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  Texto selecionado
El efímero paso de la eternidad
Teódulo López Meléndez

Resumo:
Personajes sabios, destruidos, apasionados, desfilan por las páginas de esta novela. La vida entregada al avance tecnológico y la terrible soledad que esto conlleva parecen querer decirnos que todo es un teatro para perturbar el alma. López Meléndez recurre a un lenguaje delirante para describirlo.

Teódulo López Meléndez

EL EFIMERO PASO
DE LA ETERNIDAD
              
              

"En la lengua que empieza a deletrear los enredos de enredos de los enredos"

                                       César Vallejo

              
                           
                             "Est animal sanctum,sacrum et venerabile,mundus"
                            
                                       Giordano Bruno



                                    "Puede avanzar porque va por el misterio"
                                                                    
                                         Mallarmé






I

NEKYIA
   


KAIROS

   Leshaa Akrab entró al cuarto y se dirigió directamente hacia el espejo. Estaba sudada y con evidencias de cansancio. Lentamente dejó caer sobre la cama el bolso de cuero, con una leve inclinación del hombro, pero sin quitar la vista al reflejo de si misma. Había estado fuera todo el día y los Scorpius X-R1 habían afectado aún más sus ya perturbados nervios. Desde que la capa atmosférica sobre la ciudad de Philologus se había deteriorado gravemente aquellos rayos, situados entre mil y tres mil años-luz, estaban causando serios problemas al sistema nervioso y habladurías de más a los astrólogos que ya abrumaban con sus predicciones catastróficas. Además, las citas no habían estado afortunadas. La campaña publicitaria para la que había sido contratada sufría de nuevos retardos debido a una lluvia de polvo interestelar y los ejecutivos de la empresa estaban de un particular mal humor, pero eran sus desaveniencias con Ofiuco Megeros lo que la perturbaba por encima de los problemas irresueltos de los científicos del espacio. Lo había conocido hacía un par de años, de los nuevos fijados en la última década como consecuencia de las mediciones ultrasensibles del tiempo. Desde entonces lo había frecuentado en cada ocasión en que tenía tiempo libre y no debía cuidarse de moretones en el cuerpo. La relación había sido fluida al inicio, pero los choques violentos venían sucediéndose cada vez con mayor frecuencia. Las causas eran variadas, pero, fundamentalmente, -era lo que pensaba Leshaa-a una sospecha que a Megeros le estaba causando dolores de cabeza y contratiempos en el empleo en la compañía de reparación de cohetes que lo había acogido desde su egreso de la Universidad Espacial. Todo comenzó una noche en que Ofiuco le aseguró a la modelo que escuchaba voces provenientes del interior de su cerebro y que ellas le hablaban de continuas traiciones que ella supuestamente cometía con todo hombre que medianamente se le insinuaba. Ofiuco sentía, entonces, que la culebra escapaba de sus manos y lo hería, y Triphas, la estrella más visible y luminosa, se fugaba del cielo de la ciudad. Leshaa se miró a los negros ojos y pensó en Ofiuco sobre su sexo describiendo como la serpiente se robaría la corona boreal si no cesaban sus traiciones y como Alhiat, en el   cuello de serpens, la devoraría en una erupción de luz que le quemaría las entrañas, pero dejándola con vida en sufrimiento perenne. Leshaa sonrió ligeramente llevando las manos hasta el cabello y levantándolo a la altura de las orejas. Recordó a Tamiat, ancho como un toro-"me gustan fuertes", pensó-y un estremecimiento le recorrió la espina dorsal. Sí, Tamiat, capaz de provocar una rebelión en su cuerpo contra todos los dioses y de domeñar al mismo sol. Asociaba las ideas de cambio y dislocación con aquel hombre. Tamiat no había sido nunca un prodigio de sumisión y eran conocidos sus altercados con superiores y amigos. "Siempre con razón", pensaba Leshaa al recordarlo frente al espejo, al tiempo que sonreía y una beatífica sensación le subía por las piernas y se le alojaba en el sexo. Leshaa gustaba de quien le transmitiera sensaciones, al mismo tiempo, de calma y emoción, así como de protectiva ternura, y tendía a confrontarse con quien le hiciera sentir débil y le provocara demasiadas exigencias afectivas. Ahora mismo estaba algo alterada, pero, como siempre, la sensación del espejo le iba devolviendo lentamente el control. Con movimientos horizontales se despojó de la pequeña chaqueta de metal flexible y sin explicárselo se llevó a los dientes la punta del tirante de cuero que sostenía abrochado a la cintura. Con un estirón del cuello avanzó la desabotonadura. Una embriaguez lenta se fue apoderando de su cuerpo y la necesidad de dialogar consigo misma se le hizo imperiosa como si una conjunción pletórica se le anidara en lo más profundo y requiriese del más viejo sentido humano.
   Leshaa bajó un poco su falda y el ombligo salió como un astro en la mañana. Vertical y profundo, el agujero, con leves vellos y suave rosado, pareció agrandarse en el espejo, como si un zoom lo hubiese hecho dueño y señor del espacio, totalidad envolvente y absoluta, valle poblado donde caminar y entretenerse en veredas y riachuelos. La propia mujer quedó extasiada. Luz en los alrededores, población donde los ruidos abundaban y los colores serenos contrastaban con los violentos, terquedad de las apariciones ancestrales y un murmurio de río Océano que congregaba las eternidades adormecidas pero siempre vigilantes. Leshaa sintió que la halaban y la piel le crecía como en un embarazo conseguido con un falo permanente. Se cimbró como si un orgasmo gustoso le saliera de cada poro y un grito de placer asomó a su garganta. Se le escapó ligeramente a pesar de su esfuerzo por ahogarlo y el apretujón en su cuello le aumentó el placer y el dolor, siameses que lograba percibir en su futuro. Bajó los brazos buscándose adentro pero le resultaron insuficientes para alcanzar las nuevas dimensiones y sus manos quedaron como huecas al conformarse con el intento fallido. Un remolino pareció desatarse sobre la vegetación recién insurgida y las voces iniciaron la pugna por hacerse reconocibles en los laberintos que intuía acechaban múltiples y delgados cual hilos lacerantes. La congregación parecía aumentar y las procedencias se diversificaban, bailaban desde su extrañeza, mientras la audacia de la inesperada apertura incrementaba las ansias. Bordes de oxidiana, círculo en giro, espacio de volcán, camino a las serranías y a los pozos, acceso a los lagartos y a los harapos, a los huesos humedecidos y a las pieles colgantes, a las heridas atravesadas, a las cuencas sin periferia, al viaje en retroceso, a la lava como mar de residuos. Pasaje, centro, vía, sombra solitaria se desteta de la materia que toma su propio rumbo, hacia el espacio visible, liberación de la condena, divorcio inevitable. El cosmos abrió las puertas, en el centro, las únicas puertas que se abren están allí, hacia los pasadizos del alma, hacia los mitos que se originan y se expanden en el mundo exterior como papagayos dejados a la merced de los vientos del verano y alimento de las almas que cuentan en los oídos y chismean en las madrugadas frías en las orejas de los predestinados. En el cuerpo, escenario de los mundos, carrera hasta la meta de ser nadie, enterrarse a buscar la oscuridad, el infierno, la sombra. Los seres están instalados en las calderas de agua azucarada o de azufre, del mismo origen, precio a pagar, condición inevitable para pretender las esferas luminosas. Primero hay que recorrer los intestinos, ensuciarse, pasar la mano embadurnada sobre el fondo polvoriento de los racimos de telarañas, lambetear los límites de las penumbras. Descenso, revolcarse, incrustarse en la mente, determinar los orígenes comunes de las palabras que significan albergue y combate, desde las aguas del Egeo hasta corpus, inundarse en la paradoja de encontrar resplandor en la oscuridad y aprender de la sabiduría enterrada en la ignorancia. Omphalos por donde caer hacia lo humano, meterse en el río que Leshaa ha descubierto en el momento auspicioso que nos autoriza a sembrarnos en el infierno de la criatura humana, bella con sus cabellos negros y su voz de aguatinaja, imperio de la fealdad con sus mocos que caen en avalancha desde las membranas, linda cuando afloja los labios, peligrosa en las montañas interiores que semejan volcanes en erupción quemando con lava, monstruo que muestra(otra cosa no es), infierno inframundo (otra cosa no es). Momento preciso, kairos, ahora, para caer.
   
   



























CENTRUROIDES LIMPIDUS

   Andromeda, Aquila, Ara, Argo Navis, Auriga, Boötes, Canis Mayor, Cassiopeia, Centaurus, Cepheus, Cetus, Corona Austrina, Corona Borealis, Corvus, Crater, Cygnus, Delphinus, Draco, Equuleus, Eridanüs, Hercules, Hydra, Lepus, Lupus, Lyra, Ophiuchus, Orion, Pegasus, Perseus, Piscis, Austrinus, Sagitta, Serpens, Triangulum, Ursa Major, Ursa Minor, Apus, Chamaeleon, Dorado, Grus, Hydrus, Indus, Musca, Pavo, Phoenix, Triangulum Australe, Tucana, Volans, Camelopardalis, Columba, Monoceros, Canes Venatici, Lacerta, Leo Minor, Lyns, Scutum, Sextans, Vulpecula, Carina, ComaBerenices, Crux, Puppis, Pyxis, Vela, Antlia, Caelum, Circinus, Fornax, Horologium, Mensa, Microscopium, Norma, Octans, Pictor, Reticulum, Sculptor, Telescopium, Sagittarius, Capricornus, Aquarius, Pisces, Aries, Taurus, Gemini, Cancer, Leo, Virgo, Libra, Scorpius.
           24 de octubre
   Los siete segmentos comenzaron a arrastrarse sobre la lisa piel. El cefalotórax semejó a un nacimiento, el de la boca con su par de quelíceros, el siguiente con su par de pedipalpos y patas marchadoras que atronaron como un desfile. Siete segmentos el abdomen, cinco el posabdomen mostrando irreverente el telsón de las glándulas ovoides venenosas. El aguijón rasguñó ligeramente y Leshaa respondió con un leve quejido. Cuando emergió por completo pareció mirar desde la humedad del ombligo de la mujer y tomar posición para defender la fortaleza. Se movió entre libra y sagitario, adecuó su reloj interno a las 16 horas y 30 minutos en subida hacia la derecha y una nube como de plasma, amarilla y azul, invadió la habitación. El agrupamiento pareció negar la voluntad-carbón fosilizado- dejándola totalmente en las pinzas del animal-agua, casa y marte-. Al igual que en 400 millones de años, idéntico a si mismo, fósil viviente, el arácnido salía una vez más de la entrañas del mar. La respiración pudo percibirse claramente en el ambiente cerrado; abrió los libros de sus cuatro pares de pulmones y el aire entró a raudales por los estigmas, innecesaria medida de precaución pues bien tenía marcada en la memoria ancestral que de nada valdría se los cerrasen. Mejoró la posición para evitar herirse accidentalmente con su propia arma y dejó a la oscuridad su multiplicidad de ojos que no ven. Produjo los sonidos habituales y constató que quien le había desafiado no estaba en las inmediaciones; ante la falta del perturbador restregó contra el carapacho su cuerpo encéfalo-toráxico de 50 milímetros y chequeó la pinza de atrapar no sin que sus instintos le presentaran una rana a la que despedazar y chuparle el fluido del tejido; la segunda, la de mantener alejada a la presa, la estiró hasta los límites de lo posible en previsión de una acechanza. Alguien debía estar cerca: había sido llamado a defender la entrada y no para otra cosa; estaba cumpliendo su tarea esencial de proteger el centro; no se había abierto aquél por pura casualidad, alguien avezado en las penetraciones a los infiernos había causado el tumulto que afligía a la mujer casi inerme que contemplaba desde sus ojos blanquecinos el espectáculo del asedio y de la defensa. Debía matar al primer ataque, de otra manera el viajero penetraría irremediablemente. Comenzó a mimetizarse, del color de la piel un cierto negror apareció en la medida en que se alzaba a otear el horizonte. La espera le daba confianza y en el ombligo de Leshaa comenzó a enrollar y desenrollar la cola tenida verticalmente. Buthohes a Hicola, danza frenética buscando en las paredes, en la selva, en las alturas, cambio de piel, siete veces, la madurez sexual manifestada en la modificación del envoltorio. La tapa genital se abrió como la puerta de una nave espacial hasta que la respuesta comenzó a subir por la pierna de la mujer que sintió impávida los pasos de cuatro pares de patas, las otras dos listas para una eventual presa. La cola de la hembra era más gruesa y cuando comprendió el llamado igualmente dejó caer la tapa y se aprestó a la cópula. La bulba dejó ver la fila de dientes, chelicerae ,mordedura en trance, como en los pueblos primitivos y campesinos de los humanos convencidos de la dentadura vaginal de la fémina. Promenade à deux en el omphalus, atracción de los venenos, grave circunstancia capaz de distraer de los deberes programados. Abre droit, el escorpión cuidador de la entrada rasguñaba a la hembra, abdomen sobre la carne de Leshaa, punzón en movimiento en alto, procreación inesperada del miedo, inyección de ejecutores del mal a las fábulas y a las leyendas. La enfermedad de la hembra se abrió para el macho en una tentación irresistible, muestra de la muerte, incumplimiento del deber, placer que conduciría a la nada y, por ende, a la inexistencia de un reclamo, a la ignorancia de los viajes posibles conseguidos por la distracción deliciosa. Gonopore sin tapa, gono de las raíces del lenguaje, maldad en la inevitabilidad del fin, veneno peor que el de las glándulas en la vesícula como un bulbo, efectos inmediatos no como el de la víctima esperada en agonía de muchas horas,-proteinas, encinas, neurotoxias-, sino instantánea, obligatoria, pago ineludible, consumación de las prescripciones del primer Eusculapio de aquella raza afirmadas en los cromosomas. El macho terminó de rasguñar e inyectó a la hembra, rápida e indoloramente, en cumplimiento de un fiel mandato implícito en la navegación de la especie. El spermatophore fue transferido, bola de espermatozoides atados a su base, un átomo, imposible de secar, muerte impedida para que los futuros vigilantes puedan nacer. La hembra se volteó y estiró la pinza sostenedora, lo atrapó y comenzó a devorarlo. El escorpión anidado en el ombligo de Leshaa sintió al inicio, percibió la primera mordedura, pero luego se fue haciendo comida, venganza, pago, tejido ajeno. Cuando terminó de comérselo la hembra quedó momentáneamente quieta hasta que logró verificar los huevos fecundados. Debería esperar 14 días por los vivos, anexarlos a su dorso, 14 días sin defensa, 14 días para que dédalus pudiese ser caminado. De todos lados y de todas partes, pandinus, heterometrus,octavo símbolo del zodíaco, Alpha Scorpi, vejoris boreus, gigante y negro Imperatur, gigantoscorpio,paruroctonus mesaensis para repartir por los caminos colorados protección contra las excursiones prohibidas, hadruros que escarben y se escondan para que la enfermedad del gono no los desvíe, anuroctonus phacodactylus con paciencia suficiente para vencer los reclamos del sexo y esperar la avalancha violatoria, isometrus maculatus manchados y peligrosos pero sin estigmas, diplocentrus hasethi sin marcas o señales en el cuerpo digerido que puedan denunciar el incumplimiento, bothriurus bonariensis sin hierro candente que deje la pena infamante, uroctonus modax sin signos de esclavitud a la apertura dentada y sin desdoro, centruroides hasethi sin lesión orgánica o trastorno funcional, vaejovis boreus sin picaduras infamantes, carpathicus orgullosos de cuerpos glandulosos capaces de recibir el polen del muerto que trató de pasar por su territorio, vittatus,hidruros hirsutos, todos inmaculados en el cuidado de las profundidades infernales de la mente. 14 días para que el vivero de escorpiones fuese capaz de producir un ejército , de soltarlos en los ombligos llenos de piedras de elevadas temperaturas, de árboles altos, de grietas, de habitaciones,de carne de arañas, insectos y ranas, de rosada carne femenina , selva donde reinar, donde impedir excesos, hueco central del universo para advertir que las penetraciones consentidas son más abajo, entre las piernas, en el hueco estupendo donde no hay dientes sino en las leyendas, para que cuiden y protejan con su veneno superior al de las serpientes, para que maten intrusos aventureros deseosos de viajes condenados, para que produzcan hormigueos, engrosen las lenguas, ocurran espasmos de faringe, calambres, convulsiones, hipertensión, edemas pulmonares, fibrilación de los músculos y la muerte, por encima de las vanidades de los hombres arriesgados, diacepan, gluconato de calcio, oxígeno, compresas de agua helada y torniquetes. 14 días para el ejército, 14 días tiempo excesivo, sin defensa.
   Como el espíritu humano cae a encontrar una materia el lenguaje debe ser arcano, como una ristra de ajos que marea a los escorpiones, que los inunda de éter y los amansa, los aleja, los destierra, los aprisiona. Debe resonar como en una caja desagradable llena de ecos y petulancias, de humana dimensión, afrodisíaco para quien manipula, levantador excelso de los malos olores y de los instrumentos de penetración. Los espectros ultravioleta sólo rondan en los espacios invisibles, intrascendencia para los ojos cerrados pero importantes en el mundo de los viajes. Las resonancias no se meten por la multiplicidad ocular, las armas se miden por su efectividad, ajo licuado, ajo en los clavos, rayos para atravesar las caparazones y ver adentro, para desterrar a los vigilantes, para colgar en las paredes y hacer oler a la piel repelente. 14 días a la espera del nacimiento, reguero precautelar, ajo para condimentar la tierra que habrán de marchar con sus armas erectas y sus libros abiertos a la polvareda. Lleno de trampas, de laberintos, de encrucijadas, de signos negros como escorpión en alza, symplegades, cayendo por dedalus, desde omphalos, vertiginosamente, reencarnando en el interior, tomando cuerpo, el túnel donde la luz deslumbra. La voluntad es esencial, nadie pretenda devolverse, agarrarse a las paredes, desgarrarlas con uñas sucias y desgraciadas. No se aferre nadie a lo que se fue, al anterior, a la corporatura miserable, al respeto por las normas de otros tiempos. Dedalus amable, comprensivo, interesado, pornográfico, resignado, teatral, perturbado.
   








INCERTUM

Los soportes del alumbrado deben ser escalonados. La tibieza de la luz y la forma de los rostros dependen de la altura de las gradas. A medida de cada desdoblamiento debe estar la posibilidad de la visión para quienes, allá abajo, esperan ser interpelados. La primera ha de ser de un azul tenue que permita a quien mira ejecutar bien su parte. La moveremos con delicadeza, de tal forma ocultaremos lo que haya que ocultar y revelaremos lo que el libreto exige revelar. Las tonalidades variarán, soportaremos luces con postes, resortes y apoyos pocos convencionales como una butaca vieja y rota. El primer paso de la puesta en escena está dado. ahora mismo llamaremos a los actores y al público y repartiremos los roles. A ambos,las comillas deben ser inciertas en medio del bosque de las palabras. Estableceremos ahora los niveles, para lo cual nos serviremos de las irregularidades del terreno, de los paréntesis abiertos y jamás cerrados, del hombre fraticida que en cada uno anida, lubricaremos con semen las impostaduras y todos saltaremos como monos para probar si la estructura es adecuada al máximo de nuestros desvaríos. Quizás la fuerza de un coito multiplicado al infinito nos pueda indicar la volubilidad de los tablones, la capacidad de los amontonamientos de aserrín llamados nudos y de la precisión que hemos dado a las bases de este entarimado grandioso. Así, seguros, habremos tornado todo incierto, especialmente las barreras. Cada uno debe cargar con todos los libretos y cada uno debe estar contento. Podemos permitirnos los intercambios y las oscilaciones, los giros en barrena, la fusión de la luz predispuesta con las improvizaciones. Viva la posibilidad de cagarse (cada uno donde le parezca. los dictados serán al pié de la letra-+'`¡/los oídos de esperma marrón solubre al viento portador de la memoria descuartizada y los dedos tirabuzones para hurgar en las narices de manera que nadie pueda alegar un desconocimiento de causa...)=todo es variable, cambiable, reembolsable. Soportaremos los pilares con espirales sujetas con alambre, soltaremos, apretaremos, dejaremos que hagan los que le venga en gana. Una inmensa sábana blanca colgaremos para que sean proyectados los humores y las defecaciones ( lo demás está de más, al igual que las letras de los libretos que podrán organizarse como les parezca. Quiere decir que la palabra miedo podrá cambiar a iedom o a dioem o simplemente saltar hacia otra y copularla, a menos que sea abstemia del pecado, lo que ciertamente es bastante improbable dado que el caodpe se confundió con el abecedario, los diccionarios y las benditas lenguas de todo tipo que pululan por millares. Pueden, así mismo, cambiar de orden o desaparecer o mearse sobre la sábana para creerse inocentes por asimilación a la vida humana recién parida, imitación vanal pues nada existe ya con esas características. La sábana podrá ser cambiada en este mamotreto, en este espacio permisible sin límites donde podremos ver gente soportando, tragando, apretando los dientes o gritando como locos ",ldjsuridnftidntidnst,mxsuetnsqidhcu,-hjd89QWQWSGHASEÑ las más inintelegibles palabras que jamás hayan salido de las sucias bocas a ensuciar el espacio circundante, aledaño, vecino y circunvecino puesto a disposición de los inciertamente separados y confusos para que representen la balada, el tónico, lasmalaspalabras que se evocan por doquier y son aspas afiladas o suaves pétalos de rosa o escupitajos sanguinolientos o tallo cargado de parásitos o signos presos de significantes-significados, de imagen y sonido, impresos o escupidos, fonemas afónicos a la larga que ya no se pronuncian porque vagan independientes, grafemas insolubles ni siquiera el agua sulfúrica o la burla pueden desteñirlos, cada quien carga un intercomunicador para evitar ser reconocido, los cuernos en las paredes para identificar el(ya vengo) o el "tenía que hacer" o el-amo-la-libertad dat-.a-m-o lo que significa que también las páginas pueden ser dispuestas en cualquier orden, cualquiera, para empezar en la poceta y terminar comiendo o para comenzar de anciano y terminar de insufrible espermatozoide no agarrado por el agua liberadora que corren a echarse apenas reciben el cargamento. Los soportes del alumbrado, se puede recomenzar, el alumbrado no tendrá soportes, los haremos depender de voluntarios que encontrarán este mandato en sus respectivos libretos y a medida que los brazos se le cansen irán bajando(es evidente que sufrirán bruscas alzadas debido al mismo cansancio que expele hacia arriba los músculos dotados de buena voluntad. Así legalizaremos las complicidades, haremos propicios los sobornos y fomentaremos debidamente la corrupción----todo debe parecer natural, original, procaz, infectante o brutalmente perteneciente al teatro. Las guías apenas guías son, bibliotecas enteras se han consumido en el olvido, millares de libros se han podrido en la más ominosa de las querellas-falta un más después de las letras son tatuajes mascarillas cera yeso bifrontes trifontes ,papel de envolver, desinfectantes, algodonadas espinosas basura descomunal engarfio de las desviaciones aberraciones monumentos en pié o caídos pedestales ortos o aún enteros palancas con nombres en las avenidas "fue un gran filósofo"(fue un gran cornudo...también,¿porqué no? ¿qué diferencia existe entre un filósofo y un cornudo ? la historia de las guerras con todas esas bellas matanzas que han dejado cuerpos descuartizados, hermosamente putrefactos para que se alimenten los buitres b-u-i-t-r-e-s o rseuibt o
        r
        s
        e
        u
        i
        b
        t
conjunción de signos lingüísticos arbitraria que designa este peculiar animal tan amigo de las carroñas más puras y hediondas, gastronómicamente deseables vamos a continuación ¿Os habéis dado cuenta ? la blancura de la sábana es peculiarmente exquisita deliciosamente mortal, arbitraria al igual que las manchas negras que podemos poner sobre ella, quién dice, entonces, quién pronuncia, entonces, quién se atreve (carajo) a pronunciar esa bestial palabra como una acusación dirigida contra nosotros que estamos dedicados a una perfecta desorganización de la organización que organizada nos fue dada por los velludos e indecentes letrógrafos de la mala letra de la puta letra de la carroñoza letra. Nos basta LUZ para poder leer bitraarbi, la luz es importante es vital es absolutamente necesaria y loca, locuaz, procaz,indigna luz que nosotros los escenógrafos, directores, luministas, escarabajos y demás bella compañía del reino animal, incluidos jorobados deshechos mutilados y hembras bellas manejamos aquí en la puesta en escena(particularmente se me puede incluir entre los deshechos-tengo apenas un ojo-y tuerto-tres brazos el cabello de erizo de mar y los dedos de alacrán de tanto contemplarlos cierre de paréntesis...como nos viene en gana, adaptada a los papeles de cada uno, pero como son intercambiables, mutables, hilachables y desgranables, pues son raibartsoir. La luz rosada-hacemos concesiones-es perfectamente femenina, resalta las bulbas como figosdindias abiertos a machetazos por la luz del sol que todavía vemos en la boca y los granos negros y empapados caen en lo fértil y allí renacen envueltos en el melodrama de la oscuridad que también es una luz, sólo que pintada de negro. Aquel se desdobla en bailarín que sostiene la figura de la infancia toda, aquel otro se dobla atacado por la sequía de un árbol de utilería, él arbol, él utilería, él atacado, yo mismo me desdoblo en animalito que se quema con la lámpara del primer nivel y la joroba se me torna natural dado que ahora es el pecho absolutamente no arbitrario de un insecto quemado, por cierto, cómo quema esta lámpara. Los niveles no sienten celos, las máquinas los mueven a placer, están en constante movimiento, danzan, bailan, se rozan al bajar uno y subir otro, al bajar varios y subir otros cuantos, alguien no se dio cuenta y las tablas le cortaron una mano. Véanla, yace allí con músculos cortados, con venas talladas, con huesos triturados, bella mano, símbolo de la improvisación y del descuido, eterno símbolo que nos agrada. Inciertos los niveles, nadie puede apostar con certeza a uno, yo estoy aquí, no, tú no estás allí, tú estás allá, que estupendo desconcierto, frágiles las posiciones e,l libreto B correspondía al nivel F, pero en el nivel H el libreto B es en realidad el libreto D, así así así por todos los bordes de todos los niveles, barro, fango, común cementerio, fosa común, espectáculo de participantes sin distinciones y rangos, símbolos sudorosos,benditas l e t r a   s    como nos venga en gana, la gana nos viene y se ensarta en un nivel y se acaba en otro, la complacencia de todos es, cada lector mira cada espectador actúa, cada lector escribe, cada escritor comemierda se sienta en la platea a mirar a los actores, cada actor lee, cada cantante tira tomates a los bolsas que están sentados en la hilera de sillas, éstos se levantan-por decisión de quien sabe quien que ha ordenado a ese nivel alzarse-y cantan bellísimas obras líricas, estupendas voces, como me gustan esos cantantes alzados de entre el público, las páginas de ese analfabeta deben ser incorporadas inmediatamente a la gloria de la literatura, la actuación magistral de aquel espectador debe ser registrada en video y proyectada en las pantallas que rodean al circo, miren a ese actor haciendo de viejo barrigón que compró la entrada, grita gritos aprobatorios, aplaude a rabiar, hasta deja de sonarse las narices. Juego de plataformas, una sobre otra, cajas chinas dice el sesudo crítico, qué cajas chinas de mis cojones, son plataformas no cajas, una se alza de la otra, los actores y el público no se mueven, se mueve la parte de abajo, cuando se vuelven a encajar los actores están donde estaba el público y el público está donde estaban los actores. El público comienza a actuar, algunos actores que ahora son público quedaron entre el público que ahora es actor, pero los que se quedaron entre los actores que ahora son público acomodan a aquéllos que se aprovecharon del intermedio para limpiarse los ojos con hojas de ajo que acongojan los ajados jardines. El silencio entre los actores que ahora son público es total. El público de actores sigue la trama a la perfección. Los actores del público aplauden. Actores y público, que la misma vaina son, se abrazan emocionados y se felicitan unos a otros, por la brillante jkdamkcnaPUJRYWRTC que protagonizan. La presa está en la pinza.
   



































KATABASIS

   El sueño comenzó a vencer a Leshaa, más bien una indefinida entrega a la voluntad ajena. Cerró los ojos y sus brazos quedaron fláccidos sobre la cama que había permanecido a sus espaldas mientras contemplaba en el espejo el proceso trascurrido ante sus ojos incrédulos. Presintió que el aflojamiento de los músculos y la modorra de sus negros cabellos eran el presagio de un viaje en una nave testaruda y firme a la cual no tenía objeto oponerse y decidió, entonces, entregarse a la voluntad que la dominaba, no sin sentir miedo y oponer una resistencia instintiva, una que no deseaba, pero que procedía incontrolada de algún resorte oculto en su mente. Se sintió flotar en un espacio blanquecino y, de improviso, caer por su propio ombligo hacia si misma. Gruesos nudos comenzaron a golpear la búsqueda. Se apilaban a lo largo del laberinto empujando de un lado a otro ayudados por el vértigo de la caída. Sin embargo, no se sentían golpes ni moretones se hacían ni amortiguaban o refrenaban el avance, sólo que originaban un gran cansancio, como si un colchón de aire dirigiera sus dardos directamente contra la voluntad y pretendieran vencer no en el exterior sino en su misma estructura de búsqueda. Una sensación de ahogo comenzó, como una descomposición de las partículas del aire que cerrara los conductos absorbentes y pegara unas contra otras las paredes interiores. El calor iba en aumento, pero se soportaba porque el envión parecía impedirnos la toma de los caminos alternos que veíamos vertiginosamente desplazarse a nuestro paso como invitaciones al equívoco y a la pérdida. Eran múltiples y partían en diferentes y variadas direcciones, como ramificaciones del sistema nervioso o como la red sanguínea cuyo rojo encendido nos encandilaba a pesar de las linternas alógenas colocadas en nuestra visión. No percibimos con exactitud cuando nos detuvimos puesto que el suspenso se asimilaba a la caída, como si flotásemos en un campo de fuerza de particulares características. Nuestra tranquilidad duró poco, pues, apenas estabilizados y comenzado el interrogatorio, un mundo circular se nos mostró en toda su complejidad y desafío. La variedad de puertas asombraba, unas enrejadas y otras libres, pero las primeras eran diversas, dado que en algunas las protecciones eran falsas y en otras verdaderas. Había caminos que subían y terminaban sobre el vacío y otros que se perdían en la lejanía como interminables variantes. Había grandes obstáculos de montañas de memoria, de desechos y olvidos. Las trampas acogían terribles amenazas desatables al menor error, desvaríos, puntiagudas lanzas de ocultamiento, palabras advenedizas listas para dispararse en un discurso aparentemente lógico pero brutalmente falso. "Leshaa", dijimos suavemente, como en un susurro. "Leshaa", repetimos para que un eco ensordecedor nos respondiera desde todas las cavidades. "Leshaa", insistimos, para que una voz gutural nos dijese "soy yo".
   Los harapos se arrastraban como enhebrados a los cuerpos. Nos miraron desde las cuencas vacías, desde la erosión del tiempo y desde la penitencia de la mente acongojada. Pedazos de carne colgaban de algunos de sus huesos y manchones de cabellos podían vérseles sobre los cueros pendientes de los cráneos. Las expresiones de las mandíbulas tenían dientes y las uñas eran largas como ramas. Los pómulos salían de entre algunos pedazos de carbón adheridos en las refriegas por el ocultamiento contra los pisos de la memoria y los huesos de los pies sangraban. Extendieron los brazos, sonámbulos, con curiosidad y temor, tal vez para medir la fuerza de nuestra determinación o el poder que nos llevaba. Voltearon y se hicieron invisibles, sin deseos de hablarnos ni de curiosear. "Leshaa, retenlos, sácalos al visor y cuéntanos", rogamos con firmeza y la mujer nos eructó un vaho de aire caliente y azufroso.


   La procesión se extendía sobre la explanada. Los sacerdotes entonaban los cánticos y el cortejo disimulaba la tristeza mientras una polvareda en lontananza reflejaba la sequía sobre el valle. Al atardecer aquellos que tendrían que morir junto al ya muerto marchaban cabizbajos. El corto cabello negro de Leshaa se levantaba como su voz y su túnica blanca transparentaba los rayos agonizantes del atardecer. El juego de claroscuros permitía que sus piernas firmes se moldaran a la visión de quienes le seguían en la larga cadena humana que resignada se dirigía hacia la gran edificación de piedra. De sus labios salía una canción, distinta de la oficial compuesta para la ocasión y que iba adelante, como mascarón de proa abriendo el aire cargado de olores y presagios. Era una antigua canción judía, transmitida por los ancestros y aprendida en la infancia, una de tristezas y resignación, la que la mujer murmuraba desde su cuerpo vejado y amado. Había servido por excepción, y gracias a su belleza, en la intimidad del muerto y lo había hecho con tal gracia y eficacia que había sido voluntad expresa del poderoso que aquella mujer le acompañase como sirviente también más allá del río. No había, sin embargo, conciencia de sacrificio. La elección podía considerarse afortunada, si es que la muerte prevalecía sobre la llegada de un nuevo poderoso que elegiría a su arbitrio nueva servidumbre y lanzaría a la miseria cotidiana a los servidores del antiguo. La noche en que el hombre la arrastró a su lecho había decidido su suerte. Los quejidos de la doncella penetrada habían anidado en los oídos de quien ahora, petrificado y envuelto en el fausto de la vida terrena, presidía la entrada a las entrañas del monstruo de rocas cuadriculadas. Tal vez esa misma noche había tomado la decisión de llevarse a la esclava judía a los aposentos subterráneos, al cierre del oxígeno corruptor y al embeleso de los siglos. Leshaa había tenido la oportunidad de despedirse. El padre se sentía orgulloso de que su vástaga tomara la canoa que atravieza el gran río en tan excelsa compañía. La madre lloraba lo que pensaba era un cruel destino. Sus hermanos no terminaban de entender. Había entregado el obsequio final y ello bastaría para un tiempo largo. Los soldados la habían devuelto antes del mediodía a iniciar la preparación. Contribuyó en la escogencia de las frutas, en el baño de sus compañeros de viaje y en el arreglo del cadáver. Seleccionó las azucenas blancas que en forma de corona colocaría sobre sus sienes y quedó quieta y en silencio a la espera de las honras que en el gran salón rendían al hombre que la había hecho mujer en el centro del mundo. Se encomendó al dios de sus antepasados y mordisqueó apenas un trozo de carne salada que ayudó con una gotas de vino. La tarde era calurosa y las arenas calientes del desierto molestaban sus pies penetrando la frágil suela de las sandalias. Un sudor gelatinoso empapaba sus axilas y su sexo y resbalaba lento. Al acercarse la vió en toda su magnitud, corridas las cortinas que la ocultaban, la protectora de una de las cuatro entradas, la que les cuidaría, la que impediría violaciones y la penetración corrosiva del aire que les convertiría en polvo. A escasos metros de la entrada todos se detuvieron y sólo los sacerdotes y los electos penetraron al recinto bajando por los pasadizos y corredores, cruzando las puertas y desenredando los laberintos. El ruido de la clausura pudo llegar a sus oídos como atemperado por un colchón de olvido. Todos los que habían entrado quedarían allí por la eternidad, a menos-pensó Leshaa-que tuviesen razón los dominadores del mundo de que serían autorizados a cruzar las aguas y entonces podría servir de nuevo y tal vez ser llamada al lecho a complacer los requerimientos del dueño y señor de su cuerpo. Entraron a la tumba y se selló el mundo. Ella se acercó a la puerta que le correspondía y esperó que los colegas se apostasen. Con los largos dedos tomó el trozo negro y alrededor de sus ojos trazó antifaces; luego, describió dos largos semiarcos dejándolos como cejas. Mientras el escorpión se paraba en su cabeza hundió el carbón en la pared y ya no fue una marca sino una cicatriz la que quedó sobre la entrada. Selket puso la mano sobre la puerta y ella y el escorpión se solidificaron en la fertilidad y la muerte. La oscuridad cayó sobre Leshaa y ella y nosotros oímos su grito y espantados permanecimos a la espera.


   El camino parecía terminar en la montaña. No había evidencias de continuación ni rastro alguno que permitiese adivinar una posibilidad de avance. La exploración en los alrededores sólo mostraba un escarpado ascenso y una inexistencia de alternativas. Un sin fin de promontorios se alzaba impenetrable y las convulsiones impedían sostenerla firme. Se alzó jadeante y empujó colocando firmes los brazos hacia adelante. Intentó salir y sólo la impresionante visión de los múltiples caminos la detuvo en el primer cruce. La red estaba tejida con la minuciosidad de quien, ante la inviolabilidad de lo físico, recurría a la telaraña, hacia el regreso. Muchas de las vías terminaban en el vacío y otras se extendían de manera tal que era imposible ver su final y, ni siquiera, los lugares que atravesaba. Otras eran cortas, pero invisibles los términos. Las encrucijadas se multiplicaban y unas y otras parecían insinuar una marcha en común o un alejamiento irreversible. No podía determinarse si había accesos entre unas y otras o si simplemente se sobreponían sin autorizar cambios de ruta. Todas parecían iguales a la primera visión, aunque si se miraban con detenimiento presentaban diferencias de grosor, de extensión y de dificultades. Una pregunta necesaria versaba sobre la verdad o la falsedad, sobre si todas eran reales o si había engaños destinados a causar confusión y extravíos. Tomar una que resultase falsa traería consecuencias. Una preocupación adicional rondaba la decisión de internamiento en la red y era la de perderse. Habría que ir marcando de alguna manera para devolverse sobre vía segura en este caso, dejar un rastro sobre el cual repetir los pasos como quien recoge las migajas dejadas ex-profeso. Si el engaño era producido por quien debía escoger habría que enfrentar la posibilidad del dolor al recordar el tramado original, la negativa a volver al trazado primero, la evasiva de enfrentar una búsqueda que revelaría una construcción premeditada y olvidada. Leshaa se debatió entre la resistencia a internarse y la atracción desmesurada de la exploración que tenía delante. Trató de evadir la toma de decisiones manteniéndose erguida con gran esfuerzo a la puerta de los acontecimientos. Ensayó una evasiva en el leve temblor de sus pies que removieron suavemente el aire del blanquecino colchón sobre el cual su figura semejaba una sonrisa. Pretendió bloquear la puesta en escena abriendo los dedos de las manos con tal fuerza que las palmas semejaron dátiles a punto de estallar bajo la presión de la sed.Incrementó tanto el dolor que la violencia de los párpados al cerrarse oscurecieron el horizonte y las pestañas largas semejaron sables sarracenos pintados sobre las paredes de ciudades conquistadas. Comenzó a inventariar armas en sus debilitados arsenales, en el dolor de las articulaciones de los codos y en la contracción de los lóbulos, en el temblor de las piernas y en el relámpago mortecino que recorría las paredes craneanas y se aposentaban en sus orejas torneadas cual rosa de los vientos. Percibió, tal vez, que la cisura se hacía tan profunda que una separación irremediable haría inútil la guindola que lanzaba como puente de tres escenarios buscando la carlinga de su nave hundida. Trató, entonces, de disimular el turbamiento y el apremio con mensajes tranquilizadores, con susurros apenas perceptibles que se elevaron mansamente sobre el escenario y fueron cayendo con lentitud sobre actores y público, sobre ella misma, aposentándose con misericordia sobre los entarimados. Recurrió a la moldeadura de los pómulos salientes y a la movilidad recién adquirida de sus labios, mientras su cuerpo todo recitaba, con precisa entonación, los monólogos del guión del disimulo. Pareció, entonces, imagen de si misma, túmulo envuelto en satenes de sarcófago que pugnaba por escaparse de la carne y pasear inmune colocando los pies en el borde del espejo superior del cuarto. Simuló otras voces y se extravió intencionalmente tratando que la confusión aliviara las presiones y desviara los ojos. Se sentía cómoda en el rol de la actuante y pretendió prolongarlo hasta cuando la impaciencia acalló el murmullo con otros más fuertes. La lengua se le tornó en aserrín, dijo no llamarse Leshaa sino María, no vivir donde vivía sino en un lejano suburbio de la gran ciudad en una pequeña casa de una esquina donde una pequeña verja la encerraba con su hijo y de donde salía a grabar canciones en los estudios, siempre de noche, grabaciones que al amanecer eran destruidas y, por tanto, no podía presentarlas como prueba de su verdadera identidad. Argumentó saber leer las cartas y hacer predicciones astrales siempre y cuando no la involucraran, tener un gurú con el cual se comunicaba y que testimonio daría de sus penetraciones en lo invisible. Mostró cicatrices que autorizaban a creer, según insistió, que su identidad de vieja luchadora política quedaba demostrada y viejos pasaportes que atestiguaban sus viajes a unas ciudades desconocidas que llamó Otawa y Caracas. Trató de cantar y un ronquido fue a disolverse en la extremidad del mundo.




PEDIPALPO

   La caída será ruidosa a medida que arrastre los viejos ripios y las murallas aporten el desgaste de las lluvias y las heridas de las lanzas corroyendo las amalgamas. Los árboles serán triturados y el verdor de la clorofila asemejará al óxido de la ruindad y la torcedura de las ramas tronchas ni juguetes podrán ser para las manos inquietas que hurguen en la abundancia de la destrucción. Están flojos los terrenos y ablandadas las entrañas. Las lluvias han abonado la fragilidad y las manos convertidas en garras han clavado la intemperie. Los cielos podrán unirse con la tierra ante la falta de un envión que mantenga la separación y eleve las palabras más allá de los significados. La condición humana se asoma, comienza a moverse sinuosamente sobre el pantano. El aguijón se erecta mientras procesa los venenos y afila los mecanismos de su llegada. El período de las lluvias ha terminado y la fertilidad es succionada en la oscuridad del tiempo. Los presagios son reeditados en la boca de las trovas y oídas por las mujeres y los niños en las tardes melancólicas en que la gran ciudad de Philologus se sume en el smog y los hombres regresan atolondrados en las conexiones de los trenes de alta velocidad donde han ingresado automáticamente guiados por las computadoras. El peligro de la caída corre denso en los oídos e infecta las palabras que se cruzan sobre la medianoche soleada del gran planeta-ciudad. La caída traerá al gran Satanás como una sombra que opaque los rayos de la estrella calurienta y suma en el frío las cortas extremidades de la mente. La noche larga apagará las oportunidades perdidas y se extenderá en los siglos hasta el olvido. La imagen será colocada en las puertas, en los escudos, en los trajes espaciales y en los ombligos de las mujeres como invocando la real aparición, la verdadera salida, la batalla infernal que determine la entrada hasta las pailas ardientes y los tizones encendidos, hasta los carbones como ojos de gato en la noche y la mierda de burbujas coloradas donde los alaridos se disuelven. La caída es el peligro, la llegada del símbolo preside a las persecuciones y los exterminios, al desgarrarse de la muerte y al silencio de las palabras quemadas y frágiles como restos de vendimia. Los silencios pesan más que los alaridos, el escorpión es sinuoso como una trampa, escurridiso como el pecado de una virgen, duro como el sexo hambriento de un astronauta privado de hembra en los largos viajes exploratorios de la serpiente. El escorpión ronda la crisis, se entierra en ella a madurar, a cambiar de piel y de colores, a mimetizarse frente a los pasos tambaleantes de la raza humana que está por caer. Desde el ras se ve la metamorfosis y la transformación se asume. El enterrador hurga en las maderas y mastica pacientemente los animalejos escondidos. La funeraria se eleva en construcción a la espera del gran cambio, de la muerte que pasará como vendaval dejando descarnados los huesos y las cuencas vacías y las mentes sin lenguaje. Se mira hacia las constelaciones que lejanas se ven y se cruzan las piernas en el yoga buscando la iniciación, el entendimiento de las ciencias esotéricas, el sexo que deje vitalidad en las almas ofuscadas y trascienda más allá de los orgasmos. El mensaje de los astros es difuso, las iniciaciones se encienden con los decorados de neón brillando sobre los mármoles sucios de las cuevas subterráneas de Philologus. La caída amenaza, el escorpión asoma el pedipalpo.
   En los cuadros el engaño, el disimulo y la traición. Los historiadores de Philologus lo sabían bien. Conocían el símbolo del lejano período llamado Edad Media, súbitamente colocado en el interés máximo de quienes aún pensaban. El escorpión se había hecho madera, mármol, metal, tejido, piedra, bordado, dibujo sobre la arena. De allí había salido esponjando las imágenes, corporeizándose, rompiendo los envoltorios, picando. La traición rondaba los aposentos, en la plaza la traición asaltaba a los negociantes, la traición se aposentaba en los palacios, corría vertiginosa en los lechos. Escorpiones en las portadas de los legajos judiciales y en la entrada de las cárceles. Un sacerdote perseguido mientras corría en la huída lanzó la maldición de un escorpión suelto que jamás podría ser detenido y que estaría siempre en aquella condición rondando una pequeña villa. Otros pueblos lo adoptaron o les fue endilgado como escarnio, para llamarles traidores y perseguirlos. Los historiadores de Philologus lo sabían.

Maesa única en cada colmena u obrera infecunda o albañila sobre las tapias o carpintera sobre los troncos secos, abejando para socorrer al hombre, abejorreando para indicar el auxilio, viscosa fluía de los panales virgen sin prensar ni derretir, con agua de rosas en jarabe, untura sobre la piel cuarteada y las lenguas resecas, brochazos sobre las almas resentidas, cortadora del fluido de las narices irritadas, cataplasma sobre los pechos congestionados, melcocha sobada y correosa para alimentar las mielgas y los peces selacios, meleros de cueva en cueva y entre los monumentos de grandes piedras cabeceados por los megaterios. Hacia atrás, hacia el momento de los monstruos desdentados y de los monstruos dentados en las correrías sobre la superficie. Los historiadores de Philologus lo sabían. El escorpión asaltó con la primera pinza, con incertum, sobre la superficie roja ante los ojos incrédulos. El centro se hizo negro dejando los bordes al recuerdo y el paseo de la mirada sobre el techo del cielo. Antitesis de la abeja cuya miel socorría al hombre, el escorpión buscó nido y encontró un valle hundido donde el alimento había pasado ya deglutido desde el buche de la paloma, en el centro del mundo donde instalado podía vigilar en vísperas de la batalla encomendada, en el ombligo de Leshaa Akrab, donde las lenguas de Ofiuco Megeros y del fuerte Tamiat incursionaron poniendo a prueba la voluntad del escorpión que controló los deseos de aguijonear la carne invasora.


   Ofiuco sacó la lengua del ombligo de Leshaa y apoyó la cabeza sobre la barriga de la mujer. El cambio de contacto presidió el sueño que lentamente comenzó a invadirlo. Leshaa había llegado en un mal momento de su vida, cuando las puertas parecían cerradas y las esperanza una ausencia inevitable. Le había dado seguridad y una base firme para reconstruir una vida signada por los contratiempos y él se lo había agradecido suficientemente, pensaba en el sopor que le ganaba. Todo había comenzado a cambiar cuando la delgada mujer del negro cabello y de los pequeños senos erectos lo había rechazado una mañana y él había reaccionado con violencia golpeándole las piernas. Pensó, con razón, que alguien había llegado a interrumpir la calma y así lo comprobó cuando conoció a Tamiat, el rival, a quien espió desde la balaustrada de cemento que daba al gran edificio donde el hombre prestaba sus servicios como Ingeniero genético. Tenía decidido dejarla, pero la voluntad le faltaba cada vez que la poseía y el fantasma de la soledad asomaba produciéndole un insoportable escozor. Había intentado decírselo, pero se había devuelto cuando la conversación amenazaba con una respuesta afirmativa de la mujer. Leshaa también quería cortar con Ofiuco, aunque sentimientos diversos se lo impedían. Pensaba sentir lástima por el hombre débil que reposaba sobre ella y que sabía irremediablemente herido. No era fácil el trabajo de Megeros, menos sus predicciones. "Débil, con las más grandes responsabilidades", pensó Leshaa sintiendo el peso del hombre a medida que aquel se dormía. El miedo la asaltaba al escuchar las terribles predicciones que Ofiuco le lanzaba. Esperó que el hombre durmiese, apartó con suavidad su cabeza y la posó suavemente sobre el colchón. Se vistió sin prisa y pensativa lo miró sin rencor. No pudo dejar de pensar en él en el viaje de regreso hasta su apartamento, aunque la figura de Tamiat le producía escalofríos. Uno y otro hombre se le alternaban en la mente. El segundo no tocaba tanto su interior, sino que se limitaba a una relación fuerte que la lanzaba hacia el placer como nunca antes le había sucedido. Tamiat era un rebelde que entre sus brazos se transformaba en un dador de exquisiteces sin que hubiese la menor dependencia afectiva, aunque dudaba si el deseo no fuese una mayor y más peligrosa.          
























DEDALUS

   El laberinto se extendía a pesar de las contracciones de Leshaa que instintivamente pugnaba por cerrarlo. Se avanzaba con lentitud apoyando las manos en las paredes y embadurnándolas de un moco resbaloso que a no ser por la decisión de proseguir hubiese resultado repugnante. Las protuberancias impelían a esfuerzos adicionales y la respiración entrecortada hacía perder momentáneamente el equilibrio. De cada curva salían a mirarnos y el esfuerzo de Leshaa por una identificación precisa nos demoraba. Portaban los recuerdos prendidos de los huesos y la confusión entre los restos se sumaba a la imprecisión del tiempo del cual venían. Las imágenes que lanzaban se sobreponían y una mezcolanza de edades y dolores estallaba en luces. Escaleras partían, a veces, de los recodos, las más de las veces falsas, pero que portaban, no obstante, su cuota de vibraciones y un engaño a superar. Palpitaba el laberinto y cada paso era una resonancia que llamaba a nuevos visitantes a asomarse. Algunos portaban las hilachas de antiguos fastos que hacían complicada la ubicación de su pasado. Otros iban desnudos con sus heridas y llagas, con los sufrimientos pegados y las alegrías desprendidas. Leshaa renunciaba a la identificación impelida al avance y a no detenerse en los personajes secundarios que de todas partes parecían querer asumir un rol principal y determinante. No era fácil, pero ya la mujer nos había indicado, sin quererlo, las rutas principales y los personajes relevantes. El eco iba en aumento y las resonancias se hacían, por momentos, insoportables; los gritos de llamado reclamando la presencia se multiplicaban y apartarlos del camino no era tarea simple. Llegaron a abalanzarse, a sujetar, a hacerse compactos para impedir el paso, en una solicitud que agitaba la respiración de Leshaa hasta el espasmo. Se movía de un lado a otro, golpeaba con los puños cerrados y pugnaba en procura de oxígeno. La oscuridad se hizo total. El sarcófago reposaba en la habitación contigua sin que oyera pugna parecida. Los acompañantes se ahogaban en sollozos y alguno tuvo la osadía de probar los alimentos preparados para el viaje sobre las aguas. Otros en la desesperación hundían las uñas en el cemento recién puesto en los intersticios de los grandes bloques de piedra logrando sólo hacer sangrar los dedos. Alguien pretendió encender un fuego frotando pedernales sobre un poco de hierba seca, pero fue rápidamente conminado a no quemar el poco oxígeno disponible. El sopor fue entrando lentamente aquietando al grupo. El silencio fue tomando el lugar de la desesperación. Alguna mujer buscó a un hombre, llegado el instante en que nada había que ocultar, mientras Leshaa se apaciguaba poniendo la espalda contra el muro y entonando con suavidad la misma tonada de la procesión sobre la arena. Los brazos se posaron fláccidos y las cabezas fueron cayendo sobre los hombros mientras las yemas de los dedos buscaban habituarse al frío del mármol que tocaban casi en un susurro. Selket y el escorpión salieron momentáneamente de su inmovilidad como si pretendiesen cerciorarse de que nadie pudiese intentar violar la puerta a su cuidado colocando la diosa la mano dorada sobre ella mientras el largo cuello giraba inspeccionando las inscripciones y los mandatos y el escorpión enseñoreaba su punzón sobre lo inevitable. Brillaron la guardiana y su ayudante en el instante feroz en que la muerte acalló toda voz en el interior; se inmovilizaron de nuevo y Selket conservó un mohín en los labios, como ligeramente fruncidos, como si el labio inferior se hubiese estirado hacia arriba en el momento de la comprobación. María abrió los suyos y una vez más sintió el beso del esbirro. Ya sin fuerzas no opuso resistencia. Era el décimo día de su detención; la habían violado con saña procurando una información que no habían obtenido. Ahora María, desde el mismo momento en que dejó de respirar en la cámara mortuoria. De nuevo sentía la muerte cercana en la penetración contínua. La resignación denotaba que habíamos tomado otro camino, que habíamos cambiado de ruta. Se comprobaba en la apertura de sus piernas y en el rostro pálido con los labios heridos. Tenía el mismo pelo negro, pero largo hasta la cintura, delgada y armoniosa, de voz aguda que pretendía engrosar fumando cigarrillos. Las cicatrices comenzaron a brotar caminando como culebrilla desde su estómago hasta su espalda. Un sapo entre sus senos presidió el conjuro hasta que el batracio murió y fue lanzado al rincón del cuarto. La pulsera de cobre en su muñeca izquierda tenía una moneda con un rostro de perfil, de nariz grande, ojos brotados, boca libidinosa y la empuñadura de un bastón de mando. Hacia el centro, hacia las estrías radiantes de aster, hacia el centrosoma, hacia los asterismos, a enfrentar el monstruo de la gran cabeza, a dentellar las cinco puntas de la estrella. Fuego rojo de círculo encendido para quemar la pelambre y los cuernos afilados y los ojos de tizón. La ternera de madera reposaba al lado del toro y ella al lado de la ternera, complaciendo el amor desatado que sentía. El monstruo había andado el laberinto y al final miraba a quien venía. El tributo era llevado hasta allí, el hijo de María Petrucci con los demás, con los hijos de las otras, a morir en dédalus, catasterizando la moneda de la muñeca izquierda. El amor, María Leshaa Petrucci Akrab, se muere de que enfermedad en los finales del túnel, esparciendo sustancias mágicas sobre el sexo, recogiendo los pedazos quedados del pago y de la posterior masacre.
      

















ASTERION

   Hacia los puentes, con prisa de llegar, con afán, con la desesperación del anhelo contenido, los puentes, los que unen y permiten adentrarse en el centro, los puentes, hacia la creación, hacia el nudo de la conjunción pletórica, hacia la cópula total, hacia el más viejo y sostenido sentido de lo humano, hacia el diálogo directo, sin cortapisas y mentiras, sin engaños y aspavientos, hacia la fascinación del veneno deletéreo, de la pasión profunda, del orgullo extremo de la lógica. Con piedras trajinadas o inéditas, con maderas rozadas por muchos pares de manos, con senderos ahuecados por los pies de los emigrantes, sobre los restos de los huesos y los cráneos carcomidos por las ofrendas milenarias, sobre los fuegos y la lava, sobre los carbones encendidos y la furia líquida. Hacia los habitantes del mundo subterráneo, hacia las cinco puntas de la estrella, hacia la pelambre inerte del monstruo derrotado. Sobre los escombros y la sangre, sobre el liquen en capas superpuestas de las memorias primigenias, sobre el fermentar del pasado y las purulencias azufrosas. Hacia el origen de la fermentación donde los giros son violentos de aspas desatadas y la velocidad deja cuerpos flotando en las leyes de la inercia y de la gravitación y el secar de los elementos se da desde una cuerda sostenida desde si misma. Hacia la concentración total de los inicios donde todo es oscuro, pero será luz, donde la luz se puede apagar en oscuridad, donde están la sabiduría y la ignorancia, la contención del gran derrame, el zumbar de los integrantes que buscan corpore, la madre de la gran paradoja, la tormenta hacia lo concupiscible. Las partículas habrán de fluir hacia el relleno del gran vacío donde desnudos nos miraremos bajo el llanto a reir y encontraremos absintio para derramar en asterión cuando el resplandor nos descarne y seamos todo dolor y alegría. Los ríos de agua hirviendo correrán dejando a su paso los cauces de las manzanas y éstas se pudrirán en lava para retomar lo incandescente y la aparición de las primeras gotas frescas mojarán las extremidades recién crecidas que hundiremos después de amputadas por la ferocidad y que arrastraremos fuera, sobre la arena, cabalgando los granos, dejando un surco, viendo como se alzan en el cielo las grandes formas y como figuras se hacen, del cuerpo de canto, la procesión de los equinoccios, la fulgurencia Sirio Canopus Vega Capela Arturo Rigel Proción Achernar Altar Betelgueuse Alfa del Centauro Alfa de la Cruz del Sur Aldebarán en el ojo derecho del toro apenas, allí, en asterión, en el centro, después de los puentes, en la creación, ante los ojos. La serpiente de los cientos de cabezas que se expande. Los centenares de serpientes de cientos de cabezas. La pequeñez y la grandeza después de los puentes, lo enano y lo gigante, el cuerpo que se forma, los laberintos de la mente humana que comienzan a extenderse en otras direcciones, hacia el núcleo, hacia el secreto primordial, hacia el hermoso tejido de crines de caballo que sueltan las perlas de colores, hacia la tinta de pulpo que ensombrece las blancuras y se hace poesía para permitir al hombre alzarse, hacia la moldura de las nuevas formas en la materia frágil y resistente, hacia el aprendizaje de la voz que vibra y de los dedos que tocando descubren los sonidos, en el centro de la nekyia, en asterión, en el viaje místico, en las estrellas de la punta del escorpión, en la leshaa o púa.


   Leshaa clavó el aguijón en el pié de Ofiuco que la aprisionaba y la serpiente saltó y la luz de Alyah nos dejó ver la cavidad sin fin que contenía al mundo. Leshaa se llenó de estrellas blancas, corona boreal, vulnerable, Al Iclil, joya, diadema sobre el estirón de las luces, Al Phecca titilando, sin fin a nuestros ojos, liberado el corazón de la caja de joyas y Antares sin presión soltó una luz roja atropellada que cegó a los esbirros y el canto de María se cubrió con la piel del león. Como capas superpuestas, unas y otras, deambulando por las calles de la ciudad de Buenos Aires con las armas en la cajuela del auto y la guitarra como acompañante en el asiento delantero; bajo el sol inclemente del desierto hacia la muerte; círculos del árbol, del tronco con gotas de leche sobre la gruesa humanidad del Buda en cuclillas, de alfombras de césped, de caídas, de materia reencontrada, de hoja de nastuerzo sobre la apoplejía del tiempo. Carne y huesos, sexo con cuerdas de nylon, siete cuerpos astrales carcomidos por larvas en el libro portado por casualidad y limpiados en la montaña transparente que delante se alzó desde una mujer que vino a encontrar a otra para viajar juntas hacia la planicie del gran lavadero. Las monedas cayeron en la vasija de cobre que la esclava extendía desde el abandono del hombre; rutilante alzó la corona de diademas del dueño y señor del mundo conocido y cubrió su frágil cuerpo con la túnica de seda ofrendada a su candor; con asco arrancó el vestido carcelario y con jabón pretendió raspar la afrenta antes de salir en inútil peregrinaje a buscar al hijo de cien padres. Las alimañas muertas hicieron montón al pié del árbol de la vida de la suave mano de la conjunción.


   Los signos podían verse con claridad y eclíptica envolvía a los demás círculos, por encima y por debajo del horizonte, en la intersección con el ecuador celeste y en los puntos más altos y más bajos donde el gran astro la alcanza, en una gran quietud. Hay un lugar donde las horas de la luz y de la oscuridad son equivalentes, donde todos los tiempos se amontonan en un gran charco y lo que fuimos se entremezcla y existe la memoria y se confunden los hábitos y se repiten las grandezas y las miserias y la esclava judía combate como guerrillera y la cantante argentina extiende el plato de la mendicidad. El equinoccio se mueve entre las estrellas, cambian los rostros aunque sigan semejando a las de los hombres aunque tengan otras caras y los ojos por delante y por detrás pueden ver el mar de vidrio y Ofiuco herido por Leshaa tomó cara de becerro y patas arriba se subió sobre la serpiente desatada y las circunferencias son cada vez más altas en asterión, en el centro, en el infierno al que se baja a través de dédalus una vez que el escorpión ha incumplido su deber seducido por la hembra y hay ojos en las bóveda celeste que miran el caminar de los seres vivientes y que se van apagando para ser suplantados por nuevos y el perro de las tres cabezas nos ladra buscando morder la manzana; la única manera es bajar para subir, descender para ascender, hundirse en la tiniebla para ver desde el pequeño mundo los mil millones de galaxias y los círculos y la velocidad que tanto veloz es que parece inmovilidad. Hombres, mujeres ,monstruos, objetos, animales. Leshaa expande los pulmones, tensa el cerebelo, revela los caminos entre sus montañas plagadas de protuberancias, juega con el viaje mental, lo acepta, ayuda, colabora, todos juntos, hacia el gran mapa celestial desde el interior de sí misma y hacia sí misma, en sí misma.

   
   






































BARDO

La calma se fue extendiendo y la antesala fue platea. Como sostenida por un gigantesco resorte suavemente se movía ante la visión del orden superior del espectáculo. Algunas en la inmensa pantalla celeste conservaban su posición por mucho tiempo, otras parecían variar conforme al capricho, moviéndose solas o en grupos, otras parecían no moverse pero lo hacían. Al capricho de la voluntad impresa que ajustaba el guión, la plataforma giraba este-oeste o a la inversa o norte-sur o a la inversa, cambiando ante los ojos y simulando su ruta, sin poder precisarse si iban por debajo o por arriba. A veces la curvatura parecía una línea y en el vaivén unas ocupaban los lugares de otras y sobre las retinas se sobreponían permaneciendo en ellas mucho más allá de la visión primera. Sobre el escenario cometían las cabriolas y confundían las ambiciones de conocerlas invariables y los discos aplanados exhibían protuberancias y los brazos enroscados parecían emitir señales de invitación a desandarlos. Los anuncios comenzaron a oírse como una voz profunda que provenía de la mujer, de los meandros de su cerebro. Sonaron en persa, en árabe, en hebreo, en chino, en caldeo, en judío, en sumerio, las letras griegas y latinas se hicieron eco y persistencia, los nombres se entremezclaron con alegría en el llamado a precisar que provenía de lo más profundo de lo humano. En lenguajes más antiguos aún, indefinibles e inidentificables, pero que lo mismo eran, pensamiento del hombre sobre los astros, desde la memoria misma, desde las bocas que se abrieron para dejar escapar los sonidos del asombro y de los significados que envolvieron los objetos de la gran cápsula, de la explosión que no termina y se bambolea ante esta platea de público invasor que agrega letras y números y cabeza abajo comprende los ritmos y cuando el gran resorte se vira comprende la proximidad, la víspera, la angustia de la antesala, los sudores del gran llamado. El lenguaje fue acoplándose, designando, abriéndose desde el origen en abanico, extendiéndose en ristra y haciéndose colgadura en hilo largo capaz de sostener y permitir el goteo incesante del festín de la creación. Resuenan amparados en la acústica de las costillas, en el algodón que cruza el esqueleto, en las bombas de las vísceras, en el tormento de los laberintos armados del eco como defensa y se expanden desde los cabellos como antenas receptoras del polvo y los latidos. Se mojan en los pulmones, se secan en las grandes rocas colocadas al desgaire y en el atardecer se ven, designados, en los telescopios espaciales de ojos bizcos, como lo hizo el viejo sabio llamado Hesíodo con los suyos cansados cuanto estaba triste y alegre, viviendo la paradoja de su sabiduría, guardando la herencia en una laja que se movía como platea mientras oía a los actores recitar sobre lo humano y lo divino en una concha que invitaba a marchar hacia el infinito con sus decorados verdes y sus manzanas tiradas en un cuidado desorden. Ni uno solo deja de presentarse a la mención de sus nombres, de los que les fueron otorgados ni de los que asumen en la representación permanente en el gran teatro donde las vestes parecen pender de las máscaras y los antifaces giran al vértigo de las grandes nubes de astros y las voces salen desde los grandes agujeros negros de las gargantas proyectadas en los megáfonos de las manos enguantadas y, como siempre, buscan el retumbar del interior, de las paredes de la respiración, de los laberintos cavernosos que giran con bestias y hombres, con arcos y sin faltas, con espadas ceñidas y cabezas de monstruos de enroscadas serpientes. La espera seda si los círculos de las regiones interiores se muestran y los planos se ven y se sabe que el viaje hacia allí conduce y que los libretos se mueven y cambian de posición pero podemos leer desde la insignificancia de las diversas colocaciones del entarimado del público que está relleno de actores y del interior de la actriz que reposa suavemente sosteniendo la paz de la víspera y actriz no es sino espectadora y escenario pero actriz es ya que mira la sublime actuación de los llamados en el teatro circular que se pierde de los ojos por pequeño o por grande aunque tenemos nombres para llamarlos a comparecer y que aparecen si sabemos las que ensalman, las que convocan, las del misterio que da sentido a la ficción, al ensamblaje de la actuación, al inframundo que contiene al macromundo, al macromundo que contiene las migajas humanas, la carroña poblada, los gusanos que danzan al llamado en la bajada, en el descenso, en la visita, en el viaje que ahora nos ha puesto frente al plano, en las vibraciones que organizar, en los giros violentos que a toda velocidad se realizan y semejan figuras entre los astros y sobre ellos.
   Hablan, cuentan, transmiten, divulgan, se comprende, en los más remotos inicios, allá en el fondo de los tiempos, en la poesía del primero que miró, en el lenguaje de los carbones, del dedo impregnado sobre la piedra, desde la luz de los millardos, desde la diversas intensidades, desde las magnitudes graduadas, aquí en Leshaa, desde los colores que diferencian y unifican, desde los círculos infinitesimales hasta los grandes vuelos alrededor de la combustión, movimientos extraños aún para los avezados astronautas de los interiores, en los tronos de las mitologías que presidían el pequeño mundo, Zeus y Shang Ti, la red de nervios que controla los espacios concentrados y los libres que podemos atravesar sin golpearnos, curvaturas en lineas,los trompos que salen a danzar de los guarales, las sábanas que se alzan y bajan cual decorados, los miles de años en cuclillas para ver el cambio de las posiciones, el apuntador que secretea desde el escondite en el proscenio, los cambios de la cuchara, los grupos grandes o de dos en dos, la forma que se hace, la polvareda que va formando, la respiración que percibimos acorde con la de Leshaa, con la de todos, un solo e inmenso cuerpo que respira y se expande, como de una mujer, con caras de león, de buey, de águila, donde las ruedas caminan a la par de los habitantes y cuando éstos se alzan también aquellas rodeadas de ojos para vigilar a las demás. Señales para enseñar desde las figuras dibujadas, la muchedumbre, la hueste arriba para levantar la vista, Adan y Set, Enoc, los jeroglíficos del cielo, los mosaicos, las mansiones. El fin desde el comienzo.
      







ANABASIS

   Sirio y Vega, Canopus, Capela con su color de leche, levantándose todas sobre los meses, Polaris aparentemente inmóvil, los futuros polos marchando hacia el destino como Cepheus. A gran velocidad corrió ante la vista anodada con su torso de caballo y su cabeza de hombre, arco en ristre con la flecha dirigida hacia el escorpión, mientras el águila sostenía la lira y la vieja serpiente se retorcía en espeluznantes contorsiones. Nehushla marchaba hacia adelante, cumpliendo su rol de estrella de avanzada, a la cabeza del caballo blanco que montó Vishnu en los libros sagrados de la India, en el Nuevo Testamento o el rey Sebastián entre una nación que sería llamada Portugal; el águila facilita el camino lanzándose con ferocidad sobre la encarnación del mal; Vega, con su magnitud de cien veces más grande, recuerda su pasado papel de estrella polar, mientras Draco sigue cuidando las manzanas doradas en el jardín de la Hespérides. La desnuda flecha de la muerte, Sagitta, ante Delphinus que salta del mar. Tal vez desde allí conserva su cola de pez la cabra moribunda, apta para el sacrificio. Picus nada, Pegasus en la marea, Cygnus. Del ánfora brota el agua hacia la boca del pez y el alimento hacia los hombres aventurados en los círculos planetarios, en el tardío cielo del verano septentrional cabalgando sobre el viento que viene con fuerza. Las serpientes de la cabeza de Medusa se lanzan sobre Andrómeda, sin perturbar a Cepheus que sigue sosteniendo el cetro y la banda de los peces ondula en el cuello de Cetus, el monstruo marino; uno de los peces hacia el norte y el otro marcha con el sol, sin romper la cinta. La mujer encadenada, hija de Cefeo y Casiopea, paga sus alardes entre cadenas. Perseus prosigue su desfile desde los pies alados con la cabeza del monstruo llena de serpientes que se enroscan. Cetus sigue atado. Cassiopea manda, mientras en su pecho arde, tan hermosa como aquel, Schedir, la estrella más brillante. Allí cerca Orión pone su pie sobre Lepus mientras contempla su privado río de Erídanus; cabeza hacia adelante embiste Osiris reencarnado, el toro de la luz escondido en el laberinto de las estrellas. Lepus está a los pies de Orión cuidada por los dos perros. Las dos osas no pierden de vista a Arturo, el cuidador del rebaño, mientras Argo sigue hacia Canopus con los argonautas. Por debajo del cangrejo y del león huye Hydra soportando el ataque de Corvus; Regulus en el corazón del león. Con la vara y la hoz camina Bootes, desde la espiga y la rama lo mira la bella señora, al igual que a Centaurus. Los platos de la balanza rozan las pinzas del escorpión; entre los pies del caballo la Cruz del Sur; el animal Sura cae, próximo a la muerte.
   El círculo se rompe hacia el oeste listo para herir. Ofiuco está mordido en el tobillo y la serpiente se le escapa; Hércules apoya su pié en la cabeza del dragón; con una mano sostiene las manzanas doradas y con la otra el Perro del Infierno de las tres cabezas. El signo del dios muerto, el gigantesco escorpión creado por el amante de Leshaa, por Tamiat el grandullón, alza su púa; el conflicto se alarga y las heridas se abren sobre el poder de las tinieblas, la que circunda. Con la piel del león, Leshaa envuelve sus palabras, regalo de Hevelius en el ser tricéfalo. En el codo del gigante, Morsic, la estrella del herido, relampaguea. El león, la hidra de muchas cabezas, la cierva con pies de bronce y asta de oro, el jabalí, la suciedad de los establos, las yeguas que comen carne, la entrada del infierno. Tal vez el árbol de la vida para cabalgar sobre la palabra al mirar las cosas terribles que muestra la mano derecha. Philologus es el lugar de las largas avenidas, la casa, la mancha inextinguible a lo largo del río, la inacabable donde Ofiuco acaba de amenazarla con la ira de las estrellas, con la fuga de Triphas de los cielos, con la candela de Alyah, la que coloca en sufrimiento perenne. Leshaa sonrió de nuevo frente al espejo, retiró su mano del ombligo y notó con gran sorpresa que en uno de sus dedos había un poco de sangre. Lo atribuyó a sus pensamientos que, estimó, se disparaban con demasiada facilidad. Movió la cabeza en signo de admiración y miró las uñas con una expresión de extrañeza. Ahora tendría problemas en la filmación del comercial donde debía aparecer semidesnuda. Solo a ella, reflexionó, se le podía ocurrir pensar con tal fuerza al punto de clavarse una uña en el ombligo. Se lo atribuyó a una rara historia de un escorpión escuchada en la holograbadora del apartamento de Tamiat, algo relacionado con una leyenda de siglos pasados. Refunfuñando se dirigió al baño en busca de algo que curara la pequeña herida.




                        
























II
ALBUMAZER




PHILOLOGUS

   Sobre Philologus, aquel amanecer, las sombras de las constelaciones. La luz era pesada, como si hiciese un gran esfuerzo en penetrar las nieblas matutinas y éstas, inconmovibles, opusiesen las manos abiertas y la empujasen hacia el astro emisor que persistía. La gran cola de Scorpios en el cielo se tornaba rojiza a medida que la luz avanzaba y, lentamente, tomaba forma en cumplimiento de un acuerdo no escrito, hacia una presencia transitoria desde donde marcar el rumbo sin ser vista, guiada con puntualidad y certeza por su dueño, el gran animal hecho de estrellas.
   Todo era silencio en medio del movimiento desencadenado por el amanecer. Millones de computadoras se conectaron con los centros de trabajo y comenzó, así, la febril actividad. Otros millones conectaron sus transportes individuales a los trenes de corriente que los enganchaban con premura y eficiencia. Aún así, el silencio era total, sin voces ni rumores, sin claxons ni algarabía. Las grandes centrales inteligentes recibían las conexiones de los empleados y quienes debían moverse lo hacían conducidos por la energía silenciosa que, previa programación, los dejaba salir en los puertos de destino. El veloz movimiento semejaba un relámpago, miles de relámpagos que al unísono seguramente hacían parecer, desde el espacio exterior, a la ciudad planeta como una bola sujeta por imanes en un laboratorio y sometida a un entresijo de rayos láser. Los grandes corredores dejaban entrar y salir las unidades individuales con gran presteza, cambiándolas de rutas conforme las computadoras de cada una de ellas había programado el punto de destino. Al momento de pasar a la ruta final un gran colchón de aire reducía la velocidad drásticamente y cada usuario retomaba el control para dirigirse hacia los grandes estacionamientos de los rascacielos donde tomarían los sujetadores personales que los dejarían exactamente en la puerta de la oficina deseada.
   Grandes plataformas impregnaban el aire con incienso y la mañana cambiaba de color en la medida que Scorpios desaparecía en el escondite del espacio y los robots implacables ensamblaban y producían bajo las órdenes emanadas de millones de hombres y mujeres que sentados frente a las pantallas, aún en ropa de dormir, manipulaban teclados emitiendo señales en la gran autopista de la información. Era el olor a incienso el habitual en Philologus desde que se tomó la decisión de utilizar todo espacio libre para nuevos rascacielos que albergaran oficinas y hogares, olor que a medida que avanzaba la mañana era acompañado por las figuras que los verdes rayos trazaban en la curvatura en señal de respeto por las inclinaciones humanas hacia los fenómenos celestes. Esta mañana se reproducía un grabado de un antiguo apellidado Durero en cuyos cuatro extremos viejos sabios jugaban con esferas y en medio todas las grandes constelaciones eran representadas a la manera de los pueblos primitivos. Al mediodía Durero sería retirado, como siempre al mediodía, dado que el cambio de formación era la señal de la mitad de la jornada; ya estaba anunciado que hoy sería colocado un mapa con la posición del zodíaco hace 12 mil años en el cual Leo estaba al sur, en el verano, y Aquarius al norte, en el invierno, pero era aún de mañana y Durero persistía desde las señales de los satélites de comunicaciones y desde las estaciones de Philologus. Ofiuco Megeros pasó las manos sobre su blanco uniforme y se propuso leer, sin lograrlo, los cuatro letreros de las esquinas del grabado que se reproducía. Pocos segundos después desistió del empeño dirigiendo su mirada hacia el gran cohete que se alzaba en la plataforma y al que debía dar la aprobación final. Detuvo la mirada en el cintillo azul que rodeaba la cápsula de la tripulación y no
sin cierto turbamiento la ventanilla en la que próximamente algún Comandante dejaría caer sus pesadillas en viaje al infinito. Sacudió la cabeza alejándose de las divagaciones para concentrarse en la computadora, aunque por poco tiempo, pues la imagen que adornaba el cielo de la ciudad-planeta lo atraía de un modo singular. Esta vez fijó la vista en el escorpión que alzaba su cola amenazadora sobre el anciano del ángulo inferior derecho quien extendía una mano sobre la esfera y su mente se dirigió irremediablemente a Leshaa Akrab.

   Leshaa posó la mano sobre la esfera que adornaba el ingreso a la compañía de publicidad, con la mano reacomodó los cabellos y extendió el pulgar hacia la fotocélula que la identificó y le permitió la entrada. Con pié firme recorrió el largo pasillo al final del cual la puerta se abrió automáticamente permitiéndole el ingreso al estudio de fotografía. Las luces blanquecinas la encandilaron, pero las voces de saludo la recondujeron a su papel de modelo. En la tela blanca del fondo estaba también el grabado de Durero que presidía el cielo. Continuaban los scorpios XR-1 y deberían realizar algunos trabajos de interiores, vista la imposibilidad de realizar los exteriores que la publicidad requería, fue la rápida conclusión a la que llegaron. El mal humor seguía siendo el dominante en el grupo. Leshaa portaba una corta camisa de alumnio que dejaba ver su bronceada cintura y un ombligo perfecto en el cual una cicatriz había ganado lugar. Tenía las orejas bien torneadas,pero gruesas, y las largas piernas cubiertas por unos ajustados pantalones que casi no dejaban lugar a la imaginación. La boca era relativamente grande, compensada por unos labios majestuosos, mientras los dientes ligeramente separados le daban un especial toque de sensualidad. Se desnudó sin remilgo dejando ver unos senos que se alzaban y un pubis poblado como una selva. Las luces de diversos colores inundaron al ambiente mientras la mujer posaba. Siguió las órdenes sin vacilar hasta que las fotos debieron tomarse en las proximidades del ombligo. No supo responder cuando fue interrogada sobre la cicatriz y de mal grado aceptó el toque de maquillaje. No opuso argumento alguno a la reprimenda por no cuidar su cuerpo, pero un estremecimiento la sacudió cuando el menjurje tapó la huella y los recuerdos la asaltaron convirtiendo sus ojos en pantallas interiores que le hicieron ver el inframundo. Quebró la cintura proyectando el culo en oferta hacia los lentes y sus ojos se detuvieron en el grabado que se proyectaba sobre la tela blanca. Automáticamente siguió las indicaciones, pero su mirada estaba fija en el anciano de turbante del ángulo inferior derecho sobre el cual el escorpión alzaba la cola. Dudó si era la mano izquierda o la derecha la que posaba sobre la esfera, pero a medida que se contorneaba sobre el escenario de planeta deshabitado comprobó que la posición del pulgar correspondía a la mano derecha aunque el brazo parecía salir del lado izquierdo. La crema sobre la herida le ardía y una leve mueca que arruinó la secuencia fue la respuesta que produjo cuando sintió que algo pugnaba por salir de allí con movimiento circular y apoyándose en multitud de lugares. Volvió la vista sobre el grabado y las figuras comenzaron a moverse en círculo, primero lentamente y después a una velocidad que comenzó a marearla. El viejo de sombrero alado del ángulo superior izquierdo la hurgaba con el índice, el viejo de sombrero de copa del ángulo superior derecho la medía con un compás, el viejo del ángulo inferior izquierdo pasaba las yemas de sus dedos sobre la suave turgencia de sus nalgas y los hilos que debían servir para atar el extraño gorro que le cubría danzaban con el aire levantado por Virgo que de espaldas se movía agitando los platillos de Libra. El viejo del ángulo inferior derecho parecía sacar su otro brazo para hurgar los huecos de la esfera con unos dedos amarillentos mientras mantenía inclinada la cabeza para esquivar las patas de Sagitarius. A medida que se contorneaba, siguiendo la suave música ambiental y para responder a las indicaciones del director de escena, un calor la invadía hasta el punto que cuando le ordenaron llevar la mano derecha hasta su seno izquierdo sintió como su sexo se bañaba y sin quitar los ojos del anciano de barba blanca que proseguía su tarea desde el inferior del grabado Tamiat la invadió como una horda.

   El hombre alzó la vista sobre el mediodía de Philologus y apreció como Durero era suplantado por el anunciado mapa del zodíaco. Vio como el anciano de turbante celeste reacomodaba las esferas sobre un platón de cobre, o creyó verlo, porque en verdad los verdes rayos ya habían trazado las viejas coordenadas y, donde la flecha apuntaba, ahora las estrellas describían gemelos y el escorpión sufría los embates del otoño. Desde que recordaba había asistido al cambio de mediodía, pero esta vez presentía que no era un día normal, como si una visita extraña estuviese entremezclada en las imágenes y alguien más poderoso que los satélites y las estaciones de superficie estuviese organizándolo todo a voluntad. "Tamiat", escuchó, pero no se giró a responder hasta que su nombre fue mencionado muchas veces y vió como su superior le hacía gestos de despertar y ocuparse de sus labores en Ras Alhegue, donde el menor descuido podía producir un entrecruce no deseado de especies. Continuó manipulando los complicados mecanismos pero Leshaa ocupaba sus pensamientos y en las yemas de los dedos sintió las nalgas de la mujer. Percibió la presión de su sexo sobre el uniforme aislante que lo preservaba de contagios y con fruición continuó la manipulación genética que debía producir una solución alimenticia permanente para la población de la ciudad-planeta. Pensó que el animal debía tener la piel de un toro mientras sus ojos se desviaban de nuevo al cielo, no sin recordar que Leshaa vecina al orgasmo siempre lo llamaba así, "mi toro", aunque después, en el descanso, retomara siempre el tema de Ofiuco y la necesidad de que lo conociera, de que algún día fuesen a cenar los tres para conversar sin prejuicios, a la luz de una vela, en el restaurant de la torre del Barrio Norte, la misma que asemejaba una larga espina de comunicaciones abierta hacia el espacio. A Taurus lo divisó en la primavera, sobre la derecha, sobre la sonrisa de dientes manchados del viejo del turbante que no se marchaba de sus retinas aunque el grabado antiguo hubiese desaparecido al mediodía. El calor se hacía insoportable como las ganas de orinar; no lograba determinar si la excitación procedía de éstas o de la visión del sexo abierto de Leshaa, o de ambas, pero sí tenía claro que, como fuese, quería verterse sobre la piel del toro que imaginaba estuviese saliendo de la ingeniería que realizaba sobre las células que se movían amplificadas en el gran cajón de vidrio del laboratorio. No sabía cómo ni porqué, pero la idea le refrescaba y el viejo fenómeno de la lluvia reaparecía sobre Philologus con su olor a ozono. En el mapa zodiacal que dominaba la cúpula vio dos estrellas sobre las orejas de un burro y pudo leer el nombre de Set.

   "El mundo no vá más allá", se dijo en voz alta Albumazer desde su sabia vejez de siglos y la mirada se le extravió sobre los podridos armarios y su mano apretó la esfera y la encía sin dientes se mojó libidinosa ante la vista del culo de Leshaa Akrab. Había gozado hasta el paroxismo la inserción de su figura en el grabado de Durero en sustitución del otro sabio árabe. Le agradaba la idea de aparecer ante desconocidos, ante gente que jamás podría identificarlo, perder la apreciada privacidad sin perderla en una diversión inocente que le permitía confirmar la persistencia de la humana condición. Sin embargo, el cansancio lo dominaba y una inmensa desazón congestionaba sus huesos. Se levantó bruscamente tumbando la mesita sobre la cual se había apoyado y comenzó a caminar sin destino sobre la mullida alfombra. "Mi sabiduría es mi dolor", exclamó tambaleante, sosteniéndose a duras penas con la ayuda de las largas uñas sobre las paredes. El porqué Leshaa Akrab era algo que él mismo no había logrado responderse, aunque intuía que la muchacha era simplemente la condición femenina, algo que nunca había conocido a pesar de haber llegado más allá que cualquier otro en el conocimiento de las cosas evidentes y de las cosas ocultas. Tal vez la turgencia de aquella espiga encantadora lo había enamorado, idea que le hacía mostrar la vacía encía en una sonrisa terrible y daba a sus ojos el brillo de la alquimia. Un poco más tranquilo el sabio se arrellenó sobre unos cojines y comenzó a meditar sobre si mismo. Pensó si suplantar al viejo sabio árabe en el grabado no era, en el fondo, una expresión de su humanidad. El mismo era árabe, pero aquel artista había dibujado un rostro que no era el suyo, el más sabio de entre todos sus paisanos, astrólogo, astrónomo, alquimista, servidor leal de los Califas de Grendad, provechoso y sortario destino que le había permitido la profundidad y la conciencia, la posibilidad de los viajes y la comprobación ad infinitum de lo que ya sabía. El, que estuvo en los conocimientos originales y que como Ulugh Beigh, príncipe tártaro, había compuesto las tablas de la astronomía árabe con los antiguos nombres coptos y egipcios. El, que se había cansado de los cuerpos humanos, obligación que había vencido gracias a su elevación hasta las últimas potencias, pero que conservaba su viejo carapacho, al menos para las escasas presentaciones públicas. El, siguiendo a la esclava egipcia, a la cantante argentina, a la modelo de este mundo del silencio. El, empegostándose de mierda, sangre, moco y pus en el interior de aquella mujer luego de haber vencido la resistencia del escorpión. El, escribiente por traspuesto, en momentos de travesuras, de conocimientos sobre el espacio que quizás jamás se hubiesen alcanzado sin sus momentos de ocio y de reclamos a la extroversión, ahora se divertía con la tecnología de este tiempo sin espacios libres y sirviendo de polo de referencia a tres seres una mañana cualquiera en este mundo que ya para él era uno cualquiera situado en ninguna parte, aunque sus conocimientos astrológicos le permitiesen situar, con precisión y exactitud, lo que le viniera en ganas situar .Cuando fue atardeciendo sobre Philologus, Albumazer vio en el cielo las Peleiades, como las llamaba Píndaro, y comprendió el porqué de su navegación y recordó que la séptima estrella se había extinguido por haberse acostado con Sísifo de Corinto, un mortal, a fines del segundo milenio antes de aquel a quien llamaron Cristo y una tranquilidad remozada fue llenándolo y hacia Taurus vió, una vez más, la persecución infructuosa del hijo de Poseidón y con una carcajada celebró que el escorpión volvía.

   

   La noche de Philologus era de estrías que se entremezclaban en un baile. Como una cinta llegó Leshaa, vestida de negro opaco, los senos sostenidos por la abertura del plástico, sin maquillaje, a la luz de la cola roja que dominaba la cúpula de cristal del restaurant de Barrio Norte, abierta la falda por detrás, los labios entrabiertos, las estrellas como pieles de leones, osos y zorros. Espléndido en su belleza llegó Ofiuco, ordenando el vino sin sentarse. Impetuoso llegó Tamiat, con una sonrisa desafiante. Bebieron y la noche se alargó en la persecución del cielo. El ingeniero genético hizo señas y otro odre de vino fue traido. No se cruzaron palabras sumergidos en la visión de las pantallas hasta que Ofiuco rompió el silencio.
--¿Debemos, acaso, divertirnos ?, preguntó con expresión triste.
--Al menos podemos conocernos, respondió Leshaa titubeante.
--Tú nos conoces muy bien a ambos, silabeó el ingeniero espacial.
   El silencio se extendió por interminables segundos hasta que Tamiat hizo un gesto de distensión con un comentario sobre los caprichos de las computadoras en la producción de la nueva música. Ofiuco lo miró sin odio, más bien con resignación y le espetó:
--Los genes de esta mujer son manipulables.
   Leshaa abrió los labios en algo que pretendía ser una sonrisa y sus dientes perfectamente alineados afloraron como pidiendo comprensión. Ofiuco alzó la copa bebiendo el contenido en un largo y único trago.
--El parecer de las estrellas está dado, comentó resignado.
   Tamiat lo miró fijamente. Su rostro denotó admiración ante la visión del hombre que antes que partir de aquella mesa y de aquella reunión prefería trasegar el vino aceptando el destino. Leshaa parecía alelada, incapaz de articular otra palabra. Se hablaron con las miradas por un rato largo mientras el licor adormecía a Ofiuco. Cuando finalmente se fue deslizando dormido sobre la mesa Leshaa marchó hacia el tocador y Tamiat hizo señas para que trajeran la pequeña caja. En la cúpula las hijas de Atlante y de Pleiona se hacían palomas. La lluvia comenzó a caer. El escorpión reconoció el camino de la piel sin protección y avanzo hacia el rostro. Pasó por la boca, rodeó la nariz y descargó el veneno contra el ojo izquierdo, vaciándolo. Volvió sobre el derecho terminando de descargar el veneno. Sobre los Campos de Asfodeli una sombra descendió vertiginosa. Cuando la mujer regresó ya el cuerpo de Ofiuco Megeros había sido engullido por la oscuridad de los trasfondos. Interrogó con la mirada y Tamiat respondió con la propuesta de ir a Delos a hacer el amor al tiempo que extendía las dos manos sobre los pechos de la mujer. Leshaa emitió un quejido como asentimiento y partió con Tamiat mientras enfurecía el rojo del cielo. Se dejó hacer, sin poner empeño y dejando caer los brazos inertes a ambos lados, en cruz. Tenían sed cuando la alarma del amanecer comenzó a titilar sobre Philologus. Por el Naciente estaba la luz que se alzaba de nuevo, apenas unas nubes sobre los ojos del titán. Al alba, despejada, "es hora de retirarme", le dijo Tamiat a Leshaa.





























ISIDIS

   La serpiente percibió que las manos de Ofiuco se aflojaban y entró en guardia. Cuando sintió que la muerte se adueñaba de su carcelero se estiró violentamente y la configuración de los cielos fué otra. Typhon desplegó sus cientos de cabezas y en Philologus la sorpresa de una mañana que se inició radiante y de repente era tragada en una empegostosa oscuridad se veía ahora cruzada por una lluvia de estrellas. Era la evidencia y los puntos errantes la confirmación. La tiniebla se alzaba poderosa y libre. La impostura presidía el reacomodo de los tiempos. La corona saltaba bajo el impacto. Como Ofiuco le había predicho a Leshaa, Triphas se veía huir haciéndose cada vez más lejana y pequeña. Saiph se apagaba y los pies del cadaver del carcelero desaparecían. El escorpión percibió que el pie ya no estaba sobre su corazón y se sacudió con violencia en el recuento de los días.    
   Leshaa estaba sola en su desnudez sobre la cama del albergue provisorio. No tuvo necesidad de asomarse para percibir el fenómeno pues lo estaba esperando. Boca abajo hundió la cabeza en la almohada hasta que sintió que el silencio de Philologus se hacía trizas y que un rumor misterioso crecía por momentos. Se alzó con brusquedad y comprobó que todo artefacto electrónico había cesado de funcionar. Dirigió el pensamiento hacia Res Alhegue, pero sólo la confusión fue la respuesta. Finalmente se decidió a mirar por la ventana y pudo ver el movimiento alocado. Contó 134 estrellas, incluidas la que huía y la que moría. Desechó con presteza el pensamiento de marcharse dado que nada funcionaba y supo que allí llegaría la premonición de Ofiuco. Dentro del negror de la noche en la mañana comenzó a abrirse paso una lúcida conciencia. Leshaa veía en su interior y sabía que en el cuello de la serpiente se estaba preparando su destino. La luz blanquecina comenzó a llenar el cuarto. La mujer se puso de rodillas sobre la cama con las piernas ligeramente abiertas. El sudor en el pubis se hizo brillante. El calor subía implacable y la piel de Leshaa se hizo transparente dejando ver el cuerpo interior. La erupción de luz tiñó todo ensortijando los cabellos de la mujer. Comprendió que no moriría, aunque se sintió herida para siempre. Fué incapaz de medir el tiempo del resplandor sobre sí misma, pero le parecía que duraba una eternidad, que nunca acabaría el martirio de aquella claridad que se le internalizaba y le hacía comprender y ver más allá de lo que veían los demás. El rumor fue aplacándose y la luz disminuyendo. El hombre de la piel de león sobre los hombros y el tobillo levantado movió su mano izquierda donde sostenía un ser de tres cabezas. Kornephorus comenzó a percibirse en el hueco del brazo derecho mientras en el brazo izquierdo ardía el pecado en oferta. La piel la había arrancado a la bestia dejada por Thyphon así como el engendro de tres cabezas. Leshaa sintió que el poderoso era capaz de todas las hazañas menos de liberarla de la lucidez maldita que la luz de la estrella había aposentado en su alma. Contra la cierva de pies de bronce con astas de oro sí, contra el jabalí sí, contra la suciedad de los establos sí, contra las bandadas de pájaros destructivos sí, contra las yeguas que comen carne sí, contra las mujeres desvastadoras sí, contra el hombre de triple cuerpo y su perro sí, contra la serpiente que ronda las puertas del infierno sí, pero no contra la luz puesta en Leshaa, no contra el blancor que produce ansiedad, no contra la tormenta de visiones, no contra la angustia de la claridad. Los músculos y los bastones de comando de los genes podían ser manejados con destreza por el hombre fuerte que había asesinado y que trataba de alzarse en Res Alhegue del escarnio, pero contra la nueva enfermedad no había alteración genética posible, mezcla de polvos que devolviera la paz, combinación que alzara el árbol de la vida despojadas las hojas de ojos, absintio que devolviera a antes de los sucedido y que borrara la vieja palabra copta Isidis, opresión, ataque del enemigo, sembrando en la mente la tranquilidad o, al menos, permitiendo la muerte rápida, la que aleja el dolor y hace perder los sentidos. No habría misericordia, Lyra no se haría pócima mágica para calmar la fiebre de los sentidos ni se vería la cola del águila ni el garrote tecnológico se abatiría redimiendo ni las flechas saldrían veloces del carcaj a tasajear las visiones en meteoritos inofensivos.

   En Ras Alhegue el hombre fuerte manipulaba delicadamente los controles, aunque no sin angustia. La imagen de Ofiuco muerto no se le apartaba de los ojos, pero menos el pedazo de piel arrancado de su pié que conservaba a cien grados centígrados bajo cero. De la serpiente desparramada por el cielo una célula. Del escorpión las moléculas adheridas a la piel del carcelero muerto. Debía partir hacia la quimera, a la combinación de los tres, a la alteración de aquellos organismos para que cumplieran su voluntad. Un humano y dos animales, debía modificar la vida del cielo manipulando los códigos químicos, unirlos en un ADN de recombinación, relanzarlos al cielo para transformar las visiones internas de los hombres, procurar un cambio de la historia alargada demasiado desde los antiguos y apaciguar el remordimiento por el crimen. Debía crearlo con el tejido de los tres, eliminar las barreras reproductivas entre ellos para facilitar la transferencia de los embriones entre las mismas y producir un híbrido genético que sustituyera las visiones matutinas de Philologus y la pesadez enfermiza de sus sueños. Tamiat quería alzarse como el creador, dar vida sobre la sombra de la muerte. Identificó los 46 cromosomas de Ofiuco y se aplicó a determinar los de la serpiente y del escorpión. Con los fluidos eléctricos tomó los blastómeros individuales de cada uno, los mezcló y los envolvió en la membrana exterior de un óvulo. Fermentó, a la antigua manera, bacterias y hongos que le permitieran transformaciones químicas a gran velocidad, pero con sus manos cubiertas de guantes blancos sólo pudo señalar la muerte. Sonrió, con la sonrisa de la locura, y recordó que lo había previsto y nuevamente se introdujo a cien grados bajo cero a buscar la clonación previamente efectuada. Comprendió que debía proceder a la fabricación de encinas totalmente artificiales para catalizar reacciones químicas absolutamente desconocidas en el espacio y alterarlas manipulando los aminoácidos que las formaban. Para lograrlo reprogramó las células vivas con instrucciones genéticas nuevas. Pidió al ordenador un mapa tridimensional de las enzinas y se congratuló cuando creyó tener ácido desoxirribonucleico sin defectos. Sacó de la gaveta una imagen de Ofiuco sosteniendo la serpiente y pisoteando el corazón del escorpión y, afanoso, comenzó a dibujar con un rayo láser lo que a su entender lo sustituiría. Satisfecho de su esfuerzo se volvió sobre la probetas en busca de somatostatina extraída del hipotálamo para lograr la conexión entre el cerebro del engendro y los mensajeros de las hormonas del cuerpo. La noche natural había caído sobre Philologus y el afán de ver la creación sustitutiva de la muerte en la próxima madrugada lo apresuraba hasta el paroxismo. Se decidió a actuar directamente en el interior de las células, sobre los núcleos que contiene el elemento genético, sobre el ADN que se le aparecía rodeado por la masa que se mantiene aislada del exterior por la membrana. Ordenó una mirada sobre los citoplasmas, la sustancia que rodea al núcleo, en busca de las tareas individuales de los orgánulos, en concreto de aquel donde tiene lugar la síntesis de las proteínas. Comenzó entonces la danza frenética por engañar a las células para que generasen materiales geneticamente distintos. Vió las cientos de moléculas, atisbó sobre las pequeñas-aminoácidos, ácidos grasos y diversos azúcares- y sobre las grandes-proteínas y ácidos nucléicos. Ante sus ojos vió la escalera doble de caracol, de doble hélice, y se aprestó a subirla. Vió los peldaños químicos y con electricidad los marcó: T ,G, C y A. Se equivocó en las combinaciones hasta que, tranquilizándose, recordó lo elemental, que la timina sólo se empareja con la adenina y la guanina sólo con la citosina. Se levantó y caminó unos pasos por el laboratorio. Era ya medianoche y en el cielo persistía un color rojizo. El escorpión no parecía modificado. Robustecido en su propósito, Tamiat fue hacia el ADN para que diera órdenes a los orgánulos situados en el citoplasma de las células para que entraran en una fabricación acelerada de proteínas. Aquella que buscaba venía determinada por la secuencia de bases químicas de un tramo determinado del ADN, del gen madre del nuevo engendro de los cielos de Philologus, el dueño del código que permitiría la proteína anhelada. Aislarlo, incorporarlo a la célula del nuevo organismo vivo, introducirlo en una bacteria y cultivarla para que se dividiera por reproducción natural. Necesitaba el transmisor de la información, el ácido ribonucleico. Necesitaba del engaño para que el gen intruso llegara al núcleo de la bacteria, engaño para que la célula permitiese el ingreso del agente genético extraño. Para ello dispuso los vectores sobre la placa. Ya había lo que a su entender era lo más difícil, la localización del gen entre los pares de cromosomas y entre los cincuenta mil trozos de ADN en cada uno de ellos. Ahora los vectores, como los trenes de gran velocidad que cruzaban la ciudad-planeta enganchando los transportadores individuales, igual sería, igual harían. La quimera estaba allí, a su alcance. Recurrió a los biochips fabricados con sustancias químicas orgánicas de base carbónica, conectó y desconectó. Recurrió a aquellos elaborados con una dotación de ADN de una célula humana capaz de reproducirse y repararse. Manipuló los elaborados con porfirinas, moléculas de carbono cíclico tomadas del cuerpo mortal de Ofiuco. Sonrió satisfecho cuando la quimera vertió llamas rojizas desde una boca poblada con dos inmensos colmillos de serpiente. El amanecer entraba lentamente sobre el escenario, mientras en la imaginación de Tamiat la estrella roja se encendía vomitando purificación y desesperanza. Sobre el cielo de Philologus Ofiuco continuaba sujetando la serpiente y con el pie aprisionaba el corazón del escorpión. A medida que el astro iluminaba, como cada mañana, la visión de la constelación se alejaba para dar paso a la imagen que se proyectaría hasta mediodía, pero en Tamiat todo había sido logrado y no veía otro cielo que el de su propios ojos que le mostraban a Ofiuco, la serpiente y el escorpión convertidos en la quimera. Mientras moría la vanidad le inflamaba, convencido de su logro. Hincó la rodilla derecha y con la boca semiabierta volvió a su posición de siempre. Sobre el silencio de la ciudad-planeta todo era igual a cualquier día.










































ESTRELLA AZUL

   Leshaa, repentinamente, comenzó a hablar en español, lengua del pasado que no conocía. Estaba en la misma posición en que la dejó Tamiat al partir, pero ya no hablaba el mismo idioma ni de sus labios salían los mismos arrepentimientos ni la atenazaban las mismas amenazas. Se dirigía a alguien evidentemente inferior en edad o en jerarquía. Ordenaba ocultar las armas, pasar el mensaje, contactar a medianoche al emisario que portaría las últimas instrucciones. "María", se sintió llamar y con una voz suave habituada a silabear contestó "a la orden". En la ciudad ululaban las sirenas de la policía y del ejército a la caza de los subversivos, pero ella, impertérrita tomó la calle Corrientes en busca de su trabajo habitual en "Estrella azul", el night donde cantaba todas las noches, a veces tango, a veces baladas, según el humor y la clientela. Apenas fue anunciada, una patrulla del ejército violentó las puertas y el nombre y la orden fueron claras: "María Petrucci, está detenida". Los clientes quedaron estáticos en sus sillas, mientras arrastraban a la mujer por los cabellos hasta un camión dotado de un inmenso reflector con el que barrían las calles.
   María gritó desde la posición de cuclillas que había asumido desde que Tamiat se había marchado hablando en jerigonza de su destino de alquimista de genes. Fue entonces que pudo ver al anciano, a aquel rostro conocido que se le avecinaba, desdentado y cubierto de cabellos en desorden. Vio los largos dedos de largas uñas buscando su rostro y una expresión beatífica que no se compaginaba con el conjunto del anciano de larga bata. Sintió que le hablaba en el mismo extraño idioma que ella había estado mascullando y lo comprendió perfectamente. "Soy Albumazer", le dijo. "Hablo los idiomas de tu pasado", agregó. María reconoció los rasgos de quien, el día anterior, había ocupado el espacio de Philologus y arriesgó la pregunta. La respuesta llegó sin sorpresas. "El tránsito es tu condena, pero he decidido ayudarte a bien transitarlo", aclaró el hombre casi sin mover los labios.
   Perdió la noción del tiempo y del frío cemento del calabozo. El ardor en el estómago le indicaba que no comía desde hacía varios días y todo el cuerpo le dolía, pero no recordaba otro maltrato que el del arresto y el del traslado. Probó a recordar este último y el esfuerzo de memorizar que había hecho durante el mismo. Realizó en mente el recorrido y creyó haber sido trasladada por Córdoba hasta el puerto y desde allí en una lancha hacia un lugar que no podía ser otra cosa que una isla. Creyó, entonces, saber donde estaba; debía ser aquella donde iban a parar todos los prisioneros políticos. Miró a su alrededor y pudo razonar que la consideraban peligrosa dado que estaba sola en un espacio muy pequeño. La luz cayó directamente sobre los ojos y el interrogador apenas se percibía detrás de la potencia de la lámpara. Le advirtió que tenía agua y comida si colaboraba. La joven procuró aislarse y fue hasta los brazos de su madre en la vieja casona de la perisferia. Mientras el hombre preguntaba más se aferraba a las faldas y recibía las caricias sobre su negro pelo. Sabía que la madre había descubierto las armas bajo la cama, pero había guardado silencio y en aquella estoicidad, seguramente compartida por su padre, se refugió hasta que el agua fría la bañó y la hizo aullar como una bestia herida. Comprendió que la tortura se avecinaba en aquellos cables negros enroscados como serpientes y pudo verse a si misma, a Leshaa, en cuclillas delante al anciano que la reconfortaba pronunciando palabras extrañas, esta vez no en español, sino en otro raro idioma que, paradójicamente, también comprendía. La primera descarga la sintió en los senos y vagó desesperadamente por los momentos que compartió entre los arreglos musicales y la actividad subversiva. La segunda, más fuerte aún, fué sobre el sexo, pero la mano de Albumazer sostenía la suya. No sabía si los compañeros habían retirado las armas o si estaban todavía debajo del lecho paterno y la visión aterradora de los soldados arrastrando a su familia hacia la tortura y la muerte le hizo hundir los dientes en los labios. Probó a despistarlos dando nombres falsos que inventaba a medida que el torturador se ensañaba contra ella. Ganó tiempo, pues el esbirro dijo que cotejarían la información con los archivos y los informes de inteligencia. Ya no podía negar su actividad, por lo que trató de disminuir su importancia alegando que era una simple portadora de mensajes y que no conocía de persona a ninguno de los que había señalado.
   Sintió el agua fresca entre sus maltratados labios y procuró interrogar al anciano. Este se limitó a pasar la arrugada mano sobre su rostro enjuagándole el sudor y acariciándole el cabello. Luego la abrazó sin abrazarla, no con los brazos o apretando su cuerpo contra el de ella, sino, más bien, como si de un invisible manto se tratara. Probó a hablar en su idioma, pero la frase salió en español: "me matarán". Albumazer respondió: "no, pero en todo caso serás Leshaa". María abrió los ojos y trató de comprender. Le era familiar este último nombre, podía percibirlo con claridad, pero ella era María Petrucci, aunque de alguna manera era también aquella que el anciano mencionaba. Cuando el golpe arribó sobre su rostro se repetía "serás Leshaa". Esta vez eran cinco las figuras borrosas que se movían detrás de la lámpara. La increparon sobre la falsedad de la información suministrada. Cuando comenzaron a alabar su belleza, María presintió lo que se avecinaba. La sujetaron de brazos y piernas, desgarraron sus ropas y, uno a uno, la violaron. Sintió que su carne se abría, que se desgarraba implacablemente tirada por caballos desbocados y que su piel le era arrancada. Se vió parada en Avellaneda, delgada, de cabellos hasta la cintura, con su traje poco convencional y sus collares llamativos de protestaria incorregible y un amargo llanto comenzó a anegar su rostro todo. Se vio imperturbable tomando el tren hacia la Patagonia con la guitarra en ristre a tocar las melodías del frío y la soledad e, inerme, permaneció sobre el piso del calabozo hasta que un nuevo baño de agua fría la hizo despertar.
   Albumazer parecía flotar en el aire teniendo a su alrededor unas especies de vasijas que contenían piedras. Alcanzó a ver una negra veteada de manchas blancas y marrones, casi un triángulo sobre cuyos filos terciaban marcas largas, algunas semejantes a cicatrices. En uno de los ángulos había una fea hendidura. Otra era casi totalmente blanca, a no ser por algunas manchas negras con bordes verdes, como escarpadas colinas o como ventisqueros teñidos de oscuro. En otras partes el brillor semejaba a espejos que reflejasen la luz. Manejaba las vasijas con soltura. De repente dejaba salir entre sus dedos los polvos de variados colores que había recogido metiendo la mano en los recipientes como una excavadora sutil que procurase no dañar el terreno perforado. El viejo, sintiéndose observado, dijo aquel nombre extraño, Leshaa, y María instintivamente se miró el estómago comprobando, como las cicatrices de su cuerpo iban desapareciendo para trasladarse a las piedras del anciano. A la perturbación inicial le sucedió una sensación de alivio y pudo entender a plenitud a que se refería el extraño visitante cuando aclaró su presencia.
   Los síntomas fueron claros desde el inicio, pero la prueba final fue la no llegada de la menstruación. La revisión del médico militar fué simplemente el cumplimiento de un trámite burocrático ejecutado con el traslado al pabellón de mujeres. Era, al menos, un alivio, la seguridad de una cama y la compañía de alguien con quien conversar. Estaban apoyadas de cualquier manera sobre las paredes y catres, con las batas arrugadas y las expresiones perdidas. Ninguna la saludó y ella permaneció en silencio. Tomó la cobija que el soldado le extendía y asintió a la señal que le indicaba un colchón. Dobló cuidadosamente la prenda y se sentó sobre ella. Sintió que las miradas la atravesaban y dijo simplemente "soy María". El silencio fué la respuesta. Esa noche los sollozos fueron lo que suponía al inicio conversaciones profundas sobre la situación política y sobre la experiencias de "desaparecidas", como se les llamaba a susurros en los cafetines de la ciudad. La noche transcurrió marcada por los vuelos feroces de los insectos que se mezclaban con los vuelos provenientes de las gargantas afiebradas y adoloridas de las reclusas. En la fila para recoger el desayuno nadie dijo nada hasta que una de las mujeres comenzó a gritar presa de dolores de una proveniencia fácilmente identificable. "A la enfermería", masculló el sargento de guardia y entre varios soldados cargaron a la mujer que había bañado la raída falda. El silencio fue roto esa noche cuando una de ellas comenzó a preguntarse en voz alta sobre el destino del niño que ya seguramente había parido su amiga. María comprendió lo que le esperaba al hijo que llevaba en su vientre, a todos los hijos de todas aquellas mujeres, a todos los dolores de las torturas y las violaciones. Sin decir palabra una a una se fueron acercando a la compañera que lloraba y de alguna manera la tocaron, en la cabeza, en los brazos, en las manos, en los pies, como si el contacto físico mitigara, como si a través del roce de las pieles pudiese averiguarse el paradero del recién nacido, como si se anticipasen al futuro mismo de sus propios hijos. El desfile parecía trazado por la puntiaguda excrescencia de un lápiz invisible que en la noche distinguiera lo negro de la oscuridad y permitiese el asomo de alguna esperanza entre las rejas del gran pabellón de las mujeres preñadas. Albumazer comenzó, entonces, a entonar una melodía cadenciosa que se fue explayando sobre la noche de Philologus como una cobija protectora. Se movía hacia los lados como un péndulo y Leshaa sintió que el sueño la invadía o al menos una calma. Ella misma comenzó a balancearse imitando al anciano e impostó su voz sobre la de éste produciendo un movimiento similar a la del viento cuando mece suavemente las praderas. María sintió de inmediato el efecto benefactor y percibió que los días se hacían como rayas sobre los almanaques, que el tiempo había tomado una velocidad desproporcionada y que su panza se inflaba a una velocidad no acorde con el mandato humano de los nueves meses para gestar. Sin embargo, eran días y meses, sólo que acortados, seducidos por una velocidad que ella sabía proveniente del canto, pero que no atinaba a explicarse. Repetía la canción con el movimiento oscilante como si siempre hubiese conocido la letra y la melodía, pero no la entendía en su significado. Cuando abrió los ojos y vió el rostro del médico militar comprendió que Albumazer le había demostrado que el tiempo era controlable. Sintió vaciarse y debió alzar el rostro para ver la figura ensangrentada y el cordón umbilical que todavía la ataba a la criatura. "Mi hijo" alcanzó a balbucear, pero la fría mirada del médico la hizo pensar que tal vez había dicho una gran impropiedad.
   Cuando fue llevada de vuelta al pabellón las mujeres desfilaron ante ella y cada una la tocó, en el brazo, en la cabeza, en los pies, desde sus caras desflecadas, desde sus huesos de madres sin hijos, desde los zumbidos de insectos que les brotaban de las entrañas. Leshaa miró a Albumazer mientras el dolor interno la mantenía inmóvil y la piel del vientre colgaba fláccida. Sintió una gran debilidad, pero la sensación de viaje a la que la inducía el anciano la fue introduciendo en un vértigo calmante. Los cuadros se sucedían en su mente a gran velocidad. De nuevo la madre le insistía en la necesidad de comer y el padre manifestaba los tradicionales achaques, los hermanos rondaban por la casa con esposas e hijos, la guitarra sonaba y tomaba un taxi hacia los estudios de grabación. Se vió rodeada de gente en un cafetín de Buenos Aires mientras leía a Djuna Barnes. El muchacho se le acercó y le pidió le regalara algo. María respondió que no podía. "Dame algo que puedo ser tu hijo",le respondió el joven. El grito de Leshaa estremeció al mismo Albumazer.    

   La búsqueda comenzó hacia el norte, pasó por las fronteras, bordeó las altas montañas y bajó al sur. En cada hospicio, en cada centro de asistencia, en cada sitio de posible adopción, María Petrucci preguntó, indagó y revisó. Peso, tamaño, edad, sitio de nacimiento, color de los ojos y el cabello, procedencia, participación en la entrega de algún militar o de alguna oficina del anterior gobierno, todo, minuciosamente. Hacia el sur llegó hasta Tierra del Fuego y escarbando en los parajes miraba a cada joven de la estatura que estimaba tendría su hijo, controlaba el color de los ojos, la nariz, algún rasgo que le permitiera identificarlo. Millares de muchachos pasaron por sus ojos hasta que decidió encontrar el rostro grabado en su memoria el día del parto, la pista del médico militar. Y hasta él llegó, pero no de primera. Vió rostros conocidos en prisión y otros que no recordaba, pero el Comité de Madres sabía perfectamente el nombre del doctor y su ubicación. El argumento para defenderse fué muy simple: se limitaba a atender los partos y desconocía lo que los altos jerarcas hacían con los niños. La desesperación de Leshaa se tradujo en un llanto compulsivo. Albumazer la llamó con el nombre de María. La noche se posesionó de la ciudad-planeta. En el cielo, a miles de años-luz, los rayos scorpius X-R1 parecían una estrella azul.





EL PARTO DE LESHAA

   "Aún no", fué la breve advertencia de Albumazer cuando Leshaa, después del largo sueño, pretendió incorporarse. El dolor era insoportable y los cabellos de la mujer parecían recién cortados, al ras de los hombros, en el negro esplendoroso de siempre. Percibió que el aire entraba de nuevo a sus pulmones y que la muerte que había llegado por asfixia se disipaba en un nuevo soplo de aire. La sorpresa de asistir en la oscuridad en que había muerto a la agradable sensación de la vida le pareció a Leshaa una bendición. Recordaba la búsqueda del hijo perdido, pero lo sentía tan lejano como los siglos en que Philologus disfrutaba de grandes y verdes praderas o la polución del ambiente era desconocida. Ante sus ojos se encendió una llama y pudo ver como el hijo de María era introducido en ella y el cuerpo comenzaba a quemarse sin que se oyera un lamento y la carne se derritiera. La estridencia de un pájaro tomó posesión de la clausura mientras un chorro de aceite manaba de algún lugar indeterminado sobre el cuerpo reaparecido del muchacho y manos invisibles lo envolvían en lino. Leshaa sintió que había terminado una pesadilla, pero, en realidad, comenzaba otra tal como la advirtió la voz del anciano: "Aún no", repitió monocorde.
   La mujer tomó conciencia del encierro en las profundidades de la tumba y pudo recordarlo todo, especialmente la procesión fúnebre, el ahogo y   Selket y el    escorpión inmovilizando la última esperanza. Sentía tirante la piel del vientre, pero lo atribuyó a la inmovilidad de la muerte hasta que Albumazer recordó a la mujer que estaba en el día l4 de su postración. No captó el significado hasta que los dolores de parto asolaron su cuerpo y el rasgarse de su ombligo la hizo gritar. Alzó la cabeza en busca del ser que se asomaba y pudo ver la primera pinza del primer escorpión. Dejó caer la cabeza sobre la almohada y contó hasta que no pudo más. Apretó los dientes y desfiguró el rostro en una espantosa mueca mientras los brazos en cruz buscaban en vano asirse de inexistentes columnas.

   Los escorpiones se fueron agrupando en torno al que parecía ser el líder. Estaban todos, en su inmensa variedad, con su inmenso poder de muerte. Sobre él fueron vertiendo el veneno. Albumazer seguía la especie de danza sin inmutarse. El líder, una vez recibidas las cargas de sus subordinados, se volteó hacia el anciano quien lo vió venir dirigiéndole una mirada inexpresiva. Se le fue avecinando con la cola erguida, anunciado el propósito, impecable en su marcha. El hombre cerró los brazos sobre su pecho y recordó el momento en que había desafiado al escorpión guardián del ombligo de Leshaa para penetrar en el cumplimiento de la Nekyia, la danza frenética sobre la tentación femenina, la cópula, el macho devorado y el engendro a cuyas consecuencias ahora asistía impertérrito. Sabía que el momento llegaría cuando terminase este segundo viaje. El enorme escorpión descargó toda su furia contra Albumazer. El anciano sintió que la fiebre se apoderaba de su cuerpo y la respiración se le tornaba difícil. Comenzó a murmurar esta vez en un lenguaje inintelegible mientras el gran escorpión quedaba paralizado y todos sus secuaces parecían poner una especial atención a las palabras que salían de la garganta reseca. La respiración del hombre se fue normalizando y el animal sintió que la piel se enfriaba. Intentó un retroceso en espera de que se descargara sobre él algún golpe, pero no sucedió nada. Leshaa sintió una fuerte presión en el pecho y regresó a la posición de cuclillas sobre el lecho. Tenía la visión borrosa y a ello atribuyó que la imagen de Albumazer se le estuviese diluyendo paso a paso. Vió, no obstante, como la larga fila de escorpiones abandonaba la habitación y decidió tocarse, como para reconocerse, para encontrarse a si misma. Fue recobrando el control y se dió cuenta de que no era su vista la que la engañaba, dado que Albumazer se esfumaba lentamente, con parsimonia, como ejecutando una operación calculada con esmero. La última cosa que vio fue la cabellera blanca del anciano como envuelta en un resplandor, hasta que, finalmente,se apagó, como de repente se apagó en su memoria el cuerpo del hijo de María Petrucci quemándose en la hoguera. Un extraño ruido de pájaro sobresaltó a la mujer cuando se vestía para partir.














                        

















III
ERIDANUS
                                                                                                 
                         

MACLA

   "Sin el mensaje arribado aquella tarde tal vez hubiese sido más feliz en la intimidad del poderoso. En la tableta él había rasgado los signos de mi desdicha. Confesaba su amor con ternura y asomaba la idea de la huída a través del mar hacia la tierra de Palestina como si se tratase de ocupar una habitación sobre el mercado y las tiendas de colores de los parientes. Arriesgaba la hipótesis de aquel que nos sacaría a todos hacia la Tierra Prometida, tal vez embriagado por la seductora barba del anciano, por sus ojos de recio carácter y su verbo encendido. El sueño lo deshice ante la autoritaria decisión del poderoso prendido de mis ojos violetas, de mi cabellera ondulada como las arenas donde el monumento sería erigido y de mi cuerpo flexible ante el ventarrón de su poder. Me había visto una tarde y habíase prometido a si mismo que rodearía mi cintura con sus brazos y colmaría con uvas mi sed y sustituiría mis sandalias de duro cuero de cabra por otras de piel de camello ablandadas en elíxires de rosas y de aceites. No fue, en verdad, la perentoriedad de la orden, más bien los ojos tristes del más joven de mis hermanos, las manos llagosas de mi madre y el rostro curtido de mi padre. No excuso la tentación de la abundancia para mi misma, oler las suaves fragancias o comer los delicados platos prohibidos a mi religión. Alego la voz cansona de los sacerdotes predicando contra la bondad del profeta cuya dulzura pude percibir a escondidas tras los cetos y un mensaje donde el amor era suplantado en los papiros con suma arrogancia. Admito la tentación del sexo entre sedas en lugar de los ásperos cobertores de lana sin curtir y, también, que el poderoso me poseería ocasionalmente, no cubriendo suficientemente mi cuerpo con el suyo para opacar las ventajas del palacio, aunque, luego, al hacerme su favorita en desprecio de las bellezas que desperdigaban el ocio, pude saber de su hambre y obtener el placer en abundancia. Confieso que llegué a amar al poderoso. Conmigo era un hombre enamorado que da lo que tiene al objeto de su amor. Nada faltó hacia la modesta casa y mi madre recuperó la sonrisa y mi hermano el triste fue ofrecido con la regalía de los ejércitos y mi padre afortunado con abundantes compras y mis demás hermanos ejercitados como capataces en el arte de transportar las piedras hacia la extensión abierta. Lo recordaba, es verdad, como se recuerda al pasado que se embarca sobre los juncos flotantes que abandonan los tiempos y marchan hacia lo desconocido. Lo asocié a las escasas noticias que se colaban hacia la privacidad en que estaba envuelta y siempre una sonrisa de cariño asomó a mi rostro como se sonríe ante la inocencia del niño. La ternura del poderoso también arrancaba mis sonrisas y con el tiempo reí con él como con un amante elegido por el amor y no por el poder. Jamás habló de mi pasado ni de mi pueblo, jamás comentó las aventuras de su imperio, ni las desdichas de las plagas que sabíamos azotaban las cosechas, nunca dijo nada que no fuese dulce y amoroso. Estoy convencida que fuí el único oasis en aquel desierto feroz del poderoso. Eso me hacía importante y feliz. Jamás temió nada y dormía placidamente en mi regazo luego de amarme. Yo, al inicio, permanecía despierta, temiendo que se levantase procurando un servicio, pero, luego, dormía con él en total placidez sabiendo que no habría órdenes sino una mirada dulce como el sol poniente rescatando de nuevo mis senos para sus manos y mi sexo para el suyo. No puedo precisar el tiempo del embelezo, pero sé que fue largo y sostenido hasta el punto de ver las arrugas brotar en mi rostro y los arrepentimientos desaparecer de mi memoria y ver la gran construcción alzarse pronosticando su muerte y la mía. Si hubiese sido de su raza me habría hecho su esposa, pero lo fuí, fuí miel para las heridas del poder, blanda gaza para atemperar sus angustias y manantial de agua ligera para calmar sus ardores. Fuí esposa, tal como lo había concebido en mis sueños primeros. Noté que todo se aproximaba en su respiración fatigosa que aumentaba día a día como un trueno empapado. Yo no supe de mediciones del tiempo, mi tiempo era él y mi distracción la música que el poderoso ordenaba conociendo mis deseos. La escuché tanto, inclusive en ondas de otras tierras, que me aventuré a escribir algunas cortas letras que los músicos se llevaban con la promesa de no decir jamás quien las había ordenado sobre los trozos de papiro con nerviosidad revelada en los gruesos trazos de tinta. La vida no tuvo interrupciones, sobresaltos o dolores. Ni en los peores momentos en que rumores circulaban o las grandes noticias llegaban en boca de la servidumbre tuve la ocasión de preocuparme. Sabía como terminaría, sabía que él no me dejaría en el momento de la muerte, convencido conforme a su cultura de la compañía en el viaje, y yo sabía que nada haría con quedarme de este lado de la cortina tenue, si es que tal decisión hubiese estado a mi alcance. Me había convencido del cruce de la gran canoa sobre el río de la eternidad y tal convicción ahuyentaba, además, cualquier duda. Seguiríamos juntos, tal vez más juntos, con los pocos sirvientes y la abundante provisión y las riquezas y tal vez sería formalmente su esposa en el territorio de la muerte. Sabía que mi alma iría de esta pirámide de piedra a otra de cristal y que cuando la asfixia me venciese en la pequeña recámara donde la diosa y el escorpión estarían vigilantes, podría escoger si me tocaba volver y otra caparazón de carne y piel me permitiría identificarlo en las cercanías. El me miró aquella noche sin ordenar, invitando, y le devolví la sonrisa más bella que mis labios hubieren jamás dibujado. Me dijo del olor que quería percibir mientras la procesión lo portase, yo le dije de mi ausencia de miedo...
              el río del juez tiene las escalas
              de los estrados donde las llamas
              cambian de color e intensidad y
              los silencios están proscritos...
              desde Eridanus se imparte la jus-
              ticia con la voz gloriosa a todos
              los que han dejado la carne allá
              abajo en el cumplimiento de las
              misiones...acrisolados los justos
              con el chance de ganar ofrendas
              en este río del Juez por haber
              aprendido la verdad...toca a esta
              semilla de mujer...


   Buenos Aires, 10 de abril de 1960. (UPI). El gobierno argentino anunció formalmente la nacionalización de la red ferrocarrilera inglesa que cruza el país y la participación obrera como accionista de la nueva empresa nacional. El embajador británico anunció que su gobierno presentaría una formal protesta y que, en tal sentido, esperaba, de un momento a otro, instrucciones desde Londres.

   "Mi madre bromeaba conmigo alegando que mi intemperancia se debía a los Beatles y a todo el movimiento hippie que rodeaba el ambiente cuando yo nací aquel 10 de abril. Es cierto que no fuí una niña fácil, especialmente lo supieron mis hermanos, a excepción de Lorenzo, el menor, quien fue mi protegido creo que con exceso. Les hice víctimas de toda clase de jugarretas, pero los ojos tristes de Lorenzo fueron mi debilidad y le prodigué un cariño muy especial que se mantuvo mientras viví. No obstante, muchas veces me interrogué sobre el porqué de mi afición por aquel niño. Apenas la adolescencia comenzó a desarrollar mis senos y la primera menstruación me obligó a correr donde mi madre, ricé mis largos cabellos y hasta la cintura exhibí una pelambre que provocaba admiración. Me vestí de largas faldas, collares multicolores colgaron de mi cuello, botas altas, las uñas pintadas de colores agresivos y el signo de la paz dibujado en mi mejilla derecha, fueron signos inequívocos de mi rebeldía a tono con la época. También mi guitarra y las canciones de Liverpool. Algún pito de marihuana también, aunque sin excesos. Viajaba en tren por el país a reuniones y conciertos y hacía el amor... hasta que decidí hacer la guerra. La represión contra el cabello largo de mis amigos provocó el primer chispazo. De las reuniones distendidas pasamos a las críticas a la dictadura que nos había privado de toda libertad, que había arrollado al gobierno que daba a las pobres trajes de bodas y sillas de rueda a los paralíticos. La conspiración me fue envolviendo y comencé por llevar mensajes a los clandestinos, seguí repartiendo instrucciones secretas y terminé escondiendo las armas de la rebelión debajo de la cama de mi madre. Comencé a componer canciones y a hacer el amor desenfrenadamente, pero, sobretodo, a conocer las armas. No tardó el momento de la represión en llegar a mí. Allanaron el local nocturno donde cantaba y yo, María, fui a dar con mis huesos y mi guitarra destrozada al calabozo donde fui violada, preñada y despojada del hijo que un espermatozoide de alguno de los esbirros fecundó en mí. La segunda decisión, cuando la dictadura cayó- después de vagar infructuosamente en busca del hijo perdido- fue viajar a Otawa con el pretexto de hacerme conocer en el exterior, pero los resultados no fueron alentadores. Terminé participando en orgías, donde el todos contra todos iba aderezado con una circulación masiva de drogas. Hasta que regresé presurosa a mi país cuando los organismos antinarcóticos comenzaron a prestarme atención más de lo debido. Retorné a la música en los locales nocturnos en medio de una soledad atroz, hasta que me fijé en el tímido pianista de gestos amanerados. Sin duda era homosexual, lo que me pareció ideal para mi compañía. Una noche le propuse que nos casáramos y, luego de aclarar que el sexo estaría ausente de la unión, -lo que parecía innecesario- fuimos a la primera oficina que encontramos y legalizamos la unión. En verdad ni siquiera llegamos a vivir juntos, pero desde ese momento mi vinculación con los homosexuales se agigantó, convirtiéndose ellos en los grandes protectores que tuve a lo largo de mi vida. Fue así como llegué a Caracas, siguiendo un poco los pasos de mi hermano Lorenzo, quien tampoco ejercía la hombría. Fue allí también donde decidí tener un hijo para sustituir a aquel perdido. Hasta que apareció aquel hombre que desencadenó el amor en mí y puso bajo cuestionamiento todas mis decisiones anteriores. Aceleré los trámites del divorcio de mi marido-si así podía llamarse-e inicié un lento proceso de ruptura con el padre de mi hijo. Tan lento que perdí el amor. Cuando decidí ir a buscarlo el avión de Aerolíneas se estrelló en Santa Cruz de la Sierra y así en Bolivia terminó mi vida".
              el anciano se movió en su trono
              de fuego y los libros de la semi-
              lla de mujer reposaron sobre las
              rodillas...la humareda era densa
              en el río del Juez...los sabios
              entienden...la operación del error
              viene de Eridanus para que la men-
              tira ciegue y conduzca a la conde-
              na...la salida está en el auriga
              sentado sobre la Vía Lactea...semi-
              lla de mujer a Philologus...      




















DENDERAH

   Detrás de la liebre el perro, detrás del perro el lobo, detrás del lobo el león, detrás del león la serpiente, sobre la serpiente la copa. Gira el zodíaco de Denderah en sus cinco círculos con el ave de alas abiertas que parece esperar el arribo del violín. El centauro porta en la mano izquierda la semilla de mujer, la semilla con voluntad y misión, pasando el dragón y el pez, el arquero y las balanzas, hacia Philologus donde la cópula fertilizadora se realiza, donde los sexos se entrelazan, donde corren los poderes germinadores del coito, donde se ha decidido que sea en Scorpio que la semilla de mujer tome forma y sea halada hacia la vida en carne y llanto. Y llora la que será llamada Leshaa, con Ramus Pomifer brillando y el cordón umbilical enrollado como Unuk, la que circunda. La semilla de mujer tiene cabello en abundancia con un mechón en forma de rayo sobre la frente, oscura la piel y moreteadas las uñas, leves rayas los ojos cerrados, la que sale, la que se vierte, la que tiene una rajadura violácea, como la punta de la gran cola del cuidador de las entradas.
   Fémina para aprender la condición del alma masculina, en las anteriores ocasiones oportunidad desperdiciada, para inhalar con los nuevos métodos y los portentosos avances la permanencia de lo humano hasta bajar al inframundo y subir hacia las constelaciones donde está escrita la parábola. Del tormento del aire y la desazón comprimida, a cumplir el aprendizaje, la transmisión de los códigos, la enervación de los senos, la pose para los fotógrafos , el arribo del caprichoso que puede ayudar, si se enamora, a soportar los castigos infringidos como precio a la muerte. Exhibe el culo en los túneles de energía, la turgencia de las pequeñas tetas apuntadas hacia Orión en los microfilmes individuales, muéstrate, preséntate, confunde, encabrita, desahoga. Con ello vé a ejercer el libre albedrío que te queda, que la mentira está sembrada para provocar la confusión, crece semilla de mujer con escasos parámetros, ejerce tu condición a plenitud en los nuevos tiempos humanos, aprende del alma masculina como misión a medir cuando regreses a la pirámide de cristal, a los ascensores y a las categorías, cuando será que puedas hablar o cuando ya no puedas comunicarte. Conocerás de Tauro cuando Menkilinon una las cabras y puedas percibir en las noches claras a Nath y mates a una de ellas y el castigo te llegue y recomiences, cansada y agobiada, a vivir bajo la experiencia de las idas anteriores.

INCERTUM 2 O AL ESCORPIÓN LE SALE OTRA PINZA:
circular o semicircular a quien carajo le importa, esperando en la esquina que llegue y no llega o convirtiendo la locura en cordura y viceversa, desgarrando los entretelones o quemando el telón primero para que los aguafiestas saquen el segundo y los luminitos se descoquen ensayando colores atraviliarios o en la oscuridad para que nadie vea los guiones, hay que destrozar el escenario reventarlo llenarlo de mierda para que la representación tome visos de verosimilitud, lo irreal no existe, la realidad es ésta que representamos con vestes de seda o desnudos o con la cara maquillada de polvo de arroz y las pelucas las sacamos no de los depósitos sino que son los depósitos mismos y las mujeres hacen de hombre para aprender y los hombres hacen de mujeres para aprender y aprehender los efluvios del techo que se mueve con animales y vegemines en la cúpula copulan y nosotros actores imitamos somos panderetas, en una pata sostenemos la cabeza del león los sonidos de las estrellas lejanas en círculo abcdefghijk doremifasolasi en el que viene en el inmenso sonido orquestal en las pisadas marcadas en el piso con tiza como un tizón para que los pies no provoquen confusión alalimón quien pretende algún sentido quien diablos se permita hablar de absurdo deberá ser ejecutado de inmediato bajo una inundación de peste humana de diez millones de actuaciones de los guiones viejos o de los nuevos en los que sólo cambia femenino por masculino o viceversa, vaya Ud. a saber, y los avances de la ciencia vamos a clonar vamos todos a aprender los palabreos pero sin excesos que van a llover signos negros sobre los paraguas de los halcones y van a infectar el contenido de la copa que la culebra lleva ¿quien hace de culebra ? el grito resuena en la respuesta de millones de actores ¿quien quiere este personaje ? y un silencio impresionante confunde las letras terasl los nombres de los más jodidos y el crimen y la pasión y la magia y las pócimas para agüantar esta larga actuación de la carne rediviva podrida y vomitada desde los antiguos que se la pasaban mirando la cúpula y la cópula y llenaron el cielo de actores que se mueven cada 25 mil años para jorungarnos la actuación a nosotros que debemos movernos cada venturosa medición de tiempo, saltan las butacas las sillas los sofás los bancos con los actores arriba qué le agarran las bolas al toro los cuernos a la cabra el cuerno al unicornio y el dedo en el pico del cuervo, vaya Ud. a saber como está escrito el parlamento si es que escrito está aunque hay quien lo asegure y asegure que organiza y distribuye y encomienda y manda a hacer cosas a los personajes y recibe de ellos los mensajes de cómo quiere que se le escriba la actuación de esta carne y hasta los clonan de personajes anteriores asklkdUKQW NDOPT esta actuación donde 90'¡48klFWH89014 desde los remotos inicios en que se acostaron en la grama a mirar hacia arriba y se metieron en la podredumbre de las mucosas y en la gangrena de los aceites interiores según dicen desde el otro lado se mira con curiosidad las actuaciones y se baja a actuar como un castigo hasta que no haya más necesidad de actuar seguramente esa es otra actuación, másgriegacosmopolitapersahindúconstantinopolizada de íconos que terminaron venciendo para que hubiese que ver en la medianía de esta mediocre mediatización de la actuación mediatizada como elemento fundamental de andar por ahí sonreir comer cagar y hacer el sexo y ver desde arriba para volver para abajo como dicen hasta las probetas actúan y hay quien manipula genes YO QUIERO CONSTRUIR LA QUIMERA dice se perdió la página un extraño viento confunde las hojas un signo en rebelión anda rajando cual virus relajado las relaciones relatadas del teatro y patas arriba y patas abajo aFRWAdnjÑDOPERQDño.

   En las vecindades estarán todos, con el poder se pueden hacer versiones, las mujeres que lloraban en la pirámide lloraron en la cárcel y llorarán de nuevo, el que se fue en la barca buscando en el gran mar volvió en un avión a cambiar y se irá en una nave espacial que no despegará, el del inmenso dominio fue el que decidió los vejámenes y el reparto indiscriminado de los seres inocentes e intentará la suprema forma del injerto, la procesión fúnebre se reflejó en los gritos de la muerte en la mazmorra y volverá, la amante fiel fue violada por los sicarios y sobre el sexo exterminará al que sostenía la serpiente. Uno fue otro y será de nuevo alguien, siempre en las cercanías, en el grupo, almas que se conocen y se reencuentran, esta vez casi en roles idénticos para que la semilla de mujer se nutra y crezca de tanta cercanía con las mismas condiciones, dé origen a otra y así hasta que pueda quedarse en la pirámide de cristal y ya no vuelva, seminal, a la carne del castigo, a la carne que se corrompe y pudre, hasta que suba a las categoría donde la comunicación con los mortales está vedada. Las formas de piedra de piedra volvieron a ser y ahora de cristal serán,de metal eran muchas de las vestimentas que fueron de algodón y de metal vuelven a ser, del ruido sobre la madera del andar de las rocas al de los carros de combate sobre orugas al crujir monótono de los motores a reacción, de las callejuelas a las avenidas a las grandes vías eléctricas de ultravelocidad, de los suaves pechos morenos de pezones rosados a los suaves pechos morenos de pezones rosados y a los suaves pechos morenos de pezones rosados, de la privacidad del poderoso a la abundancia de los amantes y a la abundancia de amantes más los libidinosos que los ven en carteles y en films. Vetas permanentes de la semilla de mujer serán enriquecidas pero permanentes seguirán, peplo, cíngulo, clámides, cucurucha, cola, brial, gola, gorguera, basquiña, calzones, pantaletas, en la fila larga sosteniendo la copa, desnudez de todo sobre los juncos trenzados y la paja ablandada, sobre los colchones de agua que se mueven y en las superficies de aire con resistencia calculada, desde el dominio suave hasta el de la confrontación hasta el de la pasiva complicidad.
   
   Así, desde el halcón del largo penacho para que encuentre al que salva y entrega y tal vez la primavera aún sobre Philologus donde las estaciones se perdieron y el Alción presida la mesa del jurado para el brillo de Orión y el poder justiciero de su espada y la estrella que nació de mujer pueda hacerse fértil tal vez girando en espiral a la gran velocidad de los signos con el clamor de quien gime.













EL EJERCITO DE ESCORPIONES

   Bajaron las paredes con sigilo y prisa, sosteniéndose unos a otros en los insterticios de las piedras y parecieron inmunes al calor del desierto. Se formaron en dos largas hileras, como manchas de arena mal molida por los vientos. El que estaba sobre Selket saltó y mostró la voluntad de encabezar la procesión mientras aquella penetró el espacio central una vez confirmada la desaparición del oxígeno y la presencia indiscutible de la muerte. Comenzaron a andar sin rumbo aparente, pero la evidencia de un objetivo se fue patentizando en la medida en que las filas parecían disminuir y los que quedaban cerraban los vacíos como si el poderoso muerto y la amada confundidos en la serenidad de la bóveda celeste les impusieran el destino. Salían seguros hacia la carne y se hundían a buscar lugar, se recogían en las entradas de los laberintos y parecían desaparecer en el blandor de lo femenino. Las hembras se mimetizaban como adormecidas, en el descanso que sería interrumpido por los buscadores de los viajes que despertarían a los machos al cumplimiento del deber y a la inevitable cópula devoradora. A medida que las filas disminuían, Selket parecía evaporarse en medio del terrible calor, se hacía vapor en medio de la turbulencia de la arena hirviente.

   Se lanzaban al agua desde las rocas perforadas por las algas podridas y hacían filas entre la espuma de la costa de la isla. Apenas las primeras pinzas afloraban semejantes a dos caminos de piedras trazados con precisión sobre la solidez del agua. Los gritos ahogados parecían reflotar de los vientres desinflados de las mujeres prisioneras. Entre las dos hileras comenzaron a pasar las sombras deformes, a veces de brazos hinchados y de cabezas hundidas, a veces de largos dedos que semejaban raíces desprovistas de troncos o marejadas de vómitos. El zumbido de las sombras se entremezclaba con las olas serruchadas por las pinzas, mientras la luz de los reflectores de la prisión parecían concentrarse en el centro demarcado por las dos hileras. Las filas se fueron estrechando a medida que uno a uno se separaban y las sombras se difuminaban como concentrándose en una sola. Con la sal impregnándolos fueron encontrando su lugar, aquietándose en las bocas húmedas de las entradas. Las hembras arquearon levemente las púas cuando comenzaron a ubicarse en la espera.

   La presión de las pinzas aflojó los ventanales y comenzaron a arrojarse al vacío, uno tras otro, con una decisión retomada luego de la vacilación inicial del líder ante la esfumación de Albumazer. En el espacio quedaron inmóviles por momentos formando dos grandes hileras, brillando como estrellas, hasta que entre ellos se sintió el tránsito de una fuerza poderosa. Comenzaron, entonces, a moverse, como un río, como una escolta de márgenes que contuviera una fuerza momentáneamente disipada. A medida que alguno de ellos tomaba su propio camino las filas se cerraban y la luz parecía hacerse líneas, tal como los túneles de velocidad para los habitantes de Philologus en el momento de las horas topes a la vista de algún habitante de los altos rascacielos. Un murmullo de voces parecía desprenderse de la procesión, un rumor espeso y suave al mismo tiempo, casi como un gemido de mujer en medio del silencio atroz de la absoluta soledad. Una mancha blanca se mantenía al centro, tal como nube alumbrada por relámpagos. Fueron perdiéndose en lontananza, disminuyéndose a medida que los machos ocupaban sus lugares y las hembras, parsimoniosas, asumían la espera con leves movimientos.

      24 de octubre       
   Pandinus, heterometrus, Alpha Scorpi, vejori, boreus, imperatur, gigantoscorpio, paroructonus mesaensis, isometrus maculatus, diplocentrus hasethi, bothriurus bonariensis, uroctonus modax, vaejovis boreus, capathicus, vittatus, hidruros, la trituración de los carapachos, la masacre de las individualidades, la conformación de los brillos, con las espigas de granos en la mano recibe el asentamiento del gran escorpión, desde las sandalias sube a aposentarse en la faz de la naturaleza y envolver los mares, con la forma del cabello que está sobre las paredes de los templos, con el cabello negro que corre por la ciudad del gran río, con la impaciencia de la mano que entra a socorrer la electricidad de los rayos en lluvia. Semilla de mujer en cuerpo mixto para apuntar al lobo con la luz en la pata del caballo, desde la pérdida y desde el caminar sobre el planeta. Mezcla, aplastamiento con los mismos pies del vino, danza que preanuncia aquella que se librará en el ombligo de la gran mujer de las muchas estrellas y en los muchos verdores de muchos ombligos cada vez que alguien pretenda la gran entrada hacia el pus y los muertos en harapos. Carapachos, pinzas, nombres, en la identificación, en la gran marcha por el firmamento, en dos hileras hasta hacerse una, en akrab, bajo el pie del amante que sostiene la serpiente sobre el río de los juicios. Uno a uno entran en la otra fila para hacerse forma sobre la bóveda, en la danza que entrecruza, para alargarse en línea que se curva y dibuja y adopta la gran púa y unos ojos y una lengua bípeda y una gran pasión de batirse en los territorios de suaves vellos, en el condimento humano, en los astros, con los vecinos perplejos, con los invasores que pretenden encontrar la condición en el descenso para regresar a ver las constelaciones hacerse humanas en el círculo de carne.
INCERTUM 3 O LA FORMACION DEL GRAN ESCORPION:
con esta carne que raspa hay un tornillo en la butaca y las manchas se mueven en el papel y las letras se entrecruzan y yo me hago aquel y aquel se hace este otro y desnudos en el escenario nos confundimos al ver para arriba donde los móviles escenifican y la cabezas se vomitan, éste negro y espeso tinta negra actuación desbordada, las manos se queman de luz mientras la oscuridad resplandece, gemidos detrás del escenario que ha sido asumido como escenario, las ansias de salir del teatro, hay fuego hay fuego huir los extintores los acomodadores que también se desnudan o se visten con la ropa que los actores fueron dejando en los pasillos. La actriz suprema abre las piernas y una lluvia de lacios cabellos y trepamos huyendo, escalando, llenando de flores las rodillas adoloridas, los huesos de las rodillas quieren irse solos al paseo de los huesos, las pisadas del caballo retumban, el roce del escorpión al aposentarse produce cosquilleos en el ombligo, y lanzamos papelillo y serpentinas y recaen enfermos e impresos y corremos a leerlos moviéndonos al capricho del gran ventilador y debemos contorsionarnos, actuar, el culebreo, los brazos flacos y peludos, el polvo cae sobre los cabellos y no nos detenemos en la lectura, en este recitar que tuerce los cuellos y produce llagas con el calor de estos actores frenéticos y la escenificación exige trepar por los lacios cabellos del pubis de la gran semilla de mujer que cayó del techo y nos vamos haciendo dos hileras paralelas y nos pasamos de una fila a otra y es una crineja, un menjurje baboso oqwjdxQRNUXADQUIO la lengua se estira la lengua se enrolla y de ella el primer llanto que siempre es el primero aparece pataleando en la confusión de la escena, orden, orden, a retomar los guiones, a limpiarse los culos con esos papeles amargos que harán arder los esfínteres, así se leerá mierda, se actuará mierda, se untará mierda, los jabones para refregarlos en las paredes, el agua para movilizar la gran cagada de los actores de la cúpula que han metido la pata, la semilla de mujer, la semilla, la cáscara tostada de romper con los dientes, dura como caparazón de escorpión, arcionosa, envolvente de todos lejos pero allí está bcbasncqy con paticas y bracitos y dientecitos inmensas patas desmesurados brazos dientes de la dimensión de astro.




























LAS HISTORIAS

   Las rarísimas flores se amontonaban en la habitación donde la niña recién nacida era festejada. No faltaban encajes ni abundantes trajecitos, juguetes para niños de otras edades, abrazos y congratulaciones. Estaba "todo el mundo", como acostumbraba decirse en aquel selecto círculo de la ciudad-planeta. Era una niña menuda, de escaso peso y de finos rasgos. "Se llamará Leshaa", proclamaba el orgulloso padre exhibiendo la riqueza conquistada en los días de la explotación planetaria. Había asumido los riesgos de la aventura espacial y había triunfado. La riqueza no podía ocultar algunas rudezas, pero él y su familia habían sido aceptados sin dificultades en el coto cerrado, en el grupo que mantenía privilegios en la organización social y celebraba connubios y nacimientos con extravagancia. Apenas la niña creció lo necesario comenzó a viajar con sus padres. Así visitó las colonias, recorrió asteroides y lunas, pudo enterarse de todo lo que la raza humana había edificado luego del último derrumbe y empezó a sentir que podía tomar y dejar a voluntad. Lo demostró con creces en una juventud de precoces decisiones que la llevaron a vagabundear incesantemente por los caminos espaciales pero también por los brazos de muchos hombres. Una posibilidad de detenerse había sido el modelaje, asumido por casualidad, una consecuencia no esperada de unas fotos tomadas por uno de los tantos amigos en una noche de juerga. Cuando se lo propusieron el padre acababa de morir y el impacto tuvo un peso determinante en que pensara en anclarse en alguna parte. En aquel medio repitió los modos de conducta que la venían caracterizando anteriormente, procurando que el aturdimiento le impidiera pensar. No obstante, había hecho esfuerzos importantes por mejorar en la profesión escogida, se había asesorado bien y hecho algunos cursos, todo lo que, unido a su belleza, había confluido en un éxito previsible, pero Leshaa Akrab persistía en el aturdimiento como la manera de pasar la vida. Huyó del amor cada vez que éste apareció en su camino suplantándolo con la prosmicuidad, se regocijó en aparecer como una mujer mundana ante los ojos de quienes se le acercaban y sus decisiones contradictorias de última hora las cubría dando excusas. La vida junto a su familia la aburría, aunque pasase allí el menor tiempo posible y tratase escasamente a la madre y a las tías, quienes, por lo demás, no interferían para nada en la vida de Leshaa con el convencimiento del efecto inmediato que cualquier observación tendría, ninguno distinto de una mudanza inmediata. Leshaa asemejaba así a un cometa de los tantos que frecuentaban los cielos de la ciudad-planeta, una luz cuya velocidad impedía la visión detallada debida a todo aquello que resplandece. Ofiuco Megeros logró captar su atención porque era distinto, no parecía dispuesto a participar en el juego con que Leshaa envolvía a sus amigos y mantenía ante ella una calma que la sorprendía. Sin percibirlo lo frecuentó cada vez con mayor frecuencia hasta que se encontró envuelta en una relación de pareja que había esquivado siempre. La extrañeza del hombre la mantuvo cercana, como una nave espacial que rompe con las computadoras y se acerca a un astro no programado, pero cuyo enigma se convierte en imán poderoso en medio de la soledad del universo.
   
   Ofiuco había arribado a la compañía donde prestaba sus servicios reclutado de entre los más brillantes prospectos de la Universidad Espacial. Había dedicado su temprana juventud al estudio y la concentración lo había hecho prematuramente maduro, por lo que a nadie extrañó su importante posición en el avanzado proyecto que le fue encomendado. Lo asumió a tiempo completo, sin permitirse distracciones, lo que aumentó la reserva y el misterio que lo rodeaba. Todo cambió cuando conoció a la modelo Leshaa Akrab junto a las turbinas que se presentaban en aquel acto de la empresa. Estaba allí, ligeramente recostada, envuelta en un enigma que lo fascinó. Cuando supo que la mujer había preguntado por él confirmó que el intenso intercambio de miradas tenía un preciso sentido y tomó una de las decisiones más difíciles de su vida, abordarla. Al contrario de sus temores iniciales el tratamiento fue fluido y las invitaciones aceptadas. Ofiuco percibió el amor por vez primera en su vida y comenzó a trazar planes para compartir la vida con la fascinante morena que le producía emociones más intensas que las de ver despegar los cohetes desde su caseta de observación en el centro espacial, pero los planes eran rechazados proponiendo siempre la mujer continuar como estaban, verse cuando las ocupaciones propias de una modelo lo permitiesen, hacer el amor cuando no hubiese necesidad de cuidarse de moretones en el cuerpo. Ofiuco comenzó a mostrar cambios importantes de carácter que no escaparon a la percepción de sus superiores. El hombre comenzaba a percibir la vida. Ya no era el estudio o el trabajo, había afuera un mundo de contradicciones y dolores para el cual no estaba preparado, un mundo hasta entonces ajeno, un entrelazado complejo llamado mujer de cuya comprensión había estado al margen. Algunas cosas había aprendido, como los cambios bruscos en Leshaa durante la menstruación, como aquel dar y quitar incesante al que no conseguía explicación ninguna. Los proyectos de trabajo comenzaron a desarrollarse conforme a las menstruaciones y los caprichos y la vida asumió un color de contradicción y desazón. La vida estaba afuera, en los otros, en la turgencia de unos senos y las propias palpitaciones del amor tampoco eran cuestión interna sino alteración profunda proveniente de la persona amada. No era la vida una decisión personal, eran otros los que decidían en gran medida, especialmente aquel ser extraño y dominador llamado mujer que no había percibido en la Universidad ni en los tiempos iniciales de la compañía espacial. Ofiuco se sentía alterado, pero incapaz de zafarse continuó la relación como Leshaa quería, con irregularidades e intervalos, amándola en las raras ocasiones y soportando nervioso los habituales rechazos. Ofiuco se había convertido en el producto de Leshaa Akrab, en el resultado de una personalidad y de una concepción de vida, en una masa informe manipulable y sin voluntad. Cuando la mujer se mostró especialmente extraña supo de un nuevo sentimiento, los celos, y la confirmación de una nueva persona en la vida de la modelo lo hizo violento. "Se llama Tamiat" fue la frase que multiplicó las amenazas, estremeció a la serpiente y despertó al escorpión.


Tamiat era rudo, personalidad acorde con su cuerpo prominente y musculoso. Brillante ingeniero genético había alcanzado una fama gradual por sus manipulaciones y también por sus frecuentes altercados con subordinados y amigos. Practicante de los deportes y de la bronca lo era también de las mujeres sumando a sus logros científicos una larga historia de aventuras amorosas. Personalidad desconcertante que se disparaba a la menor contradicción sólo por su inocultable talento había conservado la posición que tenía. Cuando vio a Leshaa Akrab decidió incorporarla a su colección personal y no necesitó de mucho tiempo para precisar que la mujer se sentía atraida por su fortaleza, en evidente contraposición con las debilidades de Ofiuco Megeros a quien, en más de una ocasión, descubrió espiándolo a la entrada del complejo científico. Tamiat le dio fuerza y hasta violencia en el sexo y una indiferencia rayana con el cinismo en lo que a la parte afectiva se refería. Leshaa creía tenerlo todo, en Ofiuco el amor y en el ingeniero genético la perversidad de los placeres llevados a límites enfermizos. Pero en la mente de Tamiat se fueron consolidando todas las vestes de la violencia y el fastidioso Megeros se le fue haciendo insoportable en la medida en que Leshaa se negaba a dejarlo, alegando lástima y hasta confesando vestigios de amor. Tamiat comenzó a sentir una pasión inédita que lo impulsaba a poseer a Leshaa como una venganza a las salidas de ésta con Ofiuco y en su mente deforme comenzó a anidar la idea del crimen. Tamiat descubría la vida, una que le era impuesta, por vez primera, por una mujer, por aquel sexo que había en el pasado usado y desusado a su real voluntad, pero también el deseo de la muerte ajena. Leshaa trataba de complacerlo hasta que, sintiéndose incapaz de tomar una decisión, le propuso aceptar su relación con Ofiuco, de conocerlo para que probase a comprender. Leshaa había desatado el mecanismo fatal. Tamiat comenzó a evadirla y la mujer a sentir la falta de las caricias fuertes y desenfrenadas. Lentamente fue aceptando la idea de una liberación del amor, o de aquel senti- miento extraño por Ofiuco, en la desaparición física del enamorado ingeniero espacial. Tamiat utilizó la habilidad de su talento en el manejo de los genes para desenfrenar nuevas pasiones en Leshaa, recurrió a todos sus conocimientos para llegar a cada célula de la mujer, hasta que ella misma propuso el camino. El deseo hirviente cual lava de estrella comenzó a tomar formas y procedimientos, a sumar aliados, a buscar mecanismos de concresión. Tamiat, orgulloso, se sentía satisfecho de haber vencido a Leshaa. Ella comenzaba a disfrutar de lo que creía su personal instrumentación del hombre grande y fuerte. La prudencia que exhibía Tamiat llamaba la atención. Se había convertido en un hombre silencioso y prudente, había dejado de gritar en el laboratorio y las noticias de sus altercados en los bares brillaban por ausencia. La explicación sobre un enamoramiento del ingeniero genético corrió como astronave de nueva generación entre todos aquellos que lo conocían. Tamiat había descubierto en la vida lo que lo llevaba hacia la muerte. Del sexo de Leshaa Akrab había extraído los elementos finales de su destrucción, se había conformado finalmente como lo que habría de ser en la ciudad-planeta. La tentación de los cielos aguardaba y los astros tomaban el lugar del reacomodo.
INCERTUM 4 O EL FIN DEL APRENDIZAJE:
debemos representar lo que no está escrito, revisen todos los parloteos guiones libretos los espacios entre las letras en el interior de las letras entre las lineas entre las páginas en el aire de los pulmones del lenguaje en las uñas en los dedos en los vellos de los pubis, en todas partes, allí encontraremos los diálogos y los monólogos, la eterna condición, esta mierda que se divide en personajes, abran la cúpula que se abre y miremos arriba en el lenguaje superior que ya sabemos, escojamos las lineas y lianas divisorias y con un borrador borremos, más allá del tiempo de los tiempos verbales, abran, el espectáculo debe dirimirse a pedradas con zanguijuelas y tumores reventados, fhjch9ryccy, pongamos espacios en blanco actuemos en blanco, en esta representación que hemos asumido, quién diablos eres tú, dijiste que venías de quien sabe donde, enciendan los rayos láser para que unan el escenario principal con aquel otro que también es principal, secundarios, colguémonos de los rayos con parapente pendejos pendulan en esta inexistencia, la representación debe ser real, borren todo comencemos en blanco sin nada brrrrrrrrr la lengua blanca produce en blanco el lenguaje debe ser blanco y no oirse, corten todo acaben con todo limen las guayas, como el láser podremos pasar las manos en lenguaje sin que nada quede.





























LESHAA REGRESA A CASA

   Leshaa se recogió a si misma e intentó el regreso. Se preguntó si estaba completa y ante la duda se detuvo en la puerta. La ventana continuaba entreabierta y creyó que desde las nubes del amanecer podía escuchar todavía la voz de Albumazer. Abrió la puerta y miró el llavero. Intentó traspasarla pero sus piernas se quedaron aunque sintió la sensación de haber salido. Miró la cama con las sábanas revueltas, las paredes indiferentes y el espejo viejo cruzado de vetas de tiempo. Se llevó la mano al rostro y comprobó que mantenía la tersura. Se devolvió aún con dudas y pudo verse en el espejo. Sus cabellos no habían blanqueado, sus manos conservaban la piel tirante y en las comisuras no había arrugas. Sin embargo, no sintió alivio. Se preguntó como podía mirarse adentro y con la uña se tocó el ombligo. Pensó en su vida y los recuerdos se amontonaron como escombros, unos sobre otros, los amantes, las noches de juerga, los desvaríos, los vagabundeos por las rutas sin fin, las relaciones con la madre, la muerte del padre y hasta creyó ver unas rarísimas flores en una habitación de hospital. Añoró el regazo tibio, se sintió mecida y el llanto interior mermó. El ruido del líquido la sumergió en un torpor de burbujas y se sintió segura. Movió las manitas y se fue diluyendo. Hasta que los gritos asomaron y las sirenas volvieron y los falos penetraron y se vistió estrafalariamente y tocó la guitarra y el bamboleo en los brazos de su madre la calmaron y las burbujas volvieron y la sensación de estar protegida se le impregnó en los labios en una sal agradable que semejaba alimento. Intentó de nuevo salir pero la detuvo el placer y las noticias de palacio pasaron ante sus ojos tranquilos y sintió que le faltaba la respiración y se dejó ir hasta el río donde la esperaba una canoa para cruzar y un zagual para impulsarse.
sintió que el actor la miraba y ella lo miraba y se daban la mano y corrían por el proscenio y se entregaban en las butacas donde los espectadores les cedían gentilmente las sillas y habló todas las lenguas y ya no tuvo miedo de decir que le eran extrañas porque en verdad no lo eran, cambió los guiones y dijo yo soy María cuando el hombre le aseguró no temas y sonrió satisfecha cuando aseguró con voz ronca soy Albumazer y se cambiaron los vestidos y se hizo nube en evaporada, que soy alquimista y mis secretos antiguos como las verdades y el coro se vistió de negro como se hacía en los tiempos de un extraño pueblo y las voces que se oyeron eran de aquellos, la danza batiendo las manos cxj0qwrfnb batiendo, y la confusión fue claridad, siempre lo había sido, claroscuro donde está la oscuridad lleva la claridad, donde está la claridad lleva la oscuridad, los guiones al aire que aire son, sin las manos ocupadas el lenguaje brota, que en esta torre no hay confusión y Leshaa se expresó y una inmensa página en blanco caía sobre el teatro como sábana.
   Leshaa abandonó el edificio y le pareció sentir el ruido de los escorpiones desplazándose por la arena, por el río, por el aire, en filas paralelas y los signos de los astros que se agrupaban y proferían destellos y se sintió mujer en el repentino encuentro con un mundo. Escuchó las voces que revisaban en el gran libro, el rumor de la corriente, el murmullo de las páginas de otros libros, la sensación de parto y la velocidad del tiempo desde el rostro arrugado de Albumazer, buscó incesantemente el camino hacia el norte y luego hacia el sur y preguntó para obtener como respuesta que nadie sabía el destino final. Entonó la voz y percibió que sobre Philologus continuaba cayendo la lluvia de Scorpius X-R1.
ponte ese vestido de poderoso y tú la veste blanca que el blanco viene y lo borra todo y debemos adecuarnos a la lluvia extensa que envuelve y protege y cuando llega el fin quien nos inventó encerrará todo y se marchará bella Leshaa mía, María de mis amores, esclava mía pacienzuda del amor increíble y del placer a borbotones, él se irá y nosotros quedaremos como papel de pergamino sin tinta de pulpo, como plástico transparente sin huella de computadora, como hoja sin los arrebatos violentos de máquina de escribir, actuemos mientras podamos que mañana nos joderemos.
   Leshaa entró en el túnel de alta velocidad y la serpiente entró en guardia y se sintió desnuda sobre la cama del albergue provisorio. Millones de computadoras se conectaban con el cerebro central. Cuando bajó en las cercanías de su casa le pareció que un torso de caballo la acariciaba desde arriba. Capela con su color de leche teñía de blanco el resplandor de los negros cabellos y la calma se fue extendiendo bajo la orden superior del espectáculo, hacia los puentes con prisa de llegar, en retroceso, hacia atrás, a buscar la primera palabra, el origen, el motivo, Leshaa retrocedía el laberinto, el moco resbaloso, el amor del escorpión y una tibia modorra comenzó a envolverla.
hacia atrás hacia los puentes desde donde se ven los reflejos en los espejos del agua y las burbujas se deshacen en espuma moviendo el escenario, retroceso, busquemos la primera y titulemos, primer actor vístete que tu desnudez ofende a las damas aquí presentes y a los caballeros conservadores, que la concha marina cubra ese pubis atraviliario y que esos encendidos cabellos en cascada se recojan en un cuadro, pongamos orden resumámonos integrémonos comencemos con la danza sobre este escenario de vieja calle en la madrugada con las paredes inclinadas que parecen querer aplastar aquella entrada de madera y cristal y las luces de las grandes ventanas viejas se orienten hacia quienes bailan y esa hermosa falda de faralao sea petrificada en suspenso por una fotografía únete a mi tú únete a aquel sean masculino y femenina que así nos inventaron, saquen esas cajas vacías destruyan esas carpetas viejas que se nos puede pegar el olor a rancio.
   Leshaa tomó el túnel ascendente y dio la orden verbal de números de piso y apartamento.Bastaría un segundo para estar en casa. Entró al cuarto y se dirigió directamente hacia el espejo. Estaba sudada y con evidencias de cansancio. Lentamente dejó caer sobre la cama el bolso de cuero, con una leve inclinación del hombro, pero sin quitar la vista al reflejo de sí misma.







GLOSARIO

De los títulos
I.-
Nekyia: todo viaje místico de la mitología universal, visita al mundo subterráneo; para alcanzar las esferas luminosas de los mundos superiores es necesario bajar primero al fondo de los infiernos inferiores; la nekyia descansa en un plano mental, es un descenso al infierno de la mente.
Kairos: el momento preciso para iniciar la nekyia por una puerta estrecha.
Centruroides limpidus: especie de escorpión.
Incertum: la primera pinza del escorpión; no enteramente visible.
Katabasis: un preciso momento en el descenso hacia los infiernos interiores.
Pedipalpo: relativo al escorpión (y a los arácnidos en general); cada uno de los palpos en forma de patas.
Dedalus: laberinto por el cual se baja; en el origen de la palabra teatro.                          
Asterion: en algunos mitos, el minotauro; estrella de cinco puntas. El centro del mundo subterráneo.
Bardo: la espera antes de la elevación.
Anabasis: el recorrido por los círculos planetarios de las regiones interiores y de allí a los planos de la jerarquía celeste.
II.-
Albumazer: mago, astrólogo y alquimista de probable existencia en la remota antiguedad en las cortes de los Califas de Grendad.
Isidis: la constelación de Escorpio en copto.
III.-
Eridanus: en la constelación de Tauro, el río del juez.
Macla: asociación simétrica de dos o más cristales de una misma especie mineral.
Denderah: el antiguo zodíaco de Denderah (de aproximadamente 2000 años antes de Cristo).
De los nombres de los personajes principales:
Leshaa Akrab: En hebreo, Akrab, nombre de la constelación de Escorpio; Leshaa, en caldeo (Lesha), la púa del escorpión. Las estrellas de la cola de Escorpio son tambien llamadas leshaa.
Ofiuco Megeros: De Ophiuchus, de la constelación de Escorpio; es quien sostiene es sus manos la serpiente y es mordido en un tobillo por el escorpión al que trata de aplastar con su otro pie. Megeros, nombre de una estrella de esta constelación; significa "el competidor".
Tamiat: Por Tiamat, en Babilonia, creador de monstruos que entraron en rebelión contra los dioses.


INDICE

I.-NEKYIA
Kairos......................
Centruorides limpidus.......
Incertum....................
Katabasis...................
Pedipalpo...................
Dedalus.....................
Asterion....................
Bardo.......................
Anabasis....................
II.-ALBUMAZER
Philologus..................
Isidis......................
Estrella azul...............
El parto de Leshaa..........
III.-ERIDANUS
Macla.......................
Denderah....................
El ejército de escorpiones..
Las historias...............
Leshaa regresa a casa.......
GLOSARIO....................


Biografia:
Teódulo López Meléndez, novelista, ensayista, poeta y traductor de poesía venezolano.
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