la descubierta. Antes no sabía. Descubrirse en mí me descubrió, ese lugar específico del pene de uno, ese recorrerme la vagina, esa sensibilidad a mi ano, este hincharse las velas en mi boca. Cuando me sentí descubierta descubrí. Tuve, entonces, la serenidad. Atrás quedaba el estremecimiento de mi carne cuando uno hablaba y yo, mortificante, preguntaba. Las respuestas se introducían en mí y las ideas eran lubricantes, orgasmos, semen esparcido para que el Hombre siguiera mereciendo la pena. Soy doncella al ataque del recuerdo de uno, invulnerable al sueño de la muerte, pequeña mujer acurrucada plena de deseo que ya no llega a la hora del encuentro con esta camisa tentadora que me pongo para dejar a los ojos la hendidura entre los pechos y pedir se recueste, se rejunte, se abra paso este uno que me ha hecho mujer para aliviar las miserias de la vida que termina y mis pechos manen leche si la rabia acumulada de la inteligencia chupa buscando oro alquímico. Siempre uno adivinó. Yo siempre adivina fui. En el tono de la voz, en la violencia controlada, en la ternura untada. Aprendí e hice. También mi voz volverá a sonar. Intenté lo que ellos hacían y ellos me respetaron y por eso ahora hablo, porque puedo, porque mi lengua profiere palabras además de placer. Yo di y ellos me dieron. Juntos somos el Gran Cuerpo. Tomo mi pene para que se sientan húmedas su vaginas aunque calcinadas por el paso destructor del Agua Hedionda. Unidad somos y la certeza de que un día seremos llena mi mente cuando el fin me carcome. Percibo las ramificaciones del mandala adosadas al cerco, al maravilloso redondo, como Pico Marsilio y Elías describían la entrada, esta mía quiero decir, cada uno de uno hace tres en la rueda y yo entre ellos moviéndome mientras la intensidad quema, mientras la luz enloquece todo lo que de común tenemos. Somos cuales aspas en el círculo finito-infinito que ahora como antes y después nos hace escapar de la podredumbre, dios este uno y yo adentro, deidad yo y ellos adentro, de luz blanca, de sabiduría, de saberlo. Lo negro y hediondo fuera está. Yo y uno somos puros, transparentes, al centro. No hay nada fuera de nosotros que ya somos. Somos la cuatro puertas, somos sus colores. Somos las contradicciones y los opuestos, somos la Esencia. Sobre ellos me enrosco, ellos me elevan. Estamos abiertos hacia el centro. El centro se expande y la luminosidad nos alcanza, nos envuelve, nos cubre. El Agua Hedionda martiriza, come, destruye, engulle mi cuerpo, mi apreciado cuerpo que uno acarició en cada pliegue, en cada recoveco, en cada hendidura. Mi voz sobrevive, mi voz se transforma en signos, mi voz es ahora leída. Lo nombro, a uno, a Elías Marsilio Pico, ahora y cuando sea y creo que lo será.












IMAGO MUNDI


SOMBRA

   Ciudad parece un huevo. El hombre se detiene brevemente ante lo insólita que le resulta la luz del día. Se protege con las manos mientras recurre nuevamente al carné de identidad: Giovanni Pico de Palemón. Mira a otros dos que también salen y verifican, como él. Vacila sobre la calle a tomar y finalmente toma una opuesta a la de los otros dos hombres. Si bien sabe exactamente la dirección que le han asignado decide vagar. Lo hace hasta el límite de sus fuerzas y luego de verificar algunas direcciones claves que tiene en su memoria: las correspondientes a los archivos, a las librerías, a las bibliotecas. Verifica en su bolsa que porta los disquetes con los primeros textos y la libertad lo comienza a emborrachar. Piensa que la seguridad de saber donde irá le puede autorizar un retardo y vaga. Comienza a repasar las lecturas, los amados textos antiguos hechos de blancas hojas con signos impresos, pero también los leídos en la pantalla de la computadora; en su mente se reproducen los conocimientos con gran velocidad hasta el punto de marearlo; se detiene y se apoya. Le queda por delante la tarea de escribir.
   Los otros dos hombres se acompañan un breve trecho sin hablarse. Cada uno de ellos quiere sacar del bolso su identificación, pero ninguno quiere que el otro lo vea en tal acto. Se dirigen una fría mirada y cruzan en direcciones opuestas. El primero lo hace apenas se siente sin la mirada del otro. Elías de Medimnus, puede leerse. Comienza a reflexionar sobre su ingreso a Ciudad. Mira con extrañeza los transeúntes y la agitación de Ciudad. Instintivamente comienza a tomar notas sobre sus primeras impresiones. Lo hará mientras marcha hacia la dirección preestablecida.
   El tercer hombre se ha detenido. Mira en rededor y baja la cabeza. Piensa en el duro trabajo que deberá realizar, plasmar tantas ideas en volúmenes perfectamente organizados y coherentes. Conoce el camino hacia la dirección que le han preestablecido de manera que se deja llevar por su pensamientos mientras su piernas cumplen la tarea de llevarlo a él. Llega y frente a la puerta de su apartamento saca del bolso la tarjeta que la abrirá. Allí puede leerse Marsilio Coeli.
   Cada uno verifica con la vista las cosas que habrán de acompañarlo. Poco interés muestran por el mobiliario. Las computadoras son los objetos de la atención inmediata, las claves para mandar a los archivos centrales textos falsos y no los que escribirán, el acceso al sexo virtual, las posibilidades de agrandar las posibilidades de aquellas máquinas y realizar así tareas no permitidas originalmente, las formas de acceder a información no permisada. Cada uno se asoma a la balaustrada de la noche y Ciudad parece un huevo.
   Marsilio despierta temprano y lee. Rápidamente se levanta para comenzar el pensamiento sobre el destino. Pico piensa que inicia el mismo proceso de siempre y se pregunta a donde dirigirá sus pedidos de ayuda. Elías comienza a buscar entre las páginas web alguna que, intuitivamente, sabe le abrirá las puertas a lo desconocido. La cotidianeidad será vencida de alguna manera, piensan. Habrán de cumplir con los trabajos obligatorios y realizar las tareas encomendadas, pero la labor por realizar será intensa; hay una misión, intuyen.
   Deberán comprar copelas y cornudas, concluyen. Lo hacen. Cada uno cree reconocer al otro cuando se encuentran. Quizás haya sido a la salida, especulan. Cada uno marcha de regreso. Elías decide adquirir lo necesario para montar un pequeño alambique. Cada uno piensa que falta un mandala. Al toparse en el sitio de venta se dirigen una mirada algo más larga, pero ninguno se permite unas palabras.
   Deberán proveerse de los disquetes con obras fundamentales, piensan. Lo hacen. Se miran extrañados al encontrarse. Seguramente fue a la salida, se dicen. Cada uno marcha de regreso. La lectura está asegurada. Cada uno aprisiona bajo el brazo los tesoros que liberarán los más recónditos pensamientos y permitirán la creación. Elías tuerce hacia la derecha, lo mismo que Pico, igual que Marsilio. Entran a la discotienda y ordenan a antiguos músicos clásicos del milenio anterior. Sólo hasta allí la coincidencia, pues ninguno de ellos se lleva obras del mismo músico. Primero sale Elías con un seco saludo. Luego lo hace Pico, con un ligero movimiento de cabeza dirigido a Marsilio. Este último permanece aún unos minutos.

     Lo recuerdan, entre carcajadas, en este momento de distensión luego de haber manifestado sus más profundos pensamientos. “Pensé que nos habían clonado de la misma fuente”, arguye Elías. “En verdad pensé que el Poder nos espiaba”, agrega Pico. “Vamos, opina racional Marsilio, ninguno de Ustedes ha creído jamás en las coincidencias”. “Sin embargo, recuerda Elías, sin Yhanina no nos hubiésemos conocido”. El nombre de la mujer se pronuncia para que advenga un largo silencio. Los tres sonríen. En efecto, Yhanina Corsetti había encontrado primero a de Palemón en una de sus conferencias y éste, obsequioso, le había extendido una tarjeta, tal vez atraído por la belleza de la mujer, tal vez por un gesto automático ante quién intuyó era una estudiante interesada en sus libros. Cuando apareció en su estudio Pico la recordaba vagamente, pero, aún así, la atendió con una cordialidad inusitada en él. Su atención se fijó en los labios carnosos ante el anuncio de que la visita pretendía convertirse en un contacto previo a un nombramiento de asistente. Pico preguntó de nuevo el nombre y lo asoció, finalmente, a uno de los salones que mayor interés habían despertado en Ciudad por la seriedad de las discusiones que allí se adelantaban. Lo confirmó con la mujer y, extraño en él, pidió ser invitado. La felicidad de Yhanina no podía ser mayor, la presencia de Giovanni Pico de Palemón fue anunciada a los asiduos con cierta rimbombancia y, ciertamente, la expectativa era densa cuando llegó la ansiada noche. Pico estuvo sobrio, como corresponde a alguien que estudia por vez primera un escenario. Sólo que el hombre había tomado la decisión de nombrar a Yhanina Corsetti como su asistente, deslumbrado, al menos en lo que admitía, por su conocimiento de lenguas antiguas y su habilidad para la traducción. El encuentro con Marsilio Coeli ocurrió en una librería. El filósofo se entretenía con unos textos de Pico cuando, inadvertidamente, Yhanina se le colocó al lado y con candor preguntó cuánto le interesaba aquél autor. “Mucho”, respondió el hombre sorprendido. Mayor sorpresa causó a la mujer darse inmediata cuenta de estar al lado de Marsilio Coeli, cuyo rostro imperturbable presidía siempre sus libros. “Lo conozco, puedo decir que es mi amigo”, dijo rápidamente reponiéndose de la sorpresa. “También a usted”, le aseguró. Coeli, agradado, extendió su mano y la invitó a la cafetería del lugar. Conversaron por horas y, bajo la premisa de que haría encontrarse a los dos hombres en el salón de la semana siguiente, quedó sellada la amistad. El conocimiento de Elías de Medimnus fue obra total de la casualidad. Coincidió a su lado en una obra de teatro y con el desconocido personaje intercambió algunas frases en el primer entreacto. En el segundo el hombre le extendió la mano y, cuando pronunció su nombre, Yhanina ya no tuvo la menor duda de estar predestinada a conocer a los más grandes hombres de su tiempo. Siguió el mismo procedimiento que con los anteriores, la invitación al salón, no sin antes aceptar el convite para tomar un trago en el primer bar que se pusiera a la vista para comentar la obra recién disfrutada. En la reunión Yhanina los presentó y no pudo contener un movimiento nervioso cuando Pico de Palemón comentó a la ligera “veo que conocen a mi asistente". Había entrado en la vida de un grande y, era lo más probable, en la de otros dos. Continuó viéndolos, aunque rara vez juntos, sólo en aquellas ocasiones en que los intercambios nacientes provocaban reuniones de las que ella no participaba, de las que era excluida suavemente, como si de protegerla se tratase. Pero cada uno en solitario, eso sí. Los acompañaba a cenar o al teatro o a la búsqueda de algún raro texto. En verdad notaba en los tres hombres un interés investigativo dirigido al mismo propósito. Lo podía notar en los títulos seleccionados, a los que regresaba después sola para tratar de comprender lo que sucedía. Comenzó a hilar sus propias conclusiones, tanto por los volúmenes técnicos sobre computación como por aquellos antiguos y cabalísticos, por el interés de atrapar algo que no lograba precisar y por el recurrir constante a los procedimientos de los viejos alquimistas como a los de la más moderna ciencia. Pero Yhanina esperaba pacientemente la oportunidad de saciar su curiosidad. Cumplía rigurosamente las tareas de traducción que Pico le encomendaba hasta el momento en que las asoció con lo que creía el misterio de los tres hombres. Estaban buscando con ellas los procedimientos de ocultamiento de la sabiduría, como aquellos maestros del pasado que los usaban para evitar que los conocimientos llegaran a las mentes no adecuadas, sólo que ahora no parecía para cifrar sino para descifrar, no para ocultar sino para traer a la luz alguna información que para los tres hombres era de vital importancia, tan vital que ella misma estaba consciente de los grandes riesgos que estaban corriendo, y con ellos, ella, la asistente de uno y la amiga de los tres. Pensó que una búsqueda de tal magnitud bien valía la pena cualesquiera fuesen las consecuencias, amen de estar involucrada afectivamente. Ya no se trataba de tres doctos estudiosos, eran sus amigos y, valga admitirlo, sus amantes virtuales. Sí, había ocurrido con la mayor naturalidad, primero con Pico quien se lo propuso una tarde después de trabajar con un texto de Catulo y bajo los compases de Schubert. Conectaron los cascos y la imaginación se desbordó. Ella se lo propuso a Elías quien, reticente, accedió hasta voltear el armario de los disquetes y hacer que la tupida barba del busto de Brahms sufriera una lamentable pérdida. Ni ella ni Marsilio hablaron aquella primera vez, dado que se miraron a los ojos, interconectaron los cascos y la virtualidad hizo explosión con la Obertura de "La Flauta Mágica" como telón de fondo. De allí en adelante fue constante la relación, interponiendo cada vez nuevas posturas y nuevos movimientos, convirtiéndose en un hábito marcado por la delicia y la imposibilidad de dejarlo, quedando bien claro que nadie pretendía esto último. Por el contrario, si alguna cosa cabía era llevar a los extremos las posibilidades de la tecnología. El sexo virtual satisfacía, por lo demás no había otro, especialmente cuando la prohibición para todo clon estaba clara, la realización de sexo mediante contacto directo ocasionaba la eliminación de la fecha predeterminada de exterminio y una condena que podía ser de ejecución inmediata. Sin embargo, Yhanina no estaba satisfecha. El inmenso placer de la unión virtual que mantenía con los tres hombres hacía imposible toda indagatoria sobre sus actividades que estaba por calificar de secretas. Eran demasiado emocionantes aquellos momentos como para desperdiciarlos con disquisiciones o interpelaciones y mucho menos lo eran los posteriores donde apenas un pequeño descanso bastaba para el renacimiento del deseo. Al final de cada jornada el agotamiento era demasiado profundo y hasta ella misma olvidaba su propósito inicial de preguntar sobre su deseo mental cuando el deseo de su cuerpo estuviese saciado. Cada uno tenía fantasías propias y cada uno le ocasionaba a ella perentoriedades específicas. Cada uno era uno y ella se hacía diferente ante cada quién, aunque conservase los mismos planteamientos básicos para enfrentar la pasión. La identificación con los tres, que le parecían rostros diferentes de un sólo hombre, era total, en el misterio desvelado del sexo virtual y en el misterio velado de una misión de la que quería formar parte. Sentía un deseo real, tan real como el de la conexión tecnológica, en cuanto a los detalles del trabajo al que quería sumarse. Conectaba las informaciones dispersas que poseía, sabía que estaba de por medio una traducción que era algo más que la traslación de palabras de un idioma a otro, sino, más bien, de un conocimiento oculto a un presente angustioso. Sabía que aquello, aún indefinible para ella, podía verterse a la lengua común del hoy, pero que ello no bastaría para entender, que era menester recurrir a códigos con propiedades enigmáticas, que se trataba de un mensaje que intuía en el ciberespacio puesto que había detectado las combinaciones tecnológicas con la vieja alquimia en procura de plasmarlo. Intuía algo relativo a universos paralelos y agotó su tiempo disponible en informarse sobre el tema. Había algo en la existencia de clon que le parecía podía llevarla por caminos insospechados y, así, incurrió en la dramática sensación de preguntarse de quien era ella una copia.







YHANINA BUSCA LA PROBETA

   Comenzó interrogando a Pico y la respuesta fue la obvia: “Ese es uno de los grandes secretos de Estado”. Yhanina comprendió que había tocado el asunto central de la investigación de los tres hombres, aunque fuese apenas por una de las aristas, por una de las rendijas de aquel entramado que sabía complejo. Pensó en retroceder, en dejar allí el primer tanteo, pero la impetuosidad femenina la impulsó a continuar:
-- Sé bien que es una información no disponible, pero me niego a admitir que Marsilio, Elías y tú no se lo hayan planteado - argumentó aparentando una inocencia que el hombre sabía ajena a la mujer.
-- De quién somos copias es algo que jamás hemos abordado de manera directa - dijo el hombre mirándola con fijeza.
-- Esto significa - arguyó Yhanina con el mayor candor que encontró en si misma - que sí se lo han planteado indirectamente.
   Pico respiró hondo convencido ya de que aquella conversación involucraría a la mujer en el proceso:
-- De quién somos copias es algo intrascendente, Yhanina. El asunto fundamental es interpretar el fallecimiento del mundo anterior. Puedo decirte con precisión que el asunto radica en preguntarnos por qué somos clones.
-- Ustedes son escritores, pensadores, filósofos, lo que los antiguos franceses denominaron intelectuales. Podría decirse que fueron clonados para seguir pensando. Pero yo, ¿para que fui clonada?
-- Para acompañarnos - respondió Pico no sin un dejo de burla.
-- Por favor, Pico, mi tarea es también intelectual, si se quiere, promuevo cultura, reúno mi salón y cumplo mis tareas cotidianas, pero mi “madre”, y no me refiero a una oscura probeta, debió cumplir un rol en la Ciudad anterior. Te confieso que la pregunta sobre mi papel ahora me estremece.
-- Tú nos reuniste, Yhanina, quizás ese haya sido el propósito fundamental de tu clonación. Si es así ya cumpliste tu misión.
-- Si los reuní fue con un objetivo y es eso lo que me interesa.
-- Tal vez el objetivo consistía en unir nuestras inteligencias. Esa unión es la que hará posible las conclusiones a las que llegaremos, si es que llegamos - dijo Pico dando por terminada la conversación dirigiendo su mirada sobre la pantalla de la computadora y dándole la espalda a la mujer.

   Yhanina terminó la tarea del día y dirigió sus pasos hacia el apartamento de Marsilio. Con el segundo hombre sería más específica, pensó, ya tenía los elementos necesarios para no incurrir en ingenuidades. Utilizó la clave de la puerta y lo encontró sentado en el sofá de la sala, aparentemente distraído, con la mirada perdida.
-- No te esperaba, - dijo - ¿o acaso es hoy nuestro día y no lo recordaba?
-- No es nuestro día, pero ¿por qué no podría serlo? - ripostó la mujer en tono parecido a un desafío.
   Marsilio se enderezó desde su pereza ante la contundencia de la repuesta que anunciaba una visita significativa. Fijó sus ojos en la mujer y una sonrisa tierna le asomó a los labios:
-- Tal vez nuestro día debería ser cada día - dijo no por galanteo, sino percibiendo un extraño sentimiento que en sus sienes se convirtió en presencia física.
-- Quiero hablar contigo - espetó.
-- ¿Antes o después? - insistió Marsilio percibiéndose un comportamiento insólito.
   La mujer quedó sorprendida y no supo que responder de inmediato. Marsilio se comportaba de un modo que no sabía calificar. Vaciló buscando un adjetivo que colocar a aquel modo de proceder, pero se encontró a si misma con la cabeza ladeada y los ojos humedecidos fijos en los del hombre. Reaccionó, no obstante, con presteza y se dijo a sí misma que aquello era ternura. Trató de articular palabra pero el sentimiento la invadía con tal fuerza que dedicó unos segundos a escudriñar al hombre. Miró sus cabellos revueltos, la nariz curva, la barba mal afeitada y, sobre todo, los labios y por vez primera un estremecimiento le recorrió la espina dorsal. Fue Marsilio quien debió aligerar el momento:
-- ¿Vas a quedarte allí para siempre?
   La mujer sonrió, hizo, para sorpresa de ambos, el gesto de acariciarse el cabello y se sentó junto a él. Permaneció aún en silencio por unos segundos. Marsilio comprendió que no debía apresurar nada, también por él, que continuaba sintiendo una intensa sensación en las sienes como si transformadas en un laboratorio se hubiesen condensado allí las presiones de varias atmósferas. Yhanina lo miró con una expresión de extrañeza en los ojos. Con ellos le preguntó qué sucedía, pero Marsilio tampoco tenía la respuesta.

   A pesar de un sueño entrecortado y difícil Yhanina se alzó aquel día con mayor premura de la habitual. Notó que demoraba ante el armario la escogencia de la ropa que vestiría y la novedad de la sensación la paralizó. Se miró al espejo y se vio desnuda. Por vez primera examinó sus senos pequeños y redondos, su pubis abundantemente poblado y recorrió sus piernas percibiéndolas como tenazas acolchadas. Introdujo la mano en la pelambre y cerró el puño, con él los ojos y sólo el dolor ocasionado por la fuerza del gesto la hizo despertar. Sacudió la cabeza, se vistió rápidamente y partió hacia el apartamento de Elías.
   Vaciló ante el teclado de la puerta, pero se decidió, finalmente, a pulsar los cuatro números de la clave. Elías no estaba en la sala y tampoco trabajaba en el estudio. Sintió el ruido de la ducha y abrió con decisión la puerta del baño. Pudo percibir en el parabán de plástico la silueta del hombre bajo el agua y con un gesto decidido, anticipado en un apretar de las mandíbulas, desveló al hombre desnudo. Fijó sus ojos en el pene fláccido y de allí partió en un recorrido corporal que Elías sintió como un despellejamiento. Yhanina vio como el pene del hombre se alzaba y el espectáculo se le tradujo en la anegación de su propio sexo. Sólo atinó a decirle se vistiera que debía hablarle. Elías se observó a sí mismo y obedeció. Yhanina se dirigió al estudio y con nerviosismo curioseó entre los disquetes amontonados sobre la mesa. Sintió detrás de ella la presencia del hombre, se giró con presteza y le espetó:
-- Quiero me digas que está pasando.
   Elías la observó con curiosidad no exenta de vergüenza.
-- Presiento que a decírmelo has venido tú - reflexionó.
    Yhanina se le aproximó y con un gesto suave aflojó la cinta de la bata que le cubría. Lo miró como si nunca le hubiese visto y la erección del hombre fue la respuesta. Fijó su vista en el órgano encabritado y con la misma suavidad del gesto anterior volvió a cubrir el cuerpo desnudo. Volteó hacia la mesa y encendió la computadora moviendo los dedos tiesos con dificultad sobre el teclado. Elías observó el gesto y se devolvió a vestirse. Cuando regresó la mujer no estaba.

   Yhanina bajó a la calle aún solitaria por lo temprano del día y tomó el transporte en dirección a la casa de Giovanni Canano. Lo encontró preparando algún material que llevaría más tarde a la consideración de Pico de Palemón, tutor asumido para el libro que escribía. El pequeño hombre celebró la visita y se preguntó si la mujer portaría algún mensaje del maestro. Ella arguyó que estaba cerca del lugar y pensó en saludarle. Canano se sintió sometido a observación y el temor le invadió, pues quizás de Palemón había encargado a su asistente estimara sus condiciones de vida y se alegró de haberlo puesto todo en orden el día anterior. Se sentía traspasado por la mirada de la mujer y no conseguía explicación aceptable a la situación. Yhanina jamás había estado antes en su casa y más bien había notado en ella un cierto grado de desdén cuando se la había topado en la casa de Pico. Poco a poco fue distendiéndose cuando la mujer comenzó a hacer comentarios elogiosos sobre diversos aspectos de su apartamento. Le ofreció una bebida y la locuacidad suplantó al temor inicial. Manifestó su admiración por Pico, elogió la amistad de éste con Coeli y de Medimnus y le dijo a Yhanina que su proximidad con el maestro era algo que hablaba muy bien de ella, pues de Palemón jamás tendría como asistente a alguien que no fuese intelectualmente de primera línea. Yhanina escuchaba pacientemente mientras estudiaba al hombre. Lo detalló a él y a su entorno y dejó de escucharlo a pesar de la mirada fija que sobre él mantenía. Súbitamente se levantó y, sin decir palabra alguna, se marchó.

   Ciudad había despertado. “Son como Canano”, pensó, mientras decidía caminar hasta su casa mirando la multitud que se movía compacta. Su cabello tenía un brillo especial esta mañana y sus piernas marcaban un especial compás mientras hacía el trayecto. Yhanina miraba los rostros con una mueca en sus labios. Tropezó con algunos de los transeúntes que se movían como marionetas sobre las abigarradas aceras, miró con sarcasmo los puntos habituales de referencia, las ventas de disquetes, las grandes pantallas de televisión colocadas en los sitios más visibles y comprendió que estaba caminando sin rumbo, que hacía una especie de tour de observación de rostros y lugares y que quizás buscaba una información que sólo encontraría en su propia mente. Se detuvo en un cruce y dirigió su mirada hacia los grandes edificios. De uno de ellos pendía una gran pancarta promocionando recientes artefactos de sexo virtual; el anuncio hablaba de nuevas emociones y sensaciones. Fijó su atención en las vestimentas de las mujeres y en su propio traje reflejado en la vitrina de una tienda. Siguió con los cabellos femeninos, se fijó en los senos y examinó las piernas. Prosiguió con los ojos indiferentes de los hombres y estudió sus reacciones al paso de las féminas. Las facciones masculinas entraron en su examen. Observó narices, frentes, cabellos, labios y maneras de caminar. Se detuvo a ver las reacciones de ambos sexos ante las pantallas que promocionaban productos de diverso tipo y al Poder. Continuó caminando sin ver, sintiendo la multitud moverse como maletas en una correa de traslación y se dijo que ninguno se había preguntado jamás de donde venía y porque hacía lo que hacía, menos aún si iba a alguna parte. Cada uno de ellos cumplía con su papel, sin hacer preguntas y sin introducir cuestionamientos angustiantes. Se preguntó si ella no había hecho lo mismo hasta el día anterior, si el divorcio con la multitud era tan reciente que aún guardaba reminiscencias de formar parte y si no debía gritar que una sensación de rebelión la impulsaba a desafiar la simetría que Ciudad presentaba como una panacea tranquilizadora y anestesiante.






REFLEXIONAN

   “Está caminando”, se dijo Pico al advertir la tardanza de Yhanina. Rememoró la conversación anterior y concluyó que la mujer la había proseguido con Marsilio y Elías. Esperaría a los amigos para interrogarlos, pero rápidamente mudó de opinión. La palabra interrogatorio le sonó dura y desproporcionada. Introduciría el tema con delicadeza preguntando si habían visto a Yhanina. Aún suavizada la manera de saciar su curiosidad el sonrojo invadió su rostro. Quizás estaba especulando, llegando a conclusiones que ni remotamente se habían insinuado en las palabras de la mujer. Sin embargo los escrúpulos que lo asolaban en relación a los dos compañeros no le impedían reflexionar por sí mismo sobre un tono de voz y un interés jamás visto antes en su asistente. Algo estaba pasando, no tenía dudas, pero, incapaz de responder por sí mismo, la falta de fuerzas para abordar el tema con Marsilio y Elías le producía un estado nervioso que no había percibido antes. La llegada del estudiante Canano le permitió salir de su reflexión, aunque muy brevemente. Apenas entró el hombre le dijo que hacia un par de horas había recibido la visita de Yhanina, de la que estaba muy agradecido. Pico lo miró fijamente y las dudas desaparecieron. Lo que ahora se preguntaba era sobre el fondo de la perturbación. Entregando un texto a Canano para distraerlo revisó sus escondrijos y comprobó que ninguna mano había hurgado en ellos, ya que tenía sus propias maneras de organizarlo todo, de manera que si alguien se introdujese a curiosear él pudiese detectarlo. “Además,- reflexionó en voz alta - todo está bajo las antiguas formas de ocultamiento”. Canano lo oyó hablar y creyéndose llamado se acercó al maestro. “No es nada, Giovanni, a veces digo cosas”, arguyó con fingido desdén de Palemón. Sin embargo, pensó podía utilizar al alumno para avanzar en su diagnóstico y haciéndose el distraído volteó hacia Canano:
-- Disculpa, Giovanni, ¿me decías algo de Yhanina?
-- Le decía que me visitó esta mañana. Maestro, si hay algo que he hecho mal le presento mis excusas.
-- ¿De dónde sacas semejante conclusión?
-- Pues, fue muy extraño. Ella aseguró que estaba cerca de mi casa y por eso me visitaba. Yo ni siquiera sabía que ella conocía mi dirección. Pensé había cometido un error grave y que usted la había enviado.
-- No, Giovanni, no hay nada de eso. Puedes estar tranquilo.
-- La verdad, maestro, es que también pensé podría tratarse de un gesto afectuoso de su parte.
-- Los gestos afectuosos te los regalo cada vez que te recibo - cortó esta vez de Palemón.
   Canano bajó la cabeza, pero Pico volvió a la carga.
-- ¿Y que cuenta Yhanina?
-- Nada, maestro, a decir verdad quien habló fui yo mientras ella me observaba como si fuese la primera vez que me veía.
- ¿Te dijo adónde iría?
-- No maestro, pensé la conseguiría con usted.
   Pico dio algunas instrucciones a Canano y le despidió no sin excusarse por la brevedad del encuentro, pero explicando que el día se presentaba particularmente atareado. Apenas partido el alumno volvió a centrarse en Yhanina. Probó a recordar palabra por palabra la conversación con la mujer y no dejó de parecerle lógica la pregunta sobre la procedencia de su ADN, aunque percibía que había algo más. Aún si no lo hubiese ya la situación era peligrosa, pues bien se sabía que el Poder era implacable con quienes hacían preguntas de más, en especial sobre un considerando tabú absolutamente borrado de cualquier disquisición permitida en Ciudad. Temió que Yhanina pudiese haber abordado el tema con alguien fuera del grupo de los tres, pero recordó a Canano y su relato y ello lo tranquilizó. No, no había hablado con ningún extraño. Además - se dijo - este es un tema de conversación absolutamente normal con Marsilio y Elías, un asunto que refleja preocupación por mi asistente y por una persona que los tres queremos, no sin dejar de registrar su duda, la primera que jamás hubiese asomado a su mente en relación con Marsilio Coeli y Elías de Medimnus.
   Lo supo Marsilio apenas llegó a casa de Pico, pues aquel rostro le resultaba demasiado adusto y aquella mirada inédita. Probó a retardar cualquier conversación quejándose del clima y mirando con fingida atención Ciudad que desde el balcón del apartamento de Pico de Palemón le hacía sentir estaba en el suyo propio, la misma esfericidad y el mismo tono, uniforme como si el punto de observación y el ángulo de la mirada nada variasen.
-- Anoche escribí - dijo finalmente.
-- También yo, poco - respondió Pico.
   Marsilio experimentó una sentimiento de traición, como perdida la espontaneidad de los encuentros, el tono alegre de los descubrimientos. Dio una vuelta por la sala y, sin disimular el tono grave, espetó:
-- ¿Y Yhanina?
-- Anda buscándose - respondió Pico sosteniéndole la mirada.
-- Se encontrará y es mejor que la ayudemos a encontrarse - comentó Marsilio ya serenado por la inevitable del diálogo.
-- Lo he pensado y no creo en explicaciones previas, prefiero dejarla entre nosotros oyendo - dijo Pico levantándose.
-- Creo que está más adelantada que nosotros - agregó Marsilio advirtiendo así que la conclusión era más complicada de aquella anunciada por Pico.
   “No se ha perdido todo”, pensó éste último percibiendo que la profundidad del diálogo era aún posible, aunque un estremecimiento le recorriese ante la confirmación de que se trataba de algo más profundo que la habitual crisis de identidad asociada a la pregunta sobre el original. No obstante, Pico fue cauteloso:
-- ¿A qué te refieres?
-- A uno de los puntos claves de esta sociedad nuestra - respondió Marsilio.
-- ¿Hemos olvidado alguno en nuestra investigación?
-- Me refiero al sexo, Pico. He hecho sexo virtual con Yhanina y pienso que Elías y tú también - se decidió Marsilio.
-- ¿Y ello que tiene de especial? El sexo virtual es una de las distracciones gratas y autorizadas de nuestra sociedad. No presenta ningún conflicto, aparte de que la falta de contacto físico impide la aparición de competencia o celos.
-- Pico, la alternativa es el sexo real.
-- No, Marsilio, la alternativa es la rebelión. Eso constituiría un desafío de alto vuelo contra el Poder. Sabes bien que se paga con la ejecución inmediata.
-- Con lo que se pague al fin y al cabo no interesa, Pico. El asunto es que el tema es perfectamente analizable y no lo hemos hecho ¿Me quieres responder cómo es posible que ese asunto no se haya convertido en nuestro tema de estudio cuando es potencialmente el más explosivo de todos cuantos pueden ocasionar el derrumbe de esta sociedad?
-- ¿El de la sociedad o el del Poder? - comentó cáustico Pico.
-- Nuestra gran última conversación versó sobre la rebelión, me permito recordártelo - sonrió Marsilio distendiendo el diálogo.
-- ¿Se habla de sexo, de política o de filosofía? - preguntó Elías quien había alcanzado a escuchar las últimas frases.
Se habían introducido en un tema escabroso, pero hasta el momento ninguno de los tres había involucrado directamente a Yhanina con el mismo. Sin embargo, era obvio que el asunto había sido abordado partiendo de ella. Quizás ese era el ángulo peligroso, se dijo Pico mientras daba la bienvenida a Elías.
-- Luces particularmente alegre esta mañana - comentó Marsilio.
-- Sí, - dijo Elías confirmando la opinión de su amigo - anoche trabajé mucho y esta mañana me visitó Yhanina.
   Ante el intercambio de miradas entre Pico y Marsilio comprendió que su llegada había interrumpido, seguramente de manera momentánea, una conversación que adivinaba marcaría el futuro inmediato. Percibió, no obstante, el asaltó de una sensación de privacidad, la escena vivida con la mujer era asunto suyo, de nadie más, y no la traería a colación. Una cosa era el trabajo y la investigación conjunta, pensó, y otra muy distinta la marcante experiencia del inicio del día y lo que seguramente traería consigo. Su decisión fue automática por lo que decidió abortar el tema. El goce era suyo, amen de percibir un sentimiento de caballerosidad que sólo había conocido en los libros del milenio anterior, aquél de que con los amigos no se habla de la mujer que realmente interesa.
    He descifrado al Escritor, pensó Pico observando con aire ausente a Elías, y el asunto del sexo virtual lo acepté de una manera que llamaría natural si no implicara una contradicción en sí misma. Deberé revisar las páginas escritas, o mejor, escribir a continuación de ellas esta posibilidad que ahora se plantea con una fuerza que está energizando estas reuniones en una manera muy diferente a la de una discusión sobre el avance de nuestras investigaciones, razonó absorto hasta que Elías y Marsilio cortaron a dúo el silencio.
-- La página web ha cesado y creo que es de manera definitiva - dijo Elías.
-- Estoy convencido de que Jerónimo es el Poder - arguyó Marsilio montando su frase sobre la de Elías.
-- Mi labor de traductor ha terminado - admitió Pico - y la tuya también Elías, puesto que dos conclusiones son aceptables: Jerónimo es el Poder, ya hemos analizado todo lo que el Escritor escribió, y todo lo que había en la página web ha sido captado.
-- La pregunta va sobre un balance de lo que hemos aprendido - advirtió Marsilio.
-- Lo hemos aprendido casi todo - ripostó Pico - desde la muerte de Ciudad original hasta nuestra realidad de clones.
-- No sabemos la razón ni los mecanismos de nuestra clonación, pero, además, es evidente algo contradictorio: Jerónimo es el Poder, pero de alguna manera existimos cuando su objetivo era destruir al Hombre para siempre. Podemos decir que coexistimos, aunque él imponga las reglas y nos permita la supervivencia - arguyó Marsilio.
-- Puede entenderse que para ejercerse el Poder requiere de objetos y seres sobre los cuales manifestarse - argumentó Elías.
-- Concluiríamos así que Jerónimo decidió sumarse al proceso de clonación iniciado por nuestros originales, luego de exterminarlos conservó los refrigeradores y pensó en una especie de “divertimento”, en seguir jugando con una copia del mundo por él destruido.
-- Tal vez algo más, - agregó Elías - tal vez comprendió que el Poder no es absoluto en sí mismo, que requiere de gobernados - repitiendo así sus palabras anteriores en distinto orden.
-- Puede que estemos en posesión de un secreto vital - arguyó Pico - y es que Jerónimo no puede destruirnos porque con nosotros destruiría al Poder, es decir, a sí mismo.
-- No puede destruirlo todo - intervino Marsilio - pero sí a una parte, esto es, a aquella que disienta.
-- ¿Y si todos disentimos? - dijo Elías.
-- Tal unanimidad no se ha visto jamás en el género humano - respondió el amigo.
-- No obstante, faltan elementos - comentó Pico.
-- Ni tantos - ripostó Elías.
   Pico y Marsilio le miraron con sobresalto, pues sabían que semejante afirmación en boca de Elías anticipaba una confesión profunda e importante.
-- Mi ADN es de Elías del Médego, el tuyo Pico es de Giovanni Pico de la Mirándola y el tuyo Marsilio es el de Marsilio Ficino. Somos copias de los tres hombres que libraron la gran batalla y escribieron las más hermosas y feroces páginas.
   La reacción fue domeñada y como si no se estuviesen enfrentando una revelación crucial guardaron un silencio en ellos concerniente al anticipo de una reflexión más.
-- Elías - rompió el silencio Marsilio - eres un gran escritor de páginas web y tú, Pico, eres el historiador de lo que fue la última gran noticia, la caída de Ciudad.
-- Si estamos juntos como ellos, quienes están con nosotros ahora también lo estuvieron antes - reflexionó Pico.
   El recuerdo de Yhanina se hizo espeso y denso.














































YHANINA TOMA UNA DECISIÓN

   Sobre el mediodía Yhanina descendió las escaleras de la biblioteca. La búsqueda había sido en vano, pues ninguna referencia había encontrado sobre su existencia previa a la clonación. Apenas un nombre parecido al suyo, allá en el primer milenio, un oscuro cronista que giraba sobre el entonces oriente del planeta y que había asistido a la construcción de unos rieles de madera para hacer avanzar una flota sobre tierra. No tenía antecedentes, referencias, una pequeña relación a la cual asirse. Jamás se lo había planteado de este modo, un comienzo desde ella y sólo desde ella, sin un recuerdo anterior que la mortificara, sin un pasado que investigar o una pista que la condujese a alguna madeja. Se sintió profundamente sola y extranjera y entonces el recuerdo de los tres hombres que eran sus amigos se revalorizó. Su vida giraba en torno a ellos, no había nada más allá de ellos, pero menos mal que los tenía. Al fin y al cabo, los tres hombres sólo la tenían a ella fuera de sí mismos y algún propósito habría en aquella conjunción de la cual era el eje. En efecto, no sólo el hecho de haberlos unido que ya Pico le había señalado como una justificación de su existencia, sino la complicidad directa con cada uno de ellos, eran razones más que suficientes para continuar. Mientras hacía el camino de retorno pensó que, al fin y al cabo, lo tenía todo, todo lo que en esta sociedad pudiera ambicionarse, y comenzó a sentir remordimientos por lo que, momentáneamente, consideró una desfachatez de su parte, una especie de deseo masoquista de mortificación. Tenía conocimientos avanzados superiores a los de cualquiera que transitaba por la calle en aquellos momentos o de esos otros que laboraban en los desproporcionados rascacielos, tenía junto a sí a tres hombres excepcionales y, sin embargo, la angustia ganaba terreno en su pensamiento. Una conciencia de diferencia avanzaba también en ella. No la obvia, la de las diferencias físicas visibles, sino una más profunda, la de una condición femenina que hasta ahora había soslayado o, ni siquiera, había entrado en la cotidianeidad de sus pensamientos. Ella era una mujer, una condición psicológica distinta, un ser diferente que manejaba hilos con otra concepción. La idea de una fuerza especial inutilizada le hizo levantar la mirada sobre la multitud y se sintió caminando de manera más firme, pisando el pavimento como si los tacones de sus zapatos fuesen taladros en procura de ocultas sustancias. Trató de recordar el día de su salida y la primera vez que miró el carnet de identidad con su nombre, Yhanina Corsetti. Nada había cambiado en Ciudad desde entonces, pero sí en ella. Se había hecho aguda, había adquirido tantos conocimientos como era posible y se había asociado a Pico de Palemón, en lo laboral, y a Pico, Marsilio y Elías en la amistad y en el sexo virtual. Mientras reflexionaba se dio cuenta que no había pensando en la investigación de los tres amigos y en las respuestas que para ella podrían encontrarse allí. Se miró a un pequeño espejo de cartera con un gesto coqueto que la hizo sonreír y decidió que había abandonado por mucho tiempo a Pico. Si el hombre estaba molesto por su tardanza le regalaría la mejor de sus sonrisas, de estas nuevas que ahora sabía elaborar, y cruzaría las piernas previo un quiebre de cintura provocativo y sensual. Hasta allí se dirigió con la primera pregunta ya madurada.
-- Pico - dijo sin excusarse por el retardo - quiero saber si hay alguna referencia a una Yhanina en los textos del Escritor.
-- Una hubo - respondió el hombre sin inmutarse.
   La mujer lo observó con tal intensidad que Pico prosiguió sin nuevas interrogantes.
-- Elías ha establecido la procedencia de nuestros ADN - agregó, relatándole la conclusión de Medimnus sobre los antepasados, si así podían llamarse.
   La mujer ladeó apenas la cabeza.
-- Tengo la certeza de que Elías te precisará después mi propia conclusión y es que si nosotros tres estuvimos juntos antes quién ahora está es porque estuvo. Además - puntualizó - recuerda la coincidencia de los nombres. Eso indica que también Yhanina fuiste antes.
   Pico comprobó el peso de la información sobre la mujer y quiso aprovechar la ocasión para dejarla inerte por un rato.
-- Elías no lo dijo, pero creo que en la página web que su ilustre antepasado nos legó encontró tu rastro. Buscar nunca es malo - agregó el hombre ahora intentando un tono reflexivo y procurando no suministrar a la mujer una información demasiado precisa.
   Yhanina se alzó y abrazó a Pico con ternura pero con fuerza. El hombre sintió los pechos de la mujer en toda su espléndida redondez y se dijo a sí mismo que ya sabía la respuesta.

   Entre una visita directa a Elías y una escala donde Marsilio, Yhanina prefirió la última de las alternativas. Aparentemente éste último tendría poco que decirle, pero el inicio de su anterior giro de visitas había tenido en el sesudo filósofo un momento culminante. Sin embargo, delante a la puerta de Coeli vaciló, como si temiese un error en su decisión. Repitió lo que autodefinía como el gesto femenino de revisar su rostro en el pequeño espejo del bolso y, olvidando que Marsilio jamás activaba la clave de su puerta, marcó los números. El hombre abrió e hizo el comentario obligado:
-- Es, tal vez, la primera vez que abro. Mis contados y reconocidos visitantes simplemente entran.
-- Hoy estoy tremendamente tímida - ripostó Yhanina ensayando la sonrisa cautivante que había agregado a su comportamiento.
-- En nuestra vida original te metías en mi cama.
-- ¿Quién te asegura que en esta no puedo hacer lo mismo?
-- Me temo que prefieres hablar - suspiró hondo Marsilio abriendo paso a la mujer.
   Yhanina dejó caer el bolso sobre el sofá y con él lo que sonaba a una orden perentoria:
-- Cuéntame lo que sabes.
-- Si soy el primero podría informarte, pero creo que andas de visitas y ya lo sabes todo.
-- Al parecer me entero de todo, pero relativo a ustedes, de mí no alcanzo a saber nada.
-- Pues si sabes de nosotros sabes de ti.
-- Que estuvimos juntos, pero nada más.
-- Algo más, sí: nuestros originales murieron con Ciudad la vieja, existía la predeterminación de volver a estar juntos y repetirnos, de manera que si ahora nos uniste también tu original nos unió y al ser amante de ellos lo eres de nosotros. Seguro que Elías tiene las respuestas precisas, ahora que ha descubierto que su antecesor escribió la página web que nos ha dotado de la cosmovisión anterior, anterior por diferenciarla si es que falta hace, pues parece la misma - dijo Marsilio como agotado por su discurso.
-- Lo de que la Yhanina original fue amante de los primeros Marsilio, Elías y Pico no es concluyente - argumentó la mujer tratando de lograr la afirmación y en procura de detalles que sentía no estaba obteniendo a plenitud.
-- Pues amantes hemos sido ahora - precisó Marsilio - sólo que a la manera de este tiempo. Nuestros antepasados disfrutaron de eso que llaman contacto carnal. De manera que no puedes tener dudas de que lo fuimos, o mejor, de que aquellos cuatro lo fueron.
-- Tu razonamiento es aceptable. Parezco condenada, de original o de clon, a soportarlos.
-- Vamos, Yhanina, somos tu vida.
-- Es cierto - admitió la mujer - y por eso te amo.
   Marsilio recibió el beso y deseó fervientemente se realizara aquello de tener la mujer en su lecho, pero Yhanina ya partía a buscar confirmaciones y las novedades que podría reportarles tener consigo al clon autor de la página web.

   Elías sintió la esperada presencia. El olor a mujer llegó primero que Yhanina, un olor que no existía o que él no había catalogado entre sus percepciones, pero que ahora mareaba.
-- Sabes bien que nuestros antepasados utilizaron el viejo sistema esotérico para ocultar la información y evitar llegara a indignos de conocerla - fue el saludo con que Elías recibió a la mujer.
-- Fue escrita para nosotros y, en consecuencia, estamos obligados a tenerla - fue la rápida respuesta de Yhanina.
   Elías meditó unos instantes, recorrió con la mirada el cuerpo de la mujer y dijo:
-- Tú estuviste con ellos; mi original Elías te tomó como base de la cosmovisión que nos legó en la página web y que ya conocemos. Es más, todo gira en torno a ti - agregó con nerviosismo - de manera que fuiste el eje y lo eres ahora,.
   Yhanina se llevó las manos a los pechos, los apretó suavemente y comenzó a desabotonar la camiseta. Elías la miraba con expresión dulce, aunque temerosa. Yhanina dejó a la vista sus pezones morados, contorneándose dejó caer la falda, bajó las pantaletas mostrando su pubis poblado y ordenó:
-- Desnúdate.
   Elías obedeció mientras la mujer llevaba las manos hasta el pelo y lo alzaba en erupción. Cuando el hombre estuvo desnudo ordenó de nuevo:
-- Acércate.
   Elías se aproximó hasta que el aliento de la mujer le quemó los labios.
-- Pon tus manos en mis nalgas - ubicó al hombre que no había realizado ninguna acción para tocarla.
   Elías cumplió la orden y no hizo falta ninguna otra. La besó con la furia contenida de un viejo deseo. La lanzó al suelo y sobre ella comenzó a explorar. Sus labios, su cuello, sus pezones, su ombligo y su sexo, hasta que, cansadas su boca y su lengua, la penetró. La mujer gritó y un gesto instintivo de retroceso del hombre la obligó a exclamar “no te vayas, más adentro”. Una y otra vez Elías de Medimnus amó en Yhanina Corsetti el desafío y empegostados de semen iniciaron el tiempo.
   


























UNUM IN MULTA DIVERSA MODA

    El simio alzó su mano izquierda sosteniendo firme el pez y lo ofreció a la blanca ave zancuda, mientras su compañera tocaba un laúd. Casi como emergiendo del lomo del ave una inmensa flor roja y desde allí, a ambos lados, las ramas floridas. En una de ellas una lechuza, en otra una que Pico no lograba identificar y, como presidiéndolas, grandes campanas blancas. En el cuadro el sol tenía dos representaciones, una con rayos enroscados y otra con ellos suavemente inclinados como si el astro girase sobre sí mismo produciendo una cabellera lisa y suave. Uno estaba estampado en un tapiz y el otro se le apoyaba. Pico procuraba desentrañar la presencia de los hombres sobre un paisaje que vívidamente le recordaba aquel de la región llamada Toscana que un antiguo llamado Leonardo pintó detrás de un rostro femenino. Uno de ellos estaba de negro con la mano extendida como explicando o, tal vez, como señalando. Se preguntó quienes podían ser y pensó en los Dáctilos del monte Ida, o tal vez se trataría de los Coribantos frigios o serían los Cabiros de Samotracia o los Carcinos y los Sintos de Lemnos o los Telquinos de Rodas o los Curetes de Creta. Pico quería entender y sumergido en la profundidad del grabado que observaba se remontaba hasta los misterios de la teurgia del fuego. Se vio a sí mismo como sosteniendo en la mano izquierda el Huevo Órfico que Ciudad era y vio atado a él una larga cinta fucsia y pudo percibir a sus pies la respiración de dos cervatillos extasiados en la larga cola de un pavo real presuntuoso que parecía enorgullecerse de los mandalas que la adornaban. Las ramas por ambos lados se mantenían, pero las flores eran diferentes y hasta las aves, con excepción de la lechuza mudada del lado izquierdo al derecho, eran otras y las hojas no lograba identificarlas. De sauco no eran, pues estas no tenían hojas opuestas, de cidrón tampoco pues las hojas no eran aovadas, demasiado altas para ser de ruda, tal vez de eneldo pues las umbelas eran compuestas. Más allá vio el astro negro y el astro resplandeciente, esta vez el simio como acariciando la pata de la cervatilla mientras el macho alzaba sus largos cuernos como de espinas y el hombre desnudo saliendo del fango hacia la mujer que solícita esperaba con un manto rojo.

   Marsilio, desde su propia lejanía, también miraba. Veía una multitud con yelmos, una lanza alzada para matar mientras dos perros gemelos tiraban de una extraña carroza en forma de arpa. Sin embargo, sus ojos veían todo esto sin mirarlo, por las comisuras, dado que su mirada se centraba en el Huevo Órfico transparente donde una ave indefinida de tres cabezas movía sus amplias alas en tantos sus inmensas garras no lograban asirse. Alrededor, flores, y una corona le traía a la memoria pergaminos, papiros y tabletas. Figuras comenzaban a envolverlo y pudo ver un cuervo, una serpiente, una rosa y un águila. De repente la serpiente se hizo cuatro y el cuervo abrió el pico en señal de saludo. A la mujer la vio luego, desnuda pero cubierta de mínimas figuras de las cuales llamó su atención otra de mujer vestida de azul sobre el vientre de la primera y los doce signos del zodíaco girando pero no en redondo sino sobre un espacio ovalado donde los números parecían ser determinantes de toda la acción. Vio a la mujer saliendo, apenas el torso fuera y el resto adentro, empujándose con los pies, en cuclillas, mientras el cielo se preñaba de estrellas brillantes a pesar del astro grande que refulgía. Un gran árbol parecía mirar al poniente y sus raíces semejaban el caminar negado a la mujer. Fuera todo era círculos y, lateralmente, otros círculos como si el cuerpo que luchaba por salir buscase una infusión secreta y perpetua, el misterio de Uno en la mecánica celeste. Sobre una singular chimenea de madera que no ardía siete clavijas la hacían a su vista un instrumento musical, pero el fuego dentro y la vasija con carbón a su costado la volvían de nuevo chimenea. Otra divisó más adelante, en un árbol cuyas ramas se entrecruzaban conformando un trono, pero el fuego dentro chimenea lo volvía. La mujer estaba ahora de pie, desnuda aún, pero de su cuello pendía un manto transparente cuya leve sombra resaltaba las nalgas. Podía verse la estupenda hendidura protegida por un vello tan suave que fruta la hacía. De su cabeza crecía otro árbol, con raras hojas cilíndricas y unos frutosflores rojos que tentaban. Estaba parada sobre una edificación de tres cuerpos unidos entre sí pero que no se parecían. En cada mano tenía cilindros de madera terminados en un fuego alborotado que le parecía aquel eterno. Se movió nervioso cuando tuvo a Ciudad enfrente, reducida, dentro de su gran envoltorio. Le pareció que una gran raya blanca dividía en dos la esfera y dudó si esfera era o si estaba ante una visión deformada como la de un caleidoscopio. Ciertamente Ciudad aparecía en medio, como suspendida sobre una plataforma. Se acercó, pues la figura era no más grande que la pantalla de su computadora, y comenzó a detallar los edificios, los olores, las protuberancias. Era Ciudad en miniatura. Supo, entonces, estar viendo a Uroboros, la serpiente de la alquimia, con su cuerpo verdirojo, cuatro patitas y sus escamas aovadas.

   Elías la ve desnuda mientras reposa de la larga batalla. Se ve a sí mismo enfundado en largas vestes y con el dedo índice de la mano izquierda la señala. Ella tiene una sábana entre la mano derecha y el brazo izquierdo que apenas le cubre el pubis. Alguien detrás recoge algo. Elías sueña y allí ve su rostro redondeado cubierto por los largos cabellos de Yhanina, pero los cabellos de Yhanina no caen desde su cabeza sino desde un resplandor debajo de su barbilla. Elías ve abiertos ante sus ojos el Kore Kosmou y lee: Terra Aqva Coelvm Aer y logra identificar en el microcosmos de la mujer tendida el macrocosmos. Elías sueña, pero está consciente, esto es, percibe que sueña en el sueño y comprende cuando ve la inscripción: mvndvs arquetypvs. Está debajo de un techo de tejas donde monstruosos seres negros se hacen un solo monstruoso ser negro y sonríe, cuando percibe a Jerónimo detenido por una lámpara que no sabe si redonda o aovada que en el centro tiene a Ciudad envuelta en un lago blanco espeso y puede ver a la mujer que se alza para indicarla con un dedo y le sorprende que use la mano derecha mientras su pie izquierdo lleva una sandalia. Ahora Yhanina es mitad hembra y mitad hombre y él es el hombre. Ambos usan ahora las manos derechas. Ahora Yhanina está a la derecha y él a la izquierda, unidos, y Jerónimo pretende acecharlo por detrás, pero el magma blanco que envolvía a Ciudad ahora los protege y el Agua Negra se hace alas que no pueden penetrar y ovaladas en su intento. ElíasYhanina lo sabe y en medio se siente triunfante y la claridad del día lo sorprende en la claridad del fuego de Ciudad. De los senos fuente de agua pura y, alrededor, los metales del jardín forman círculo. El cuervo putrefacto no puede, ni la avestruz de la calcinación, ni siquiera el dragón mercurial. La Piedra Filosofal se cubre con un abanico donde van la Divina Trinidad, el Cordero Místico, el Tetragrama de Uno y ElíasYhanina siente la estructura armilar del conocimiento alquímico. Transmutación, es la única palabra que pronuncia.

   Los habitantes de Ciudad ven unidos los contrarios, los pares antinómicos resueltos en una tercera entidad, la armonía que resuelve la dialéctica y el tiempo deja de ser lineal. Todo es ahora circular como la bóveda del cielo, todo es cíclico, todo vuelve al siempre, a esta dimensión del espíritu universal con la voluntad del hombre. El coro oye a Pico y repite: es Uroboros. En el centro el espíritu. Una salamandra se quema eternamente, el águila se abre al aire, en las entrañas de la tierra ruge el dragón, mientras Artemis cabalga la última rémora portando en la frente una Luna en cuarto creciente. En el centro ahora el rostro es sereno.

   Pico trae el crisol llameante, Yhanina trae la perra de Armenia, Elías trae la escala de los sabios, Marsilio trae la piedra biselada, el coro porta el cuadrado de Júpiter, la clepsidra, la balanza y el compás, todos las llaves de la sabiduría. El catalizador en la reconciliación.







EPÍLOGO

Juro por el cielo, por la Tierra, por la luz, por las tinieblas; juro por el fuego, por el aire, por el agua y por la tierra; juro por la altura del cielo, por la profundidad de la Tierra y por el abismo del Tártaro; juro por Mercurio y por Anubis, por los ladridos del dragón Chercurobos y del can tricéfalo Cerbero, guardián del Infierno; juro por el barquero Aqueronte; juro por las tres Parcas, por la furia y por la maza, que nunca revelaré estas palabras a nadie más que a mi hijo noble y encantador. Y ahora ve, busca al agricultor y pregúntale qué es el grano y qué la cosecha. De él aprende que quien siembra trigo recibirá trigo, y quien siembra cebada recogerá cebada. Ello te conducirá a la idea de la creación y de la generación; recuerda que el hombre hace nacer al hombre, que el león hace nacer al león, que el perro reproduce al perro. Del mismo modo el oro produce oro, ¡he aquí todo el misterio! La regla para llegar es no tener ninguna. Usad, los retruécanos y los anagramas para extrapolar y recomponer las palabras y extraréis el espíritu contenido en la materia primitiva. El esfuerzo hace posible la iluminación; para entrar al Jardín de las Hespérides hay que matar al Dragón. Una vez hecho se podrá lograr la encarnación del logos. No se formula, se realiza. Comprended la Piedra de los Filósofos. Alcanzad el grado de demiurgo de vuestro propio microcosmos. Coged la materia caótica de vosotros mismos y conjugadla en una unidad armónica. Id a recoged el rocío. El trabajo está concluido. Lo que ha ocurrido en el crisol ha ocurrido también en el alma. El hombre transmutado es el hombre despierto. Se ha llegado al final del conocimiento de la materia y de la energía. Ora, lege, relege, labora et invenis...
¬   
BIBLIOTECA MAGLIABECHIANA
Venecia, 1240
























ÍNDICE

MANDALA.........................

Interno

Escisión........................
Mapa de Ciudad..................
El Escritor.....................
Luz en web......................
Externo
La copia del escritor...........
Ciudad por la mañana............
Ciudad a la misma hora..........

Arriba

La preparación del disquete.....
La búsqueda del disquete........
El conocimiento es la transformación
Mantra..........................

Abajo

Silabear........................
Los ejecutores..................
La historia.....................
La amistad nace de mujer........
Ellos...........................
La interferencia de Canano......
En el centro....................
Gestación.......................
IMAGO MUNDI...................
Sombra..........................
Yhanina busca la probeta........
Reflexionan.....................
Yhanina toma una decisión.......
Unun in multa diversa moda......
Epílogo.........................



Biografia:
Teódulo López Meléndez, novelista, ensayista, poeta y traductor de poesía venezolano.
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Romance En agonía Teódulo López Meléndez
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